AMLO postmoderno y el sueño opositor

 El verdadero triunfo de los nuevos déspotas se da cuando en la propia sociedad se desploma el interés por la verdad, cuando no hay criterios ya para distinguir entre las apariencias y la realidad.


Sumar con verdad


No es fácil caracterizar a Andrés Manuel López Obrador. Héctor Zagal y Alejandro Trelles escribieron hace 16 años un libro en el que intentaban descifrarlo: AMLO. Historia política y personal del Jefe de Gobierno del D.F. Lamentablemente, este brillante libro no fue actualizado con el correr de los años. En aquella época, quien hoy ocupa el Palacio Nacional, parecía ser un nacionalista revolucionario, es decir, un hombre que, admirando a Hidalgo, a Juárez y a Cárdenas recogía algunos de sus valores. AMLO de algún modo representaba ese tipo de priismo resentido que, derrotado por los tecnócratas, tenía que operar a través de una nueva agrupación de “izquierda”: el PRD.

Sin embargo, más pronto que tarde, algunas señales comenzaron a mostrar que, si bien existe una herencia como la descrita pesando en los hombros del habitante del Palacio, en su cabeza se ha operado una mutación propiamente postmoderna. El racionalismo propio de los viejos liberales mexicanos, de repente, no compareció. Hemos sido testigos, al contrario, de grietas que dibujan otra cosa: recurrente uso de lenguajes y signos religiosos; desprecio a la comunidad científica y artística nacional; comprensión limitada de las políticas públicas; promoción activa del “capitalismo de cuates”; desprecio a la sociedad civil organizada; amplia tolerancia a líderes del narcotráfico, y lo más importante, escasa capacidad de escucha, de diálogo y de construcción de unidad en tiempos de pandemia y recesión global.

Hanna Arendt intuyó que los autoritarismos y totalitarismos de izquierda o de derecha suelen tener vicios comunes. Sin embargo, advirtió algo más, adelantándose a su tiempo. El verdadero triunfo de los nuevos déspotas se da cuando en la propia sociedad se desploma el interés por la verdad, cuando no hay criterios ya para distinguir entre las apariencias y la realidad: “El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existen la distinción entre el hecho y la ficción, y la distinción entre lo verdadero y lo falso”, decía la filósofa judía.

Hoy México necesita acotar el exceso de poder concentrado en López Obrador. Pero esto no será posible sin hombres y mujeres convencidos de que la realidad, más allá de las percepciones, reclama ser atendida como parámetro para la acción. El anhelo de construir un frente amplio opositor ronda en los pasillos de distintos círculos partidistas, empresariales y sociedad-civilistas. Esto abrirá una esperanza si se suman algo más que dinero y un pretendido plan estratégico. Hoy necesitamos un disparador cultural que nos despierte de la ensoñación y nos permita acompañar y modelar un movimiento inédito, sumamente plural, que, entre otras cosas, supere el momento postmoderno de Andrés Manuel y no recaiga de nuevo en errores similares. Sumar es el reto. Pero sumar no es suficiente. Habrá que enamorarse además de la verdad. La verdad cruda, desnuda, desarmada. La verdad que nos hermane por un tiempo. La verdad que nos permita posponer nuestras banderas más extremas, y caminar junto con otros para recuperar el bien común. Que esto es posible, es nuestro sueño y nuestra esperanza.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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