Hace más de tres décadas, México firmó uno de los acuerdos más determinantes de su historia contemporánea: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Aquella rúbrica de 1992, que entró en vigor en enero de 1994, redefinió completamente la economía mexicana, la naturaleza del empleo, el campo, las exportaciones, la maquila y la relación del país con Estados Unidos y Canadá.
Hoy, en un nuevo aniversario del acuerdo, las discusiones sobre su futuro —bajo la renegociación del Tratado México–Estados Unidos–Canadá (T-MEC)— vuelven a poner sobre la mesa no solo temas económicos, sino dilemas profundamente humanos: ¿quién gana y quién pierde con el comercio internacional?, ¿cómo asegurar justicia laboral?, ¿cuál es el papel de la ética en los acuerdos globales?
Para muchas familias mexicanas, estas preguntas no son abstractas. “Si cierran la planta o cambian las reglas, yo me quedo sin trabajo… y mi hijo sin universidad”, cuenta María Fernanda Saldaña, operaria en una maquiladora de autopartes en Chihuahua. Testimonios como el suyo recuerdan que lo que está en juego va mucho más allá de aranceles: es el futuro de millones de personas.
Contexto histórico: el TLCAN y la transformación de México
El TLCAN fue firmado en 1992 por Carlos Salinas de Gortari, George H. W. Bush y Brian Mulroney, y se convirtió en el primer gran acuerdo comercial trilateral del mundo. Su adopción representó para México un giro histórico hacia la apertura total de la economía, después de décadas de proteccionismo.
Entre los principales resultados documentados por organismos como la OCDE, el Banco Mundial y el FMI destacan:
- Crecimiento exponencial de exportaciones: de 60 mil millones de dólares en 1993 a más de 493 mil millones en 2022 (Banco de México).
- Consolidación de México como potencia manufacturera: especialmente en automotriz, electrónica y agroindustria.
- Crecimiento del empleo en maquila: más de 3 millones de empleos directos dependen del comercio con EUA (USITC).
- Apertura a cadenas globales de valor: México se integró a los ciclos productivos norteamericanos como ningún otro país latinoamericano.
Pero también emergieron tensiones estructurales:
- Desigualdades laborales persistentes: los salarios no crecieron al ritmo de la productividad.
- Pérdida de competitividad del campo: cientos de miles de pequeños productores mexicanos no pudieron competir con los subsidios agrícolas estadounidenses.
- Dependencia profunda del mercado estadounidense: más del 80% de nuestras exportaciones dependen de EUA.
El TLCAN modernizó a México, sí, pero también expuso vulnerabilidades que aún hoy pesan en la vida de millones.
La renegociación: del TLCAN al T-MEC
En 2020 entró en vigor el Tratado México–Estados Unidos–Canadá (T-MEC o USMCA). Su renegociación fue impulsada principalmente por presiones laborales y geopolíticas desde Washington.
Cambios centrales del T-MEC (documentados por USTR, Secretaría de Economía y Parlamento Canadiense):
- Capítulo laboral más estricto de la historia de Norteamérica:
- Supervisión directa de EUA en centros de trabajo mexicanos.
- Mecanismo de Respuesta Rápida que puede suspender exportaciones si se vulneran derechos laborales.
- Reforma obligatoria al sistema sindical mexicano (2019).
- Normas ambientales vinculantes:
- Reducción de emisiones.
- Protección de ecosistemas compartidos.
- Supervisión de contaminantes en industrias como petróleo, gas y automotriz.
- Reglas más estrictas para el sector automotriz:
- Mayor contenido regional (75%).
- Por primera vez, requisitos de salario mínimo para ciertas partes del proceso.
- Digitalización y comercio electrónico:
- Reglas de protección de datos.
- No aranceles a productos digitales.
- Protección de derechos humanos y combate a la corrupción.
En su momento, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) señaló que el nuevo tratado debía “ser una oportunidad para poner al centro la dignidad del trabajador y el cuidado de nuestra casa común”.
Sin embargo, especialistas advierten que el T-MEC también ha incrementado la supervisión externa sobre México y puede generar presiones económicas en sectores vulnerables.
Desde un punto de vista humanista, hay criterios esenciales para evaluar acuerdos económicos internacionales.
a) La economía debe servir a la persona: San Juan Pablo II lo expresó con claridad en Centesimus Annus: “La economía está llamada a servir al hombre, y no el hombre a servir a la economía.” El Papa Francisco ha insistido en que el comercio global no es moralmente neutro: “Un modelo económico que descarta personas y destruye la creación no puede llamarse desarrollo.”
b) Justicia laboral: requisito moral irrenunciable: Los tratados deben garantizar:
- salario justo
- libertad sindical
- condiciones dignas
- prohibición de trabajo forzoso o infantil
- seguridad social
- negociación colectiva auténtica
c) Cuidado de la creación: El comercio internacional no puede sostenerse sobre la devastación ambiental. Laudato Si’ subraya que la economía debe proteger “la casa común” y trabajar por un desarrollo integral.
d) Solidaridad y bien común: El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, recordó que la globalización solo es humana si está orientada a la cooperación y no a la competencia desleal.
Renegociación y justicia social: riesgos y desafíos actuales
Estamos entrando en un periodo clave: la evaluación y posible renegociación del T-MEC en 2026, prevista en su cláusula de revisión sexenal. Los especialistas advierten riesgos:
1. Un modelo centrado en intereses económicos podría profundizar desigualdades
México podría seguir atrayendo inversiones sin mejorar salarios o bienestar. La Universidad de Harvard señala que la productividad mexicana creció, pero los salarios reales llevan más de 20 años prácticamente estancados.
2. Vulnerabilidad del campo mexicano
El Departamento de Agricultura de EUA reconoce que los subsidios a agricultores estadounidenses superan los 20 mil millones de dólares anuales. Competir en esas condiciones es casi imposible para pequeños productores mexicanos.
3. Riesgos ambientales
Investigaciones del Instituto Nacional de Ecología advierten que la demanda industrial podría aumentar emisiones si no se implementan mecanismos de mitigación.
4. Mayor presión geopolítica
Estados Unidos utiliza temas laborales y ambientales como herramientas para influir en decisiones internas de México.
Como explica la economista Mariana Campos (México Evalúa): “El reto para México no es solo comercial, sino de gobernanza. Necesitamos reglas que protejan a los trabajadores y al medio ambiente, sin sacrificar soberanía.”
El papel de la sociedad, sindicatos e Iglesia: La renegociación no puede ser solo un ejercicio técnico en manos de élites económicas y políticas.
Organizaciones sociales y sindicatos: Los sindicatos independientes han aportado denuncias reales que llevaron a sanciones en el sector automotriz y electrónico. Su participación será clave para garantizar autenticidad en la defensa de derechos.
La Iglesia Católica: La Iglesia ha sido un actor moral en procesos de justicia social. El Papa Francisco insistió en que: “No hay verdadera economía sin ética.” Parroquias, diócesis y organizaciones católicas acompañan a comunidades rurales, trabajadores migrantes y obreros, sectores profundamente afectados por el comercio internacional.
La voz ciudadana Testimonios como el de José Luis Hernández, jornalero michoacano, lo recuerdan: “Si el tratado nos ayuda a vender mejor, qué bueno… pero si deja fuera al pequeño productor, ¿de qué sirve? Nosotros también somos México”.
El aniversario del TLCAN no es solo una fecha histórica: es una oportunidad para evaluar si el comercio internacional ha puesto realmente a la persona en el centro.
La renegociación del T-MEC debe garantizar:
- justicia laboral
- protección del ambiente
- bienestar de comunidades rurales
- salarios dignos
- soberanía económica
- cooperación auténtica entre países
La economía debe ser instrumento de justicia, dignidad y desarrollo humano integral. El reto es enorme, pero también lo es la responsabilidad ética y social de todos los actores involucrados: gobiernos, empresas, sindicatos, organismos internacionales, Iglesia y ciudadanía. La verdadera pregunta, hoy más que nunca, es ética: ¿será el nuevo tratado un instrumento al servicio del bien común o solo un pacto comercial más?
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