Quiero dedicar este artículo a Don Fortunato Álvarez Enríquez, hombre ejemplar, católico comprometido y ciudadano activo, en toda la extensión de la palabra.
A fin de que podamos iniciar esta reflexión con un concepto que nos permita entender de que es lo que estaremos hablando, me permito compartir este párrafo de un artículo publicado por ACIPRENSA (https://www.aciprensa.com/recurso/2659/que-es-un-sinodo): “Etimológicamente hablando la palabra “sínodo”, derivada de los términos griegos syn (que significa “juntos”) yhodos (que significa “camino”), expresa la idea de “caminar juntos”. Un Sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir experiencias, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal.”
Por otro lado, los Sínodos pueden ser generales o universales, cuando son convocados por el Papa para toda la Iglesia, nacionales o continentales, para tratar problemas regionales, o diocesanos convocados por el Obispo correspondiente para revisar cuestiones locales; y no se trata de un evento per se, sino que, una vez convocado, la duración de este se va dando conforme se avance en los diálogos y las conclusiones esperadas.
Pues bien, el 10 de octubre de 2021, el Papa Francisco convocó a la Iglesia Católica al Sínodo de la Sinodalidad, llevando como tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, y se han celebrado dos Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos en Roma, una en octubre de 2023 y la otra en octubre de 2024. Ahora le tocará al Papa León XIV concluir con los trabajos y acuerdos.
En nuestra Diócesis particular, la de Mexicali, el Obispo Enrique Sánchez Martínez, ha convocado a los Sacerdotes, Religiosos, Religiosas y laicos a realizar el Primer Sínodo Diocesano, dando inicio con la celebración de la Santa Misa el pasado domingo 29 de junio, en la celebración de San Pedro y San Pablo.
Nuestro Obispo, consideró para la convocatoria al Sínodo, que nuestra Diócesis tiene casi 60 años de haber sido erigida, que, si bien en ese tiempo ha alcanzado una madurez pastoral, a la vez tiene la necesidad de seguir creciendo y formándose en la vida cristiana, por lo que encontró “la necesidad de entrar en una etapa de diálogo, escucha y discernimiento para dar una respuesta adecuada, eficaz y encarnada en los valores del Evangelio a la realidad y desafíos de nuestras comunidades”.
En su DECRETO, hecho público durante la ceremonia de inicio del Sínodo, Monseñor Sánchez Martínez, señaló que este Primer Sínodo Diocesano se realizaría “con la finalidad de fomentar la participación de la Iglesia local para que, identificando los desafíos y oportunidades pastorales, tomemos decisiones de común acuerdo para avanzar en la Misión Evangelizadora”.
Ante estos dos acontecimientos, los católicos que vivimos en esta región, cuya Diócesis abarca los municipios de Mexicali y San Felipe en Baja California, y San Luis Río Colorado, Puerto Peñasco y Sonoyta en el estado de Sonora, estamos viviendo un tiempo inédito, pues no nos es común que se desarrollen dos Sínodos a la vez.
Esto debe llenar de esperanza a la Iglesia y a quienes profesamos esta fe, primero, al darnos cuenta del interés de nuestra jerarquía por escuchar a sus fieles, y juntos caminar hacia el futuro; y por otro lado, debemos también estar esperanzados en los resultados que ambos Sínodos nos arrojen, pues tienen la visión de una Iglesia en comunión, participativa y que entiende y proyecta su misión.
Todos, en un momento dado, seremos llamados para ser escuchados y juntos, discernir el mejor camino para cumplir con la misión evangelizadora a la que hemos sido enviados como Iglesia de Dios.
Es mi opinión, ésta es una oportunidad que no puede ser desperdiciada por los católicos, particularmente los de la diócesis de Mexicali, debemos atender el llamado de nuestro Obispo y de nuestros Sacerdotes, y participar activamente en todas y cada uno de los eventos de nuestro Sínodo. Es nuestra oportunidad de ser constructores de una Iglesia particular más comprometida, más activa y que viva plenamente los principios y valores del cristianismo.
No olvidemos también, que ser buenos católicos nos llama a ser los mejores ciudadanos.
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