En apenas tres años, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser un experimento en laboratorios a convertirse en el motor de una nueva era tecnológica. Según el informe Trends – Artificial Intelligence publicado en mayo de 2025 por Mary Meeker, Jay Simons, Daegwon Chae y Alexander Krey, el ritmo y el alcance de la evolución de la IA no tienen precedentes, superando incluso a la velocidad con la que internet se expandió a finales del siglo XX.
Hoy, con 5.5 mil millones de personas conectadas a la red y con modelos de lenguaje como ChatGPT de OpenAI —lanzado en noviembre de 2022—, el mundo enfrenta un cambio que no solo transforma industrias, sino que redefine cómo pensamos el trabajo, la educación y hasta la política internacional.
La aceleración del cambio
La IA se apalanca en tres factores fundamentales:
- Infraestructura global de internet: la penetración mundial pasó de 16% en 2005 a 68% en 2024, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Esta base permite que las nuevas aplicaciones de IA lleguen casi de inmediato a miles de millones de personas.
- Datos masivos: cada clic, búsqueda o transacción genera insumos para entrenar modelos cada vez más precisos.
- Interfaces accesibles: ChatGPT ofreció por primera vez una puerta de entrada sencilla, conversacional y gratuita. Como explicó Sam Altman, CEO de OpenAI: “Estamos ahora confiados en que sabemos cómo construir una inteligencia artificial general. Es un pronóstico, no un dictamen, pero refleja que los avances acortan la distancia entre la investigación y la capacidad de frontera”.
La comparación con el internet temprano resulta inevitable. Mientras que la web 1.0 se expandió de manera gradual y concentrada en EE.UU., la IA tuvo una irrupción global casi instantánea, con usuarios de distintas regiones adoptándola de forma simultánea.
El impacto en las empresas y los gobiernos
Las empresas ya no se preguntan si usar IA, sino cómo integrarla. ChatGPT Enterprise, por ejemplo, ofrece a corporaciones herramientas para acelerar la codificación, mejorar la comunicación y explorar soluciones a problemas complejos.
El informe revela que los sectores con mayor dinamismo en la adopción son:
- Tecnología y software: compañías como Anthropic, Meta y NVIDIA lanzan modelos masivos cada año.
- Educación y salud: se utilizan modelos para tutorías personalizadas y diagnósticos asistidos.
- Gobiernos: algunos desarrollan modelos soberanos para reducir dependencia tecnológica, con claras implicaciones geopolíticas.
Andrew Bosworth, CTO de Meta, lo definió así: “Estamos en una carrera espacial tecnológica. China y otros países son altamente capaces. No hay secretos, solo progreso. Y nadie quiere quedarse atrás”.
La dimensión humana: oportunidades y temores
La promesa de la IA se mide también en vidas cotidianas. En Monterrey, México, el programa comunitario de Starlink ha permitido que zonas rurales accedan a internet de alta velocidad. “No solo nos conectamos: ahora mis hijos pueden estudiar en línea y yo puedo vender artesanías sin depender de intermediarios”, cuenta María López, comerciante de artesanías.
Sin embargo, la otra cara de la moneda son los temores laborales. El informe cita que entre 2018 y 2025 los empleos en tecnologías de la información vinculados a IA crecieron 448%, mientras que los no relacionados disminuyeron 9%.
Para Javier Méndez, programador de 29 años en Guadalajara, la IA representa un reto: “Ahora un modelo puede hacer en minutos lo que antes me tomaba días. Si no me adapto, quedo obsoleto. Al mismo tiempo, me ayuda a ser más productivo. Es un arma de doble filo”.
La próxima frontera: AGI y los dilemas éticos
Más allá de los usos actuales, el documento anticipa la llegada de la Inteligencia Artificial General (AGI), sistemas capaces de razonar y aprender como un ser humano.
Los beneficios son enormes: desde investigación médica acelerada hasta robots humanoides capaces de transformar industrias. Pero también plantea dilemas éticos y sociales. ¿Quién controlará esta tecnología? ¿Cómo se evitará que profundice desigualdades?
El informe advierte que el impacto no será abrupto, sino gradual, y dependerá de los marcos de gobernanza. Aquí entra un principio clave: la centralidad de la persona humana. Como señala el papa Francisco en Laudato Si’, “la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder”.
La inteligencia artificial no es solo una innovación tecnológica: es un cambio civilizatorio. Tal como en su momento lo fue la imprenta o el internet, la IA redefine la forma en que pensamos, trabajamos y nos relacionamos.
El reto es doble: aprovechar su potencial para elevar la dignidad humana y el bien común, y al mismo tiempo evitar que se convierta en un instrumento de exclusión, manipulación o control.
La historia demuestra que las tecnologías no determinan por sí mismas el rumbo de la sociedad; son las decisiones humanas, guiadas por valores, las que marcan el destino.
Como dijo Brian Rogers, expresidente de T. Rowe Price, citado en el informe: “Estadísticamente hablando, el mundo no se acaba tan seguido. Lo emocionante no es lo que puede salir mal, sino lo que puede salir bien”.
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