Ni una más

Cada 25 de noviembre, el mundo vuelve a recordar que la violencia contra la mujer no es solamente una tragedia privada, sino una herida ética, social y espiritual que afecta la dignidad humana en su núcleo más profundo. Este día, declarado por la Asamblea General de la ONU en 1993, invita a mirar más allá de las cifras y a reconocer en cada víctima una persona, una historia, una hija de Dios cuya dignidad ha sido violentada.

Este reportaje busca iluminar este problema desde una perspectiva amplia y ética. El propósito es comprender no solo el fenómeno, sino proponer caminos de transformación real.

Contexto histórico y social: de las hermanas Mirabal al desafío global

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer tiene su origen en la memoria de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, opositoras al régimen dictatorial de Rafael Trujillo en República Dominicana. Su brutal asesinato en 1960 se convirtió en símbolo de resistencia y del costo humano de la opresión.

Hoy, más de seis décadas después, el fenómeno sigue siendo alarmante. Según ONU Mujeres, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual al menos una vez en su vida. En México, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) registró en 2023 más de 67,000 llamadas de emergencia por incidentes relacionados con violencia contra la mujer, además de 3,421 casos de feminicidio en cinco años.

Estos datos no solo muestran un problema criminal: revelan una crisis moral que destruye familias, genera círculos de trauma intergeneracional y fractura la cohesión de comunidades enteras. La violencia hace imposible la vida en comunidad.

María Elena, sobreviviente de violencia en el Estado de México, lo explica desde su experiencia:
“Cuando él me golpeaba, no solo me hería a mí: mis hijos dejaron de dormir, dejaron de estudiar, dejaron de confiar en el mundo. La violencia destruye todo lo que toca”. Su testimonio recuerda que las víctimas no son estadísticas, sino familias completas atrapadas en un círculo de dolor.

Fundamentación desde la Doctrina Social 

La Doctrina Social afirma que cada persona es “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27). Por tanto, ningún tipo de violencia puede justificarse. Juan Pablo II insistió: “La dignidad de la mujer ha sido siempre una medida del nivel de humanidad”.
(Carta a las Mujeres, 1995)

Cuando una mujer es violentada, la sociedad entera se degrada.

La violencia destruye la familia desde adentro. La encíclica Familiaris Consortio recuerda que la familia es “escuela de humanidad”. Cuando en ella hay violencia, deja de formar ciudadanos libres y justos, y en su lugar cultiva miedo, resentimiento y ruptura.

La Iglesia llama a proteger a quienes están en mayor riesgo. En muchos contextos, la mujer sufre condiciones de vulnerabilidad debido a dependencias económicas, desigualdades educativas o culturales que normalizan la subordinación.

El Estado debe garantizar justicia “rápida, eficaz y accesible”. Sin embargo, en México la impunidad en casos de violencia de género supera el 90%, según datos de México Evalúa. La justicia no puede quedarse en el castigo; debe conducir a la verdad y a la restauración.

La respuesta cristiana exige programas reales de acompañamiento, refugios, redes de protección, educación y reconciliación. La caridad auténtica no es solo asistencia: es fortalecimiento y dignificación.

Análisis profundo: raíces estructurales y fallas institucionales

La violencia contra la mujer no surge de la nada. Tiene raíces profundas:

1. Machismo cultural normalizado. Expresiones como “los hombres mandan” o “si te cela es porque te quiere” siguen vivas en gran parte del país. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2021) revela que el 70% de las mexicanas ha sufrido violencia emocional de pareja. Este tipo de violencia suele ser la antesala de agresiones físicas.

2. Desigualdad económica. Las mujeres ganan en promedio 34% menos que los hombres (IMCO, 2023). Esta dependencia financiera las deja sin alternativas reales para abandonar entornos violentos.

3. Instituciones que fallan. Aunque existen leyes específicas (como la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia), muchos municipios carecen de refugios, atención psicológica o personal capacitado. Paula, trabajadora social en Nuevo León, comparte: “He tenido mujeres que vienen a pedir ayuda y regresan llorando porque no hay un psicólogo disponible o porque la denuncia ‘no procede’. Muchas desisten por cansancio o miedo”. La falla no es individual: es estructural.

4. Falta de educación en valores. Muchas escuelas, hogares e instituciones no enseñan el respeto a la dignidad humana desde la infancia. Sin formación ética, la violencia se perpetúa como un patrón aprendido.

¿Soluciones?

1. La sanción es necesaria, pero no suficiente. Se deben fortalecer fiscalías especializadas, refugios y mecanismos de denuncia, pero esto debe complementarse con:

  • educación afectivo-sexual con fundamento en dignidad humana;
  • formación en resolución no violenta de conflictos;
  • apoyo psicológico y espiritual para víctimas y agresores.

2. La Iglesia y las comunidades: actores esenciales. Existen miles de parroquias, movimientos y organizaciones cristianas que acompañan a mujeres, como:

  • Caritas México, que opera programas de refugio y atención
  • Centros de escucha en diócesis del país
  • Pastoral Familiar, que promueve relaciones sanas y prevención de violencia

El papa Francisco ha sido categórico: “La violencia contra la mujer es una cobardía y una degradación para toda la humanidad”. (Audiencia general, 2021)

3. La fe como lugar de sanación y reconstrucción. La espiritualidad ofrece un espacio de consuelo, esperanza y fortaleza. Muchas mujeres encuentran en la fe la energía para romper el silencio y rehacer su vida. Rosa, una sobreviviente acogida por un refugio católico en Guadalajara, comparte:
“Llevo un año reconstruyéndome. La terapia me ayudó, pero la oración me devolvió la dignidad”.

La violencia no desaparece con buenos deseos. Requiere compromiso real:

1. En la sociedad

  • romper la tolerancia social hacia el machismo;
  • promover la igualdad desde la familia;
  • apoyar redes comunitarias de protección.

2. En el gobierno

  • mejorar presupuestos para refugios;
  • capacitar policías, ministerios públicos y jueces;
  • fortalecer campañas de prevención centradas en la dignidad.

3. En cada persona. Todo cambio social inicia en la conciencia individual. Cada persona está llamada a actuar con justicia, amor y misericordia.

La violencia contra la mujer no es solo un delito: es una fractura moral que nos interpela como país y como creyentes. La dignidad humana no es negociable. La verdadera transformación pasa por el corazón, por las instituciones y por la cultura.

Que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer no sea solo una fecha conmemorativa, sino un punto de inflexión hacia una sociedad donde cada mujer pueda vivir con libertad, respeto y justicia.

Porque la lucha por la dignidad femenina es una lucha por la dignidad de todos.

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