Cónclave: entre el luto y la esperanza

La Iglesia llora a Francisco y se prepara para elegir al próximo papa

I. El clima de duelo y desconcierto

“El clima que estamos viviendo es todavía de luto, de tristeza y de desconcierto”. Así inicia Rodrigo Guerra, filósofo mexicano y secretario del Dicasterio para América Latina, al ser entrevistado en Roma en el contexto del fallecimiento del Papa Francisco. Su voz refleja no solo el pesar institucional de la curia romana, sino también una conmoción más profunda: la pérdida de una figura paterna, cercana, que supo reeducar a la Iglesia para vivir el Evangelio desde las entrañas de la misericordia.

“Su paternidad nos marcó no solamente a los miembros de la Curia, sino a toda la Iglesia”, afirmó. No se trata, explica, solo de su figura de autoridad, sino de la manera en que Francisco convirtió la vida cristiana en un testimonio vibrante, desafiante y humanizador.

Durante el funeral, Guerra estuvo presente en el altar. “De repente giré la cabeza y vi la Plaza de San Pedro: había más de 250 mil personas, católicos, no católicos, creyentes y no creyentes, procedentes de todas partes del mundo. Y fue impresionante ver cómo todos lloraban. Ese último adiós colectivo dice mucho del efecto que tuvo este Papa en la humanidad”.

II. Un legado de gestos, no de discursos

Para Rodrigo Guerra, el legado más poderoso del Papa Francisco no está en sus documentos o discursos —aunque ricos en contenido— sino en sus gestos. “Su principal catequesis no fueron las palabras, sino su vida”, afirma. “Abrazar a un paciente terminal, besar los pies de líderes enfrentados para rogar la paz, recibir a una pareja irregular, a un no creyente o a un político contrario… eso es lo que más nos enseñó”.

Ese testimonio, según Guerra, tiene una fuerza que traspasa la lógica mediática o doctrinal: “En tiempos donde se privilegian los encuentros virtuales, que 250 mil personas se hayan congregado físicamente para despedirlo demuestra el impacto real de su vida”.

Este legado, añade, no es invención de Francisco, sino continuidad de una línea que ya venía con Juan Pablo II y Benedicto XVI: el redescubrimiento de la misericordia como centro del anuncio cristiano. “Pero Francisco lo vivió con un nuevo vigor, con una osadía que desarma incluso al más indiferente”.

III. El Papa que conectó con las redes… y con los corazones

Rodrigo Guerra recuerda con claridad cómo, al poco tiempo del inicio del pontificado de Francisco, los medios digitales comenzaron a experimentar una especie de resurrección espiritual. “Me invitaron a un medio de comunicación digital, y los analistas estaban sorprendidos: las redes habían estado tranquilas con Benedicto XVI, a pesar de su enorme riqueza teológica. Pero con Francisco todo estalló. Su figura generaba identificación, ternura, expectativa. Era como si Cristo estuviera actuando a través de sus gestos”.

No se trataba solo de carisma, sino de autenticidad. “No era un Papa diplomático, ni teólogo, ni estratega. Era, simplemente, un testimonio viviente del Evangelio. Eso fue lo que nos educó a todos”.

IV. El próximo Papa: más que carismático, debe ser pastor

En medio del discernimiento que viven los cardenales en Roma, la pregunta inevitable es: ¿qué tipo de Papa necesita hoy la Iglesia? Guerra no duda: “Se necesita un pastor. No importa tanto si tiene carisma para las masas. Lo que importa es que tenga corazón de padre”.

E insiste: “Hemos tenido Papas carismáticos como Juan Pablo II y Francisco. Pero lo que se necesita ahora es alguien que sepa guiar, acompañar, escuchar. Que siga construyendo esa Iglesia que abraza incluso a los incoherentes. Esa es la clave del Evangelio”.

El perfil ideal no es el de un político ni el de un burócrata eclesiástico, sino el de alguien que continúe la pedagogía del encuentro, del diálogo, del abrazo. “Francisco viajó a los lugares más remotos, incluso cuando parecían inútiles. En Mongolia —donde hay apenas unos miles de católicos— descubrió un pastor y lo nombró cardenal. Eso nos dice que el centro puede iluminarse desde las periferias”.

V. Un Colegio Cardenalicio preparado para continuar

Hoy, el Colegio Cardenalicio tiene una configuración notablemente plural, gracias a las decisiones del propio Francisco. “La mayoría de los cardenales fueron creados por él. Son diversos, sí, pero muchos están profundamente comprometidos con el Concilio Vaticano II y con la reforma sinodal”, afirma Guerra.

Ante los análisis que intentan dividir la elección entre “conservadores” y “progresistas”, Guerra responde con firmeza: “Eso no tiene sentido. Lo que hay es una continuidad en la tradición viva de la Iglesia. La sucesión apostólica no es un simple cambio de administración: es un proceso guiado por el Espíritu Santo. Y la mayoría de los cardenales lo sabe”.

El próximo Papa, añade, muy probablemente será alguien que continúe el camino trazado por Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. “No será un salto al vacío, sino un paso firme en la misma dirección: una Iglesia más evangélica, más misericordiosa, más abierta”.

VI. Testimonio humano: Claudia Pérez, una despedida con lágrimas

Claudia Pérez, una mujer mexicana de 46 años, viajó desde Guadalajara hasta Roma para despedir al Papa Francisco. “No lo conocí en persona, pero me cambió la vida”, confiesa. Durmió en la calle la noche anterior al funeral y esperó seis horas para ingresar a la Basílica.

“Francisco me enseñó que Dios me amaba incluso en mis peores errores. Era como un padre. Lloré como si se hubiera muerto alguien de mi familia”.

Para Claudia, como para millones en todo el mundo, la figura de Francisco ha dejado una huella imborrable. “Ahora rezo para que el nuevo Papa también nos abrace con esa misma ternura”.


CONCLUSIÓN: Una Iglesia que no regresa, sino que sigue avanzando

Rodrigo Guerra concluye con una certeza: “La continuidad en la Iglesia no es repetición, es fidelidad dinámica”. La herencia de Francisco no es una nostalgia, sino un llamado. “El próximo Papa debe ser capaz de mirar hacia adelante con los ojos del Evangelio, no con las categorías de la política”.

En tiempos de fragmentación, indiferencia y desencanto, la Iglesia necesita un pastor que, como Francisco, abrace a todos, incluso a los que no saben que necesitan un abrazo.

Porque como él mismo decía: Jesús ofrece un gesto de amor, amistad y misericordia… a todos, todos, todos.

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