La Iglesia incomoda al poder en México


En un país donde se registraron más de 26 mil homicidios en 2024 —unos 70 asesinatos al día— y más de 113 mil personas siguen desaparecidas, hablar de paz no es un lujo espiritual, es una urgencia histórica. 

En medio de esta realidad, la Iglesia católica en México ha decidido no replegarse al templo. A través de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), órdenes religiosas, parroquias, universidades y laicos, ha levantado la voz para denunciar la violencia, exigir justicia y proponer caminos de reconciliación.

Este artículo revisa esa voz: sus mensajes, sus gestos concretos y sus tensiones con el poder político, pero también su cercanía con las víctimas. Y plantea una pregunta incómoda para todos —creyentes o no—: ¿estamos dispuestos a asumir nuestra parte en la construcción de la paz?

Un actor incómodo y necesario: la Iglesia en la historia de México

Desde la época colonial hasta hoy, la Iglesia católica ha sido un actor central en la vida pública mexicana:

  • acompañó procesos de independencia y educación;
  • vivió conflictos abiertos con el Estado en el siglo XIX y durante la Guerra Cristera;
  • y, tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano en 1992, recuperó espacio público como mediadora, promotora de derechos humanos y defensora de migrantes y víctimas.

En las últimas décadas, la Iglesia ha pasado de un papel más institucional a uno abiertamente profético, particularmente cuando la violencia se disparó a partir de 2006. Obispos, sacerdotes y laicos han impulsado centros de derechos humanos, refugios para migrantes, comisiones de paz y diálogo con víctimas del crimen organizado y de abusos de autoridad.

El asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora en Cerocahui, Chihuahua, en 2022, marcó un antes y un después: la indignación generó una Jornada Nacional de Oración por la Paz, convocada por la Iglesia y la Compañía de Jesús Desde entonces, la voz eclesial sobre la violencia se volvió más sistemática, más articulada y más visible.

México herido: violencia, miedo y desconfianza

Los datos de la crisis son contundentes. Sólo en 2024 se registraron 26,715 homicidios, un promedio de 70 asesinatos diarios, con estados como Colima, Morelos y Baja California encabezando las tasas por cada 100 mil habitantes. 

A esto se suma una sensación de inseguridad masiva: según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, cerca del 70% de los mexicanos se siente inseguro en la ciudad donde vive, pese a los reportes oficiales de reducción de algunos delitos. 

Esta brecha entre discurso oficial y experiencia cotidiana es el espacio donde la Iglesia ha decidido intervenir:

  • dando voz a víctimas que no encuentran justicia;
  • denunciando la impunidad y la colusión entre crimen y autoridades;
  • y recordando que la paz no es sólo ausencia de balas, sino presencia de justicia, verdad y oportunidades reales para las familias.

En Guerrero, por ejemplo, el asesinato del sacerdote Bertoldo Pantaleón en 2025 volvió a evidenciar el colapso del Estado de derecho. Una persona de su comunidad confesó a la prensa que “a todos nos ha agarrado por sorpresa su asesinato” y recordó que el padre vivía en “una zona complicada”, marcada por disputas entre grupos criminales y extorsión a la economía local.  Ese testimonio resume lo que miles de comunidades viven: miedo, abandono y cansancio, pero también un deseo profundo de recuperar la vida tranquila, el trabajo honesto y la convivencia en paz.

Lo que dice hoy la Iglesia: justicia, democracia y paz con verdad

La postura actual de la Iglesia mexicana no se limita a comunicados aislados. Hay líneas claras que se repiten en sus mensajes recientes:

a) Justicia social e igualdad

La CEM ha insistido en que no puede haber paz sin justicia, y que la justicia no se agota en tribunales: implica políticas públicas que pongan a la persona y a la familia en el centro, combatan la desigualdad y atiendan las causas profundas de la violencia: pobreza, falta de oportunidades, corrupción, impunidad.

Esta preocupación conecta con la Doctrina Social de la Iglesia, que recuerda que la economía debe estar al servicio del ser humano, no al revés, y que el Estado tiene la obligación de garantizar el bien común, particularmente de los más débiles.

b) Amor y misericordia: diálogo, no venganza

En la Jornada de Oración por la Paz, la editorial del semanario Desde la Fe insistía en rezar “por las víctimas, por nuestros gobernantes… e incluso por quienes hacen el mal, para que se conviertan”.

Es un mensaje duro de aceptar para una sociedad lastimada, pero profundamente evangélico: la Iglesia apuesta por la conversión, no por el exterminio, y pide que la respuesta al crimen no sea más violencia, sino justicia y reconciliación con verdad.

c) Democracia responsable: “saber ganar y saber perder”

De cara a las elecciones federales de 2024, los obispos publicaron el mensaje “Por el bien de México: participación y civilidad para construir democracia y unidad”, donde delinean siete pasos hacia la verdadera democracia:

  • votar sin miedo ni coacción;
  • que partidos y autoridades respeten la ley y la ética;
  • que medios de comunicación informen con verdad;
  • y que las Fuerzas Armadas se mantengan “del lado correcto de la historia”, defendiendo la legalidad y la paz social. 

En una frase que se volvió viral, los obispos recordaron que “es importante en la democracia saber ganar y saber perder”, un mensaje directo en un ambiente polarizado y de tentaciones autoritarias. 

d) Compromiso con los más vulnerables

La Iglesia ha reclamado con fuerza la atención a migrantes, pueblos indígenas, mujeres víctimas de violencia, jóvenes sin oportunidades, desplazados por la guerra del narco. Esta opción preferencial por los pobres no es retórica: se expresa en casas del migrante, comedores comunitarios, clínicas populares, centros de escucha y acompañamiento espiritual y psicológico.

4. Del diagnóstico a la agenda: el “Compromiso Nacional por la Paz”

Quizá el esfuerzo más ambicioso de la Iglesia y aliados en los últimos años es el Diálogo Nacional por la Paz, que culminó en 2023 con la presentación del “Compromiso Nacional por la Paz”.

Este documento no es un sermón: es una ruta de acción colectiva construida desde la escucha de más de 20 mil personas en mil foros y conversatorios, con la participación de más de 1,600 instituciones y la identificación de 300 buenas prácticas en todo el país. 

El texto, respaldado por la CEM, congregaciones religiosas, universidades como la IBERO Puebla y múltiples organizaciones civiles, parte de un diagnóstico duro:

  • México vive una crisis de violencia y descomposición social sin precedentes recientes;
  • se ha degradado el tejido social, aumentan las violencias domésticas, de género y del crimen organizado;
  • la militarización y las estrategias de seguridad han sido insuficientes e incluso han generado nuevas violencias;
  • se ha consolidado una “gobernanza criminal” en varias regiones, donde las economías ilegales controlan territorios y someten a comunidades. 

Frente a esto, el Compromiso propone acciones concretas en siete grandes temas: tejido social, seguridad, justicia, cárceles, adolescentes, gobernanza y derechos humanos. Entre ellas destacan:

  • reconstruir la vida comunitaria y familiar, con enfoque de cuidados y cultura de paz;
  • atención integral a víctimas: verdad, justicia, reparación y no estigmatización;
  • reinserción de personas involucradas en delitos, como “víctimas-victimarios”, para romper ciclos de violencia;
  • desmilitarizar paulatinamente la seguridad y fortalecer policías civiles profesionales;
  • construir datos confiables sobre homicidios y desapariciones para evitar el subregistro y diseñar políticas efectivas;
  • crear centros de mediación municipales y programas de prevención de riesgos, con participación de iglesias, escuelas, empresas y organizaciones sociales. 

Lo más relevante: la Iglesia no se coloca sola en el centro, sino como un actor más dentro de una alianza amplia, que incluye a víctimas, colectivos, universidades, empresarios, comunidades indígenas, jóvenes y autoridades dispuestas al diálogo.

Para entender lo que significa esta voz de la Iglesia, basta escuchar la historia de Elena, nombre ficticio de una madre que participa en colectivos de búsqueda y en parroquias que se unieron a la Jornada de Oración por la Paz. Historias como la suya han sido recogidas en foros del Diálogo Nacional y en coberturas de medios independientes. 

Su hijo desapareció en una carretera hace cuatro años. Desde entonces, ella dejó el mercado donde vendía comida para dedicar su vida a buscarlo:

  • ha ido a fiscalías donde la atendieron con indiferencia;
  • ha recibido amenazas por preguntar demasiado;
  • ha aprendido, con otras madres, a caminar el monte buscando fosas clandestinas.

Cuando en 2022 comenzó la Jornada de Oración por la Paz, Elena se acercó a la Estela de Luz en la Ciudad de México, donde jesuitas, obispos y laicos encendieron velas por las víctimas de la violencia. Ahí, frente a un altar improvisado con fotografías, dijo algo sencillo pero demoledor: “Yo no vengo a pelear con Dios. Vengo a pedir que esta Iglesia que hoy reza con nosotras no se canse de exigir verdad y justicia.” Su petición sintetiza lo que muchos católicos y no católicos esperan: una Iglesia que ore, sí, pero que también incomode al poder, acompañe a las víctimas y se ensucie los zapatos en la calle.

¿Y los jóvenes? De espectadores a protagonistas

Una parte crucial —y a veces poco visibilizada— de este movimiento por la paz son los jóvenes católicos:

  • universitarios que organizaron foros del Diálogo Nacional por la Paz;
  • brigadas juveniles que acompañan a niñas y niños en colonias violentas con tareas, arte y deporte;
  • colectivos que usan redes sociales para denunciar desapariciones, feminicidios y abusos de autoridad. 

Para muchas y muchos centennials y millennials, la Iglesia sólo será creíble si su discurso de paz se traduce en acciones concretas:

  • pararse del lado de las víctimas aunque eso moleste al gobierno;
  • defender la libertad religiosa y de conciencia, pero también los derechos humanos de todas las personas;
  • alzar la voz ante reformas legales que puedan debilitar la democracia o la independencia judicial;
  • apoyar iniciativas ciudadanas que luchen contra la corrupción y a favor de la transparencia.

La política es una forma eminente de caridad. Para la generación joven, eso significa que la fe no puede reducirse a lo privado; debe inspirar participación cívica, voto informado, acompañamiento a causas justas y servicio a los demás, especialmente a quienes el sistema deja fuera.

Mirar hacia adelante: paz con memoria, justicia y participación

¿Qué podemos esperar de la voz de la Iglesia en los próximos años? Varias pistas ya están sobre la mesa:

  1. Más articulación con la sociedad civil. El Compromiso por la Paz no se quedará en un documento; busca incidir en gobiernos municipales, estatales y federal para que incluyan sus propuestas en planes de desarrollo y políticas de seguridad y justicia. 
  2. Mayor exigencia a las autoridades. Mensajes como el de las elecciones de 2024 muestran obispos dispuestos a confrontar prácticas clientelares, uso político de programas sociales y cualquier intento de fraudar la voluntad popular. 
  3. Más acompañamiento a víctimas y comunidades en riesgo. Casas del migrante, centros de escucha, proyectos de reconstrucción del tejido social y pastoral penitenciaria seguirán creciendo, muchas veces con recursos limitados pero con enorme creatividad.
  4. Una apuesta por la educación en valores. Escuelas católicas, universidades y parroquias tienen un reto enorme: formar generaciones capaces de romper la cultura de la corrupción, la indiferencia y la violencia.

La postura de la Iglesia en México no es perfecta ni está exenta de contradicciones internas. Hay heridas pendientes, como los casos de abuso dentro de la misma institución, que exigen verdad, justicia y reparación. Pero sería injusto ignorar el papel que hoy juega como conciencia crítica, aliada de las víctimas y tejedora de puentes en un país polarizado.

En un contexto donde la postverdad, el populismo y el clientelismo buscan anestesiar la conciencia ciudadana, la voz de la Iglesia recuerda que:

  • toda persona tiene una dignidad inviolable;
  • el poder está al servicio del bien común, no de proyectos personales o de grupo;
  • la paz es fruto de la justicia, la verdad y el perdón, no de pactos de silencio.

Al final, la pregunta nos alcanza a todos: ¿Queremos un México más justo, solidario y reconciliado… o nos resignamos a normalizar la violencia?

La Iglesia, con todas sus limitaciones, ha puesto sobre la mesa una ruta: oración, denuncia, propuestas concretas y compromiso con las víctimas. La decisión ya no es sólo de obispos o sacerdotes: es de cada ciudadano, cada joven, cada familia que cree que México puede y debe ser mejor.

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.