Guerra y tregua en el Anáhuac: (1402–1409)

Entre 1402 y 1409, el Valle de México vivió un arco intenso: prosperidad agraria y comercial, la fastuosa ceremonia del Fuego Nuevo, el ascenso del joven Ixtlilxóchitl en Acolhuacan, la rebelión de Tezozómoc de Azcapotzalco y una guerra devastadora que terminó en un acuerdo de paz sin condiciones. Pocos días después de firmada la paz, falleció por enfermedad el tlatoani mexica Huitzilihuitl. El periodo dejó huella en la organización política —al fijarse que la sucesión recayera en hermano, sobrino o primo del rey difunto— y condensó tensiones entre disciplina militar y cálculo político, entre honor dinástico y bien común. El presente reportaje se ciñe estrictamente al corpus narrativo indicado y lo contrasta con voz de cronistas y especialistas.

“Historia y concordia”, recordaría Enrique Krauze siglos más tarde, invitan a leer estos pasajes sin maniqueísmos: comprender es condición de reconciliación. 

Prosperidad agrícola y rivalidad con Tlatelolco

Pese a las vejaciones tepanecas, los mexicas multiplicaron chinampas y canoas: “flotantes huertos” que volvieron el lago “esmaltada campiña”, con maíz, frijol y hortalizas que animaban los mercados lacustres. La rivalidad con los tlatelolcas —emulación más que rencor— fue motor de trabajo, comercio y construcción urbana. En Tlatelolco, primero Cuacuauhpitzáhuac y luego Tlacateotl impulsaron obras, jardines y trato activo con naciones vecinas; del lado mexica, también aumentaron población, edificios y pesca. Todo ese dinamismo preparó el marco material del conflicto que vendría. (Texto base proporcionado por la usuaria.)

Para aquilatar el peso del binomio comercio-disciplina en el mundo mexica, es útil la mirada de Bernal Díaz del Castillo, testigo de la grandeza posterior del tianguis de Tlatelolco, que juzgó “tan gran mercado y con tanta concurrencia” que su comparación excedía sus plumas; su pasaje clásico da una idea de la escala y el orden que ya se incubaban desde el siglo anterior. 

1402: el Fuego Nuevo y el sentido del tiempo

En 1402, al cerrar el cuarto “siglo” de 52 años e iniciar el quinto, los mexicas celebraron la ceremonia del Fuego Nuevo en el Huixachtécatl (hoy Cerro de la Estrella). El rito condensaba angustia cósmica y renacimiento: se apagaban todos los fuegos, se rompían los utensilios, una procesión subía de noche con un cautivo, y a la medianoche se encendía un fuego nuevo —símbolo de que el mundo no había perecido— para reavivar templos y hogares. Trece días de fiestas, limpieza y estrenos sellaban el nuevo ciclo. (Texto base proporcionado por la usuaria.)

La arqueología y la historia de las religiones confirman el papel axial del Huixachtécatl en el rito, y ubican su última celebración con sacrificio en 1507. Estudios de INAH y monografías técnicas —como la tesis sobre el “Templo del Fuego Nuevo” en el Cerro de la Estrella y los trabajos de López Austin y López Luján— han documentado el centro ceremonial, su depósito ritual y la lógica calendárica que justificaba el “temor al fin del mundo” cada 52 años. 

“Para Iztapalapa —y para la ciudad entera— el Fuego Nuevo es memoria viva: sintetiza miedo y esperanza, oscuridad y amanecer”, explica la historiadora Beatriz Ramírez González, quien ha difundido el sentido cultural del Cerro de la Estrella en entrevistas de Radio INAH. Su lectura del rito como “patrimonio identitario” conecta el pasado mexica con comunidades contemporáneas que cada año reafirman su pertenencia al territorio. 

Techotlalla e Ixtlilxóchitl: advertencias de un rey moribundo

El prudente Techotlalla, rey de Acolhuacan, percibió la vejez y el riesgo: mandó llamar a su hijo Ixtlilxóchitl y le urgió a sostener amistad con los señores feudatarios y desconfiar del ambicioso Tezozómoc de Azcapotzalco. Murió en 1406, tras 49 años de reinado; en la coronación, Tezozómoc se ausentó deliberadamente para significar que no reconocía al nuevo soberano. (Texto base.)

Ese “momento de quiebre” coincide con la literatura académica que perfila el tránsito hacia la guerra tepaneca; aunque muchos hitos mayores ocurrirán en la década de 1420, la semilla del choque con Azcapotzalco —por la hegemonía del Valle— venía germinando desde estos años. 

Tezozómoc organiza la rebelión: dilemas de Huitzilihuitl

Tezozómoc tejió una confederación de descontentos y, pese a que los mexicas guardaban buena memoria de Acolhuacan, invitó también a Huitzilihuitl —quien, por parentesco y vasallaje, terminó entrando en la liga—. Para el tlatoani mexica supuso un dilema moral: los acolhuas habían sido aliados nobles; pero negarse implicaba arriesgar guerra con su suegro y señor. (Texto base.)

La presión de Azcapotzalco sobre Tenochtitlan y Texcoco ha sido tematizada por la historiografía moderna como un sistema de control político y tributario, con Tlatelolco jugando piezas de equilibrio comercial y militar. La documentación de tradición acolhua y crónicas indígenas posteriores (incluido Alva Ixtlilxóchitl) narra cómo se repartían tributos y mando entre los señoríos bajo la órbita tepaneca. 

La campaña: Ouauhtitlan y la muerte de Cuauhxilotl

Ante la ola de defecciones, Ixtlilxóchitl comprendió que debía mostrarse inflexible: alistó tropas leales y encomendó el ejército a Tochinteuctli; en caso de caer, lo sustituiría Cuauhxilotl, señor de Iztapallocan. Ambos ejércitos —rebeldes y leales— marcharon a la llanura de Ouauhtitlan. Aunque los tepanecas tenían superioridad numérica, los cuerpos texcocanos exhibieron mejor organización y disciplina; la guerra fue “sangrienta y variada”, y en una acción cayó intrépidamente Cuauhxilotl defendiendo la ciudad. (Texto base.)

La lectura militar comparada de Ross Hassig —referente para entender las campañas mexicas y acolhuas— enfatiza que la calidad organizativa, la logística y el uso del temor reputacional podían compensar desventajas numéricas, un rasgo que se percibe en esta campaña al norte de Azcapotzalco. 

Tres años de devastación y la paz sin condiciones

Durante tres años, la guerra “mató la agricultura y aniquiló pueblos”. Consciente de que las revoluciones largas favorecen a los gobiernos —por recursos y unidad de mando—, Tezozómoc ofreció paz a Ixtlilxóchitl: olvido general, sin castigos. El rey de Acolhuacan aceptó, aunque desconfiaba del carácter del tepaneca. Pesó la fatiga de sus vasallos y la posibilidad de que, de rechazar, la balanza se inclinara en su contra. Se retiraron las tropas y cada reino volvió a administrar en casa. (Texto base.)

Krauze ha insistido —en clave contemporánea— en la misión de la historia como “camino de comprensión y concordia”, una fórmula útil para leer este cierre: no fue una paz de justicia retributiva, sino de apaciguamiento para salvar a la gente y recomponer la vida material (siembra, comercio, reconstrucción). La Doctrina Social de la Iglesia, al priorizar el bien común y la dignidad de toda persona, hallaría en la decisión de Ixtlilxóchitl una preferencia por la paz concreta frente a la venganza, a riesgo de futuras ambiciones de Azcapotzalco. 

1409: muerte de Huitzilihuitl y reformas sucesorias

Pocos días después del armisticio, en 1409, murió por enfermedad Huitzilihuitl, tras veinte años de gobierno. Su reinado vio crecer a México-Tenochtitlan: leyes “acertadas”, impulso al comercio, casas nuevas y orden político. Confirmó además el derecho de la nobleza a elegir al sucesor más digno. Tras su muerte, se positivó una regla sucesoria: la elección recaería en un hermano, sobrino o primo del rey fenecido. (Texto base.)

Las crónicas y síntesis modernas difieren en la cronología del tlatoani (algunas colocan su muerte hacia 1417), pero el dossier que aquí seguimos fija 1409, fecha que también armoniza con genealogías acolhuas que sitúan la toma de poder de Ixtlilxóchitl tras la muerte de Techotlalla en 1406. La historiografía popular recuerda a Huitzilihuitl como gobernante que impulsó comercio de sal, algodón y redes lacustres, y como artífice de alianzas matrimoniales que tensaron, paradójicamente, la relación con Azcapotzalco. 

Voces, fuentes y contexto

  • Bernal Díaz del Castillo, cronista conquistador, dejó páginas insoslayables sobre el orden y magnitud del mercado tlatelolca, útiles para estimar el horizonte comercial que, un siglo antes, germinaba con la emulación México-Tlatelolco. (Ediciones críticas y accesos abiertos disponibles.) 
  • Arqueología del Fuego Nuevo: la función del Huixachtécatl y los depósitos rituales han sido estudiados por especialistas del INAH y por López Austin y López Luján; se confirma la centralidad del rito en ciclos de 52 años y su última ejecución con sacrificio en 1507
  • Guerra y organización: Ross Hassig analizó cómo la disciplina, logística y simbolismo del poder inclinaron la balanza en campañas con inferioridad numérica; su marco ayuda a entender por qué la “superioridad tepaneca” no garantizó victoria decisiva en Ouauhtitlan. 
  • Krauze y el sentido cívico de la historia: en el discurso “Quinto centenario”, reclama una historia que no exacerbe odios y sí “haga camino de comprensión y concordia”. Una clave para leer el pacto de 1409. 
  • Testimonio contemporáneo: Beatriz Ramírez González —difusora del patrimonio de Iztapalapa— describe el Fuego Nuevo como memoria viva de la ciudad, articulando pasado ritual con identidad presente. 

Conclusiones: política de la prudencia, economía del cuidado

  1. La política de la prudencia. Ixtlilxóchitl optó por la paz aun desconfiando de Tezozómoc. Fue una decisión de realismo: la guerra había destruido cosechas y diezmado pueblos. En lenguaje contemporáneo, priorizó la seguridad humana sobre la revancha. Esta elección, vista desde la Doctrina Social de la Iglesia, privilegia el bien común y la paz social sobre el castigo ejemplar.
  2. Economía del cuidado. La prosperidad agrícola y comercial previa —chinampas, canoas, mercados— muestra que el trabajo disciplinado y la competencia cívica (México vs. Tlatelolco) generaron excedentes y bienes públicos. Aun en tiempos de coerción imperial, hubo espacios de creatividad social que sostuvieron a la gente común.
  3. Ritual y tiempo social. El Fuego Nuevo no fue superstición irracional, sino un reloj social que renovaba compromisos domésticos y comunales (limpiar, reparar, estrenar, agradecer). En palabras de la historiografía moderna, el rito era tecnología simbólica para administrar incertidumbre y cohesionar a la comunidad. 
  4. Legado institucional. La ley sucesoria tras Huitzilihuitl —hermanos, sobrinos o primos— expresa una racionalización del poder: contener crisis dinásticas en contextos de guerra y alianza. Criterios de idoneidad y consenso nobiliario son formas tempranas de equilibrio político.

Con todo, la paz de 1409 fue un armisticio precario. Los vientos que Techotlalla avizoró seguirían soplando. Pero ese “intermedio de respiro” recuerda que, a veces, la grandeza política no está en la victoria total, sino en saber parar para que los pueblos —los de carne y maíz— vuelvan a sembrar, comerciar y vivir.

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.