El 30 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Traducción, una fecha que, más allá de las efemérides, nos invita a reflexionar sobre la importancia de un oficio tan discreto como imprescindible. La celebración fue instaurada en 1953 por la Federación Internacional de Traductores (FIT), pero cobró mayor relevancia en 2017, cuando la Asamblea General de la ONU reconoció oficialmente la labor de los traductores y su aporte a la paz, la cooperación y el entendimiento entre los pueblos.
La traducción es mucho más que trasladar palabras de un idioma a otro: implica captar matices culturales, transmitir significados profundos y permitir que la humanidad dialogue consigo misma. “Si no existiera la traducción, viviríamos en pequeños mundos aislados”, declaró Irina Bokova, exdirectora de la UNESCO.
Contexto histórico y cultural
Desde la Biblia de los Setenta, traducida del hebreo al griego en el siglo III a.C., hasta la obra monumental de los monjes medievales que tradujeron a Aristóteles y a los sabios árabes, la historia de la traducción ha estado ligada al desarrollo de la civilización. Gracias a ella, Occidente conoció la ciencia griega y la filosofía islámica, y Oriente accedió a las matemáticas y la literatura europeas.
En el siglo XX, con la creación de organismos internacionales como la ONU o la Unión Europea, los traductores se volvieron piezas clave para garantizar el diálogo político y diplomático. Hoy, en un mundo interconectado digitalmente, su papel se expande en plataformas de streaming, videojuegos, manuales técnicos, leyes internacionales y hasta en las aplicaciones de inteligencia artificial.
La Malinche: la primera gran traductora de México
La historia mexicana no puede comprenderse sin recordar a Malintzin, conocida como La Malinche. Nacida en el seno de una familia noble nahua y entregada como esclava a los mayas, hablaba tanto náhuatl como maya. Cuando fue entregada a Hernán Cortés en 1519, su habilidad lingüística la convirtió en un puente indispensable entre dos mundos que hasta entonces se desconocían.
A través de una cadena de traducción —La Malinche traducía del náhuatl al maya, y Jerónimo de Aguilar del maya al español—, Cortés pudo comunicarse con los pueblos originarios y negociar alianzas que serían determinantes en la caída de Tenochtitlan.
Más allá de la controversia sobre su figura, La Malinche encarna la primera traductora de la mexicanidad: facilitó el diálogo, evitó malentendidos, transmitió mensajes que no eran solo lingüísticos, sino culturales y políticos. Sin su mediación, el encuentro entre españoles e indígenas habría sido aún más violento y confuso.
Como señala el historiador Miguel León-Portilla, “Malintzin no fue solo intérprete de palabras: fue intérprete de mundos”. Su papel en la gestación del mestizaje —esa fusión de lenguas, culturas, religiones y formas de vida— es tan relevante que sin ella difícilmente podríamos hablar hoy de lo mexicano como identidad híbrida.
Incluso en la Doctrina Social de la Iglesia se reconoce que la identidad de los pueblos se construye en el diálogo y en la capacidad de integrar diferencias. La Malinche, más allá de los juicios históricos, representa esa dimensión de la traducción como acto fundacional de la nación.
La importancia actual de la traducción
- Fomenta la interculturalidad.
Permite que un estudiante mexicano lea a Dostoyevski, que un médico en Argentina acceda a investigaciones japonesas o que un abogado africano conozca la jurisprudencia europea. - Aporta al conocimiento.
Según la UNESCO, más del 70% de las publicaciones científicas se editan en inglés. Sin traductores, la mayoría de la población mundial quedaría excluida de ese conocimiento. - Promueve la paz y la cooperación.
En conflictos internacionales, los intérpretes son mediadores invisibles. Durante los juicios de Núremberg (1945), la invención de la interpretación simultánea permitió que los acusados y jueces se entendieran en tiempo real, marcando un hito en la justicia global.
Desafíos de una profesión invisibilizada
El oficio de traductor enfrenta retos cada vez más complejos.
- Precisión y fidelidad: No basta con saber idiomas; se requiere dominar contextos culturales, jurídicos, técnicos o literarios. “Traducir no es solo pasar palabras, es reconstruir mundos”, afirma la traductora mexicana Selene González, con 15 años de experiencia en literatura infantil.
- Tecnología y rapidez: La inteligencia artificial ofrece traducciones instantáneas, pero no logra captar la ironía, el humor o los dobles sentidos. Para los profesionales, la IA es una herramienta, no un reemplazo.
- Precariedad laboral: Muchos traductores trabajan de manera independiente, sin contratos estables ni seguridad social. “La gente cree que traducir es copiar en Google, y no está dispuesta a pagar lo justo”, se lamenta Mariana Rodríguez, traductora de manuales médicos en Monterrey.
La historia de Luis Ramírez, intérprete comunitario en Oaxaca, ejemplifica la dimensión humana de la traducción. Su trabajo no es entre inglés y español, sino entre el español y el zapoteco. “Cuando acompaño a mujeres indígenas a consultas médicas o a procesos legales, no solo traduzco palabras: traduzco realidades. Si no existiera esa mediación, muchas quedarían sin voz ante el sistema”.
Otro testimonio es el de Ana Paredes, estudiante de ingeniería en la UNAM, quien accedió a manuales de robótica en alemán gracias a traducciones especializadas. “Si no hubiera traductores, tendría que depender de resúmenes en inglés. Gracias a ellos puedo leer el documento original y hacer mi tesis con información de primera mano”.
La traducción como derecho humano
El acceso a la información en la propia lengua es parte del derecho a la educación y a la participación ciudadana. En México, la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas reconoce la importancia de contar con intérpretes en los procesos judiciales. Sin embargo, en la práctica hay grandes carencias. El INALI (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas) ha denunciado la falta de presupuesto y personal para garantizar este derecho.
La Doctrina Social de la Iglesia también ilumina este tema. El Papa Francisco, en su mensaje por el Día Mundial de las Comunicaciones de 2022, afirmó que “comunicar es construir puentes, no muros”. Los traductores son precisamente esos constructores invisibles de puentes entre pueblos.
Cada año, asociaciones profesionales organizan talleres, conferencias y reconocimientos. En 2024, la FIT dedicó el lema del Día Internacional de la Traducción a “Unidos en la traducción”, resaltando cómo el oficio conecta no solo lenguas, sino personas.
En México, universidades como la UAM y la BUAP realizan foros académicos donde traductores comparten experiencias con estudiantes. Asimismo, redes sociales se llenan de campañas que buscan visibilizar la importancia de pagar justamente por este trabajo y de promover el aprendizaje de lenguas como una herramienta de integración.
El Día Internacional de la Traducción no es solo una celebración profesional: es una oportunidad para reconocer que sin traductores el mundo estaría fragmentado en islas de incomunicación.
Ellos hacen posible que el conocimiento circule, que los pueblos dialoguen y que las culturas se reconozcan en sus diferencias. En tiempos de polarización, donde los discursos de odio y el aislamiento amenazan la convivencia, la traducción se convierte en un acto de paz y justicia social.
Desde La Malinche hasta los intérpretes digitales de hoy, los traductores nos recuerdan que la historia de México y del mundo no se escribe únicamente en batallas o tratados, sino en las palabras que alguien supo traducir a tiempo para evitar el silencio.
Como afirma la traductora argentina Laura Rosales: “Nuestro trabajo no se ve, pero sin él nada funcionaría en este mundo globalizado”.
Valorar a los traductores es, en última instancia, valorar nuestra propia capacidad de encontrarnos como humanidad diversa y unida.
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