¿América Latina está lista para las 40 horas?

El tiempo es un recurso finito. Mientras algunos países avanzan hacia semanas laborales de 40 horas o incluso menos, gran parte de América Latina se mantiene en el estándar de 48 horas semanales. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su Informe Técnico Nº 53: “Reducción de la jornada laboral: evolución global y desafíos para América Latina”, recuerda que la regulación de la jornada laboral no es un simple ajuste económico, sino un derecho laboral fundamental destinado a proteger la salud, equilibrar vida y trabajo, y promover sociedades más justas.

“Trabajar dignifica, pero también debe permitir vivir”, señala Sonia Gontero, coautora del informe, en una entrevista reciente. Y agrega: “El debate ya no es si reducimos horas, sino cómo lo hacemos de manera justa y sostenible”.

De la lucha obrera a la innovación social

El camino hacia jornadas más cortas tiene más de un siglo. Durante la Revolución Industrial, obreros podían laborar 14 o 16 horas diarias. Las primeras leyes en Europa y América Latina redujeron las horas de los niños y, posteriormente, de los adultos. En 1919, la OIT aprobó el Convenio Nº 1, que fijó el límite en 8 horas diarias y 48 semanales, un estándar que marcaría al mundo laboral durante décadas.

Países como Francia, Alemania y Estados Unidos avanzaron hacia las 40 horas semanales en la primera mitad del siglo XX, y a finales de los años noventa, Francia dio un paso más con su famosa jornada de 35 horas. Hoy, Europa debate semanas de cuatro días, mientras Japón y Corea limitan las horas extras para combatir una cultura laboral excesiva.

En contraste, América Latina apenas comienza a ensayar reducciones: Chile aprobó en 2023 la “Ley de 40 Horas” con una transición gradual hasta 2028; Colombia implementa desde 2021 una reducción progresiva hasta llegar a 42 horas en 2026; Ecuador fue pionero al establecer 40 horas en 1980. Sin embargo, la mayoría de los países mantiene el límite en 48 horas.

Salud, bienestar y productividad

La evidencia es clara: trabajar más de 55 horas semanales aumenta el riesgo de infartos y derrames cerebrales, según un estudio conjunto de la OMS y la OIT (2021). En Suecia, reducir la jornada en ciertas ocupaciones disminuyó en 15% la mortalidad en los seis años posteriores a la reforma. En Francia, pasar de 39 a 35 horas semanales redujo la adicción al tabaco.

Más allá de la salud, también se han registrado mejoras en la satisfacción personal y la vida familiar. Experimentos de semanas laborales de cuatro días en Islandia, Reino Unido y Nueva Zelanda reportaron menor ausentismo y mayor motivación de los trabajadores.

En términos de productividad, el impacto no siempre es negativo. De hecho, algunos estudios muestran que menos horas pueden incentivar la innovación y la eficiencia empresarial, evitando el desgaste humano y generando procesos más inteligentes. “La productividad por hora trabajada aumenta cuando se respetan los límites del cuerpo y la mente”, afirma el economista Pedro Gomes, autor del libro Friday is the New Saturday.

América Latina: entre la esperanza y la desigualdad

El gran desafío de la región no es solo legal, sino estructural. Según la OIT, más de la mitad de los trabajadores son informales en países como Perú, Bolivia o Guatemala, lo que significa que las regulaciones sobre tiempo de trabajo tienen un alcance limitado. En México, donde la jornada máxima es de 48 horas, se estima que uno de cada cinco empleados trabaja incluso más.

En sectores como el servicio doméstico, la situación es más precaria: muchos países no fijan límites claros de horas, lo que expone a miles de trabajadoras —en su mayoría mujeres— a jornadas extenuantes y mal remuneradas.

María de los Ángeles, empleada de limpieza en Ciudad de México, lo resume así: “Trabajo de lunes a sábado más de 10 horas diarias. A veces pienso que vivo en la casa donde trabajo más que en la mía. Reducir la jornada suena bonito, pero en mi caso nadie lo haría cumplir”.

El peso del diálogo social

La OIT insiste en que toda reforma debe ser fruto del diálogo entre trabajadores, empleadores y gobiernos. “No se trata de imponer, sino de construir consensos que permitan que la reducción horaria beneficie a todos”, afirma Sonia Albornoz, coautora del informe.

Los empresarios temen que una reducción abrupta incremente los costos laborales. Sin embargo, experiencias en Europa demuestran que acompañar la reducción con políticas de apoyo —subsidios, innovación tecnológica y flexibilidad organizacional— puede mitigar los impactos negativos.

En América Latina, la clave estará en fortalecer la inspección laboral, ampliar la cobertura de seguridad social y reconocer el trabajo de los sectores más desprotegidos.

Hacia un trabajo más humano

La reducción de la jornada laboral no es un capricho moderno, sino un paso coherente en la evolución del derecho al trabajo digno. En sociedades donde la familia, la comunidad y la espiritualidad son valores centrales, trabajar menos para vivir mejor no significa producir menos, sino apostar por la dignidad humana y el bien común.

México, como otros países de la región, enfrenta la oportunidad de actualizar su marco laboral. El reto no es solo recortar horas, sino garantizar que ese tiempo liberado se convierta en espacio para la familia, la formación y la vida comunitaria.

La pregunta que queda abierta es si nuestros gobiernos, empresarios y trabajadores estarán dispuestos a dar este salto. Porque, al final, reducir la jornada no es solo un tema de productividad: es un tema de justicia social y humanidad.

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.