En teoría, Miss Universo debía ser una noche de celebración global: una joven mexicana, Fátima Bosch, ganando el certamen en Bangkok y convirtiéndose en símbolo de belleza, talento y esfuerzo. Pero la edición 2025 terminó convertida en otra cosa: un caso de estudio sobre cómo la corrupción y la mala gobernanza pueden ensuciarlo todo, incluso cuando la ganadora probablemente no tiene culpa alguna.
En cuestión de días, el concurso quedó rodeado por acusaciones de favoritismo, renuncias de jueces, quejas de racismo estructural, una renuncia pública de la Miss que quedó en el top 5 —Olivia Yacé, Miss Universe Africa & Oceania— y, para rematar, órdenes de aprehensión contra sus dos copropietarios.
Lo que debería ser un escaparate de mérito personal y talento femenino se convirtió en un espejo incómodo, un “pecado estructural”: redes de poder, dinero y opacidad que terminan afectando la dignidad de personas concretas, especialmente de quienes están más expuestos y menos protegidos.
La noche en Bangkok: insultos, walkout y una ganadora en medio del caos
La final de Miss Universo 2025 se celebró el 21 de noviembre en Tailandia. Sobre el escenario, el formato de siempre: vestidos, discursos, luces, transmisión global. Pero el ambiente ya estaba enrarecido.
Días antes, en un evento previo, el director tailandés Nawat Itsaragrisil —vinculado a la organización— insultó públicamente a Miss México, Fátima Bosch, llamándola “tonta” y cuestionando su actitud, lo que provocó que varias concursantes salieran del salón en señal de protesta.
El momento fue grabado y se hizo viral. En respuesta, el presidente de la organización, Raúl Rocha Cantú, anunció que sancionaba a Nawat y le prohibía participar en el certamen.
A esto se sumó la renuncia del músico y empresario Omar Harfouch, quien dejó el panel de jueces pocos días antes de la final, acusando al concurso de operar con un “jurado simbólico” mientras un comité paralelo habría preseleccionado en secreto a 30 semifinalistas. La organización lo negó, pero Harfouch ha insistido en que el proceso fue opaco y anunció acciones legales por fraude y corrupción.
En medio de esa tormenta, Fátima Bosch fue coronada Miss Universo 2025. Para una parte del público mexicano, su triunfo fue motivo de orgullo; para otra parte de la audiencia internacional, el resultado quedó marcado por la sospecha, incluso cuando no existe evidencia de que ella haya cometido irregularidad alguna. Es el sello típico de los sistemas corruptos: los inocentes también quedan manchados.
La renuncia de Olivia Yacé: cuando la dignidad pesa más que la banda
El golpe más simbólico llegó tres días después. El 24 de noviembre, Olivia Yacé, representante de Costa de Marfil, que había quedado en el top 5 y ostentaba el título de Miss Universe Africa & Oceania, anunció que renunciaba a su corona regional y cortaba relaciones con la organización.
En un comunicado difundido en redes, Yacé explicó que su rol había sido “reducido” y que ya no correspondía a sus valores de respeto, dignidad, excelencia y oportunidades reales para las mujeres africanas. Medios especializados en pageants y prensa internacional recogieron su decisión como un gesto de protesta ética frente a lo que ella percibía como incoherencia entre el discurso de inclusión y las prácticas internas.
Un día después, la polémica se encendió más. En una entrevista en español, Raúl Rocha fue cuestionado sobre por qué Yacé no ganó el título principal. Él respondió que Miss Universo necesita viajar constantemente y que el pasaporte de Costa de Marfil exige visa para 175 países, lo que —según él— dificultaría su labor como reina.
La respuesta fue interpretada por muchas voces del mundo afrodescendiente como una excusa discriminatoria. La también concursante Ophély Mézino, de Guadalupe, escribió en sus redes un mensaje directo dirigido a la organización: “¿Les permitieron competir sabiendo que nunca ganarían? (…) Están robando la esperanza de millones de personas”.
Ese testimonio funciona como una radiografía emocional de lo que provoca la corrupción percibida: sensación de engaño, humillación y robo simbólico, no solo a las concursantes, sino a las niñas y jóvenes que las admiran.
Los dueños bajo la lupa: cargos penales y órdenes de aprehensión
Mientras la crisis de reputación crecía, la situación legal de los dueños se volvió explosiva.
3.1. Raúl Rocha Cantú: acusaciones de crimen organizado
A finales de noviembre, el diario mexicano Reforma reveló que la Fiscalía General de la República (FGR) solicitó una orden de aprehensión contra Raúl Rocha Cantú, presidente y copropietario de Miss Universo, por presuntos delitos de delincuencia organizada, tráfico de drogas, armas y combustible (huachicol) entre Guatemala y México.
De acuerdo con el reporte retomado por People, la FGR lo identifica como presunto líder de una red criminal que contrabandea hidrocarburos por el río Usumacinta hacia el estado de Querétaro y le atribuye aportaciones millonarias a esa estructura, además de posibles vínculos con autoridades en distintos niveles.
Rocha ha negado los señalamientos y, según fuentes citadas por la prensa, habría buscado un acuerdo para colaborar con información a cambio de beneficios legales. Hasta ahora, el caso sigue en curso, y rige el principio de presunción de inocencia. Pero el daño a la reputación del certamen es enorme: su máximo responsable aparece asociado mediáticamente a crimen organizado.
Anne Jakrajutatip: fraude y desaparición mediática
La otra copropietaria, la empresaria tailandesa Jakkaphong “Anne” Jakrajutatip, tampoco llega al escenario con las manos limpias. Un juzgado de Bangkok emitió una orden de arresto en su contra después de que no se presentara a una audiencia en la que se le acusa de fraude vinculado a la venta de bonos corporativos de su empresa JKN Global Group a un cirujano plástico que habría perdido cerca de 30 millones de baht (unos 930,000 dólares).
JKN, que compró Miss Universo en 2022 y luego vendió 50% a la firma de Rocha, arrastra una crisis financiera con deudas por alrededor de 3,000 millones de baht y procesos de rehabilitación ante la corte de bancarrota en Tailandia.
El resultado: los dos copropietarios del certamen más famoso del mundo enfrentan procesos penales en paralelo, uno en México por delitos graves ligados al crimen organizado y otra en Tailandia por fraude financiero. Es difícil imaginar una tormenta de credibilidad más fuerte.
Cuando el sistema es el problema: la ganadora como víctima colateral
En México, la polémica se volvió particularmente sensible porque la ganadora, Fátima Bosch, es mexicana y ha sido defendida públicamente por la presidenta Claudia Sheinbaum, quien subrayó que las investigaciones no van dirigidas contra la joven, sino contra los dueños.
Bosch —que ha hablado de su historia de resiliencia frente a la dislexia, el TDAH y el bullying, y que ha usado su voz para pedir un México con salud y sin miedo para las mujeres— encarna valores que muchas familias mexicanas consideran positivos: esfuerzo, estudio, creatividad, amor a la patria.
Sin embargo, la narrativa global no la separa fácilmente del contexto contaminado:
- Fue insultada en público por un directivo del certamen.
- Ganó en medio de acusaciones de jurados simbólicos y posibles amaños.
- Su corona estalla mediáticamente justo cuando se anuncian órdenes de arresto contra los dueños.
Esto muestra cómo las estructuras injustas terminan dañando también a quienes no han cometido falta personal, lo que Juan Pablo II describía como la dimensión social del pecado. El mal no se queda en quien lo ejecuta; se expande, “contamina” relaciones, instituciones, sueños.
Para una joven de 24–25 años que soñó toda su vida con ese escenario, cargar con la sospecha global por decisiones de otros es una forma muy concreta de injusticia.
No es solo Miss Universo: el patrón de la corrupción que arruina todo
Lo ocurrido en Bangkok no es un fenómeno aislado. La historia reciente está llena de ejemplos donde la corrupción de unos pocos tira a la basura la confianza de millones.
El fútbol y la FIFA: cuando el negocio devora el deporte
En 2015, fiscales de Estados Unidos destaparon un megaescándalo de corrupción en la FIFA, con más de una veintena de funcionarios acusados de sobornos, lavado de dinero y amaño de procesos para sedes de mundiales y contratos comerciales.
Aunque los aficionados no tuvieron la culpa, la imagen de los mundiales quedó profundamente dañada: cada sede, cada decisión, cada patrocinio empezó a mirarse con sospecha. A una década de distancia, organizaciones especializadas señalan que la credibilidad de la FIFA sigue bajo cuestionamiento, pese a sus promesas de reforma y transparencia.
Como en Miss Universo, los jugadores que se esforzaron toda su vida se vieron atrapados en sistemas donde otros tomaron decisiones a espaldas de la ética.
El dopaje ruso: medallas contaminadas
Otro caso paradigmático fue el escándalo de dopaje de Estado en Rusia, donde investigaciones internacionales demostraron un programa sistemático para manipular pruebas y encubrir resultados positivos de cientos de atletas.
La consecuencia:
- Rusia fue suspendida de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang 2018.
- Se retiraron más de 50 medallas olímpicas.
- Atletas limpios, que competían honestamente, fueron vistos con desconfianza solo por llevar la bandera equivocada.
Es el mismo patrón: cuando hay corrupción en la cúpula, todos los que participan acaban pagando un precio, incluso los inocentes.
¿Qué nos dice esto sobre nosotros como sociedad?
Para jóvenes millennials y centennials que crecieron con realities, redes sociales y concursos globales, estos escándalos envían un mensaje peligroso: “No importa cuánto te esfuerces; al final manda el dinero, los contactos y los intereses ocultos”.
Eso es exactamente lo contrario al principio de dignidad humana, que afirma que cada persona vale por sí misma, no por su utilidad o por los negocios que se puedan hacer a través de ella. También va contra el bien común, porque rompe la confianza social que permite que la gente crea en las instituciones.
Pero también hay otra lectura posible, más esperanzadora:
- La renuncia de Olivia Yacé muestra que hay personas dispuestas a perder coronas antes que perder la coherencia.
- Las denuncias de Ophély Mézino y de Omar Harfouch revelan que no todo el mundo está dispuesto a guardar silencio ante procedimientos amañados.
- La indignación de miles de fans que piden transparencia indica que las nuevas generaciones valoran la justicia tanto como el espectáculo.
Para un país como México, donde la mayoría rechaza la corrupción en las encuestas pero convive con ella a diario, estos episodios son un espejo útil. Nos recuerdan que no basta con celebrar el talento mexicano cuando gana; también hay que exigir instituciones limpias, reglas claras y procesos verificables, tanto en concursos como en política, negocios o deporte.
Conclusiones: limpiar la corona, limpiar las estructuras
El caso Miss Universo 2025 no va solo de un certamen de belleza. Es un símbolo de algo más profundo:
- Cómo modelos de negocio opacos pueden terminar vinculados a delitos graves.
- Cómo la falta de transparencia en procesos de selección rompe la confianza.
- Cómo las estructuras injustas dejan víctimas colaterales: desde una ganadora puesta en duda hasta una reina regional que renuncia por dignidad. El mensaje es claro:
- La corrupción siempre ensucia, incluso cuando la mancha no te pertenece.
- La única salida real es fortalecer instituciones justas, con reglas públicas, auditorías y rendición de cuentas.
- Como ciudadanía —y especialmente como jóvenes— tenemos el poder de premiar con nuestra atención y nuestro dinero a quienes actúan con ética, y de dejar de normalizar estructuras que hacen negocio con la ilusión y el trabajo de otros.
La historia de Miss Universo 2025 quedará, probablemente, como una de las ediciones más polémicas del certamen. Ojalá también quede como el punto de inflexión para que, en todos los ámbitos, recordemos que ninguna corona, ningún contrato, ningún rating valen más que la dignidad de las personas.
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