Un papa entre misiles

En un mundo marcado por la tensión atómica y la lógica de bloques enfrentados, el Papa Juan XXIII ofreció en plena Guerra Fría una alternativa ética y espiritual a la carrera armamentista y al miedo colectivo. Su breve pontificado (1958-1963), que coincidió con momentos de máxima tensión global como la crisis de los misiles en Cuba, dejó una huella indeleble en la doctrina social de la Iglesia. Su legado más potente fue la encíclica Pacem in Terris (1963), una de las expresiones más audaces y universales del pensamiento católico contemporáneo sobre la paz.

Fue el primer gran documento papal dirigido no solo a los católicos, sino “a todos los hombres de buena voluntad”, inaugurando un nuevo lenguaje de apertura, humanismo y colaboración entre credos y culturas. Más que una carta encíclica, Pacem in Terris fue un manifiesto para la humanidad, un grito de razón, fe y justicia en medio del ruido de los misiles.

El repudio moral a la guerra total y la disuasión armada

En un contexto donde el equilibrio del terror nuclear era presentado como garantía de estabilidad, Juan XXIII desafió frontalmente esa noción. La encíclica afirma con claridad que “es absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir un derecho violado” en la era de la destrucción atómica. Si bien reconoce que muchos rechazan la guerra por temor a la devastación, el Papa sostiene que es necesario rechazarla por convicción moral, no solo por conveniencia estratégica.

Juan XXIII elogió el creciente deseo de la humanidad de resolver disputas por medio de la negociación, pero advirtió que no se puede cimentar una paz duradera en la “paz armada”, sino en la confianza, la justicia y el desarme integral. Así, propuso sustituir la lógica de la disuasión por un orden nuevo basado en la mutua confianza, anticipándose con décadas de lucidez a los debates sobre seguridad global y desarme.

Derechos humanos como pilar de la paz

Por primera vez, la Iglesia católica incluyó en un documento magisterial una enumeración explícita de los derechos humanos fundamentales. Juan XXIII afirmó que

todo hombre es persona… sujeto de derechos y deberes universales e inviolables”.

Entre ellos se enumeraron el derecho a:

  • la vida y la integridad corporal,
  • la libertad religiosa,
  • la educación,
  • el trabajo digno,
  • la participación política.

Este enfoque hizo eco de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU (1948) y consolidó un lenguaje común entre la fe cristiana y los principios del derecho internacional contemporáneo.

Además, la encíclica condenó toda forma de discriminación por raza, género o credo, alineando la doctrina católica con la defensa moderna de los derechos humanos y ampliando su horizonte de acción hacia una cultura de paz inclusiva y global.

Un orden internacional al servicio del bien común

Pacem in Terris va más allá de un rechazo a la guerra: propone un nuevo orden internacional basado en justicia, verdad, amor y libertad. Juan XXIII defendió con claridad el papel de las Naciones Unidas y el fortalecimiento de mecanismos multilaterales que superaran la lógica de bloques y de poder hegemónico.

El Papa instó a reemplazar “el derecho de la fuerza” por la “fuerza del derecho”, señalando que el sistema internacional no podía seguir rigiéndose por el instinto de supervivencia o por el anarquismo político entre Estados. Su propuesta fue pionera: crear una autoridad política mundial capaz de proteger efectivamente el bien común global, anticipando ideas desarrolladas décadas después en el pensamiento social contemporáneo.

Gesto y palabra: su rol en la Crisis de los Misiles y el diálogo interreligioso

La autoridad moral de Juan XXIII no se limitó a la pluma. En octubre de 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, cuando el mundo estuvo a punto de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la URSS, envió mensajes urgentes al presidente John F. Kennedy y al premier Nikita Jrushchov implorando moderación. Su intervención fue reconocida posteriormente como clave para desactivar el conflicto.

Además, abrió las puertas del Vaticano a representantes judíos y de otras confesiones religiosas, buscando sanar heridas históricas tras el Holocausto y abrir una nueva etapa de diálogo interreligioso. Fue un gesto sin precedentes que marcó el inicio de una diplomacia espiritual abierta y reconciliadora.

Su muerte en 1963 fue sentida a nivel global. Un editorial de la época lo llamó:

Juan el Bueno, el Papa de la paz”.

Pacem in Terris sigue siendo hoy una carta magna de la doctrina católica sobre los derechos humanos y la paz positiva. Su impacto trascendió a la Iglesia para convertirse en patrimonio ético de toda la humanidad. En palabras del propio documento, la paz no es solo la ausencia de guerra, sino un orden querido por Dios fundado en verdad, justicia, amor y libertad.

A 60 años de su publicación, su vigencia sigue siendo urgente. En un mundo donde resurgen los conflictos armados, el nacionalismo excluyente y la tentación del poder por el poder, el mensaje de Juan XXIII resuena como un faro moral que nos recuerda que la paz no es un equilibrio de fuerzas, sino una decisión humana por el bien común.

 

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