La burbuja del cristal roto

La situación por la que pasa el municipio San Pedro Garza García no se compara a la que se vivía en años anteriores.



El municipio modelo de México, San Pedro Garza García, atraviesa una espiral de violencia que no da tregua.

Quienes viven en otros estados del país, sería bueno echar un vistazo a lo que pasa en Nuevo León, no tan diferente a lo de otros lugares.

Aquí la gota que derramó el vaso fue el asesinato de un joven afuera de centro comercial y a plena luz del día por negarse a entregar su reloj a los delincuentes.

Analistas publican sus opiniones señalando causas posibles que van desde la falta de estrategia policial, hasta venganzas políticas y reacomodos de mafias.

En situaciones como la actual, donde la realidad muchas veces se construye a base de suposiciones o conjeturas, es necesario tomar conciencia también de la responsabilidad que tenemos cada uno por nuestra ciudad.

Quien nació o vivió en San Pedro en los años 60, 70 y 80 no puede negar la paz y armonía que se respiraba.

Cuántos de nosotros llevamos grabadas aquellas imágenes de hogares rodeados de jardines sin bardas ni murallas. Cómo olvidar las casas que ni se tomaban la molestia de cerrar con llave la puerta principal.

La única respuesta a todo esto se llamaba “confianza”. Confianza en la policía, en las autoridades, en los vecinos.

Si vamos más a fondo encontramos que toda esa confianza se basaba en una causa: la ética de la responsabilidad.

En aquel tiempo, no sólo en San Pedro sino en todo Nuevo León se tenía claro el binomio ético-responsabilidad, es decir, la sólida convicción de que (ciudadanos y gobernantes) somos responsables unos de otros, y no podemos (ni debemos) permanecer indiferentes hacia la gente que nos rodea.

En palabras del filósofo Umberto Marsich: “El hombre político “auténtico” no puede actuar sin apoyo en sus convicciones, sin una inspiración espiritual que funde en él su sentido de hombre y de ciudad, y en último término, un cierto sentido de la historia”.

Lo anterior explica en buena medida por qué la seguridad de nuestro municipio (y seguramente de muchos otros) se nos fue de las manos. Porque cuando se pierde el objetivo ética-responsabilidad o no se cumple a cabalidad, surge el efecto domino: Las fichas van cayendo una por una.

Así San Pedro fue cayendo poco a poco. Al ir olvidando los ciudadanos el sentido de “hombre-ciudad-convicciones”, nos fuimos encerrando en burbujas de cristal. Pasamos de ser seres sociales, amigables, serviciales, a entes más individualistas y utilitaristas.

Fue en los años 90 cuando abrimos de par en par la puerta a la cultura del consumismo, de las apariencias, del complicado estatus social que nos llevó incluso a la ambición desmedida e insaciable.

Un ejemplo fue la voracidad de algunos desarrolladores. Era claro que San Pedro debía desarrollarse más, avanzar, pero también era preciso hacerlo con orden y bien planeado, afectando lo menos posible a sus habitantes. Eso no se logró. Hubo corrupción y desorden, y una gran dosis de mentalidad según la cual “todo (el municipio) está a disposición del mejor postor”.

Como era de esperarse, el sentido de ciudad se fue desmoronando y la burbuja de cristal no soportó la presión; terminó por quebrarse, dejándonos a la intemperie de una ciudad mal planeada, egoísta y violenta.

En un abrir y cerrar de ojos pasamos de la ética de la responsabilidad a la ética de las consecuencias (esas que hoy tenemos que resolver y que tantas vidas han costado).

Por eso la pregunta obligada sería: ¿Se puede regresar la paz a San Pedro? ¿Se podrá a todo el país?

Creo que usted como yo en el fondo sabemos que sí, aunque no es tarea fácil, tampoco imposible.

Un buen inicio de los ciudadanos sería tratar de entender que no es aconsejable seguir metidos en nuestra burbuja de cristal, porque el cristal es frágil y se rompe, como tristemente se rompió en el municipio algún día modelo de México.

Y a nuestras autoridades decirles que de nada sirve gobernar, como diría Marsich, sin una inspiración espiritual que funde en ciudadanos y gobernantes el sentido de “hombre-ciudad-convicciones”, y en último término, un cierto sentido de historia.

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