Cuando los niños inician la educación escolarizada es natural encontrar resistencia en los pequeños porque es una especie de segundo destete. Se enfrentan a un ambiente desconocido y con muchas más personas de las que le rodean en el hogar y hay espacios muy complejos. Sobre todo, extrañan a sus padres y a otras personas cercanas.
La escuela es una institución subsidiaria de la familia en lo referente a la educación. Y a su vez, la educación es un proceso indispensable para lograr el adecuado desarrollo de cada persona. Por eso, familia y escuela han de estar muy unidas para intercambiar observaciones sobre el desenvolvimiento de los educandos, aunque no menos importante es la coincidencia en principios y fines de ambas instituciones.
Para lograr el desarrollo armónico de cada persona la unidad entre progenitores y maestros es indispensable. Tendrán que concretar y diseñar el modo de llevarlo a cabo.
Actualmente se ha introducido el sistema de “Homescholing”. De alguna manera es retornar al origen de la educación básica de los niños en casa, aunque ahora es más compleja y también acuden al hogar otras personas que colaboran con los padres. Y entre todos se han de tener intercambios de información sobre los adelantos y reacciones de los niños para unificar criterios. De todos modos, esos educandos ingresarán después a alguna institución educativa.
Los niños son genuinos, tienen tendencias buenas y malas. Conocerlas es una magnífica oportunidad para incidir en una educación personalizada: combatir lo indebido y desarrollar lo incipiente bueno. En el intercambio de experiencias los padres deben actuar sensatamente para aceptar todo tipo de observaciones: agradables o desagradables.
Colaborar es también para los adultos una oportunidad para madurar humana y espiritualmente. Entender que los niños van a lo suyo y los adultos han de descubrir los problemas de los demás, aprender de ellos e involucrarse para ver si pueden colaborar de algún modo a su resolución. Se han de recibir los sucesos como una oportunidad de ampliar la experiencia.
Un error muy frecuente es que los padres desautoricen a los profesores delante de los niños y así los desacreditan y les restan autoridad. Los niños se desencantan. Para evitarlo, cualquier observación han de tratarla directamente padres y maestros, eso los acercará y facilitará la confianza mutua. La labor de los educadores es invaluable.
Las reacciones de los pequeños son variadas, no se pueden generalizar, sin embargo, el inicio les cuesta y se resisten, los progenitores también se desconciertan, pero deben superarlo con madurez y esperar a que los niños se adapten, esa crisis es pasajera. Orientar adecuadamente redundará en la buena adaptación.
En el Jubileo del mundo educativo el Papa León XIV abrió preciosos horizontes educativos y hemos de aprovecharlos y adecuarlos a nuestras circunstancias. Una de esas ideas básicas siempre vigentes es: “el conocimiento por sí solo no basta, es necesario el amor”. Por tanto, la enseñanza ha de acompañarse con paciencia y comprensión. El Santo Padre recordó una enseñanza de san Agustín: “El amor a Dios es lo primero en el orden del mandato, pero el amor al prójimo es lo primero en el orden de su ejecución”.
Aconsejó renovar la educación desde la interioridad, la unidad, el amor y la alegría. En dicho jubileo del mundo educativo, León XIV, ante maestros, profesores y académicos de todos los niveles, les agradeció su servicio e hizo ver el sentido humano, espiritual y comunitario de la enseñanza.
Educar la interioridad, afirmó no se reduce a técnicas o estructuras, sino que es un camino íntimo de encuentro entre maestros y alumnos. En la enseñanza inicial lo importante es inclinar a los pequeños a responder de buen modo a todo lo que le sucede, a no llorar cuando pierde algo, a no pelear cuando quiere quitarles a otros lo que les pertenece. Esta es la manera de poner las bases para adquirir virtudes. El maestro debe explicarlo uno a uno.
Los maestros han de dar a conocer que un modo de cuidar la unidad y evitar la dispersión, la superficialidad y la pérdida del tiempo es limitar el uso de los recursos electrónicos. Además, aconsejarles que deberán seleccionar los que dan contenidos aprovechables y eliminar los que pervierten. Si se fomenta el encuentro y la colaboración los maestros podrán dar argumentos para no dejarse vencer por las tentaciones.
El amor fundamenta los resultados de toda ocupación, pero en la enseñanza es imprescindible, es el alma de toda actividad educativa porque una meta para una persona educada es facilitar la paz y el diálogo, superando los distintos intereses hasta encontrar beneficios mutuos. Se trata de beneficiar a todos. Convencerse de que no basta con compartir conocimientos, es necesario darlos con amor que equivale a ser pacientes e insistir en ellos hasta que el educando los valore y entonces los adquirirá.
El educador ha de disfrutar su profesión y eso le proporcionará alegría. Así estará en condiciones de contagiarla, porque nadie da lo que no tiene. Un maestro auténtico no pierde la serenidad ante los desmanes de los educandos. Mantiene la sonrisa no como una estrategia sino como un detalle de comprensión ante quienes todavía no valoran los contenidos que se les ofrece.
Actualmente las condiciones del ambiente no favorecen la serenidad interior, indispensable para aprender. El maestro debe saber esperar porque su constancia y sus convicciones vencerán la despreocupación y la inestabilidad de los educandos. La alegría del maestro despertará a los educandos.
La alegría puede vencer la frialdad de la interacción con los recursos tecnológicos. La alegría es contagiosa y amable, por eso puede ser un recurso para disminuir el tiempo dedicado a la tecnología.
El compromiso humano de los educadores puede contrarrestar la excesiva búsqueda de conocimientos técnicos e insensibles.
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