Hay que alzar bien el oído y cuidar lo que hagan nuestros congresistas, pues más allá del desabasto de combustible no sabemos qué leyes vayan a pasar.
Ah, las comidas con amigos, y más si tienen escuincles, perdón, bendiciones de la misma edad que uno, son eventos que las ñoras disfrutamos enormemente. No sólo podemos intercambiar recetas, chismes y recomendaciones de nutriólogas –admitamos que es un must en nuestros propósitos de Año Nuevo–, además, convivimos con los ñores, comentamos anécdotas de nuestra juventud –que tenemos muy frescas porque no ha pasado mucho rato– y sobre todo, dejamos a nuestras bendiciones jugar… hasta que se descubre el silencio.
Una de nosotras es la primera en notarlo, alerta a las demás que nos enderezamos en la silla y tratamos de oír atentamente, procedemos a silenciar a los ñores, y repetimos el gesto de levantar oreja, si no oímos nada, procedemos a levantar una ceja y luego, a levantarnos a toda velocidad. Los mexicanos deberíamos levantar oreja y voltear a ver qué están haciendo nuestros chiquillos del Congreso.
Ahora que a crisis de la gasolina ha encendido muchas mechas, ninguna que prenda en verdad porque una buena bomba molotov necesita gasolina –no se asusten, esta ñora es de mundo amplio pero no ha aventado ninguna hasta hoy–, hay gente que dice que se aprovechen las largas filas para pensar por qué se votó en julio pasado y, que se acuerden para la siguiente votación en el 2021 para bloquear al un-día-digo-una-cosa-y-mañana-otra. Si esta ñora hubiera ido en auto cuando oyó eso, hubiera dado un enfrenón de esos que gastan gasolina. ¿Y los actuales diputados?
Esta ñora sabe –y no admitirá si porque lo vivió o le contaron– que de 1997 al 2018 las cámaras mantuvieron una representación más o menos variada que permitió cierto balance más o menos democrático y le dio un golpe, que parecía fatal, al peor monstruo de nuestras pesadillas: el presidencialismo.
Olvidarnos de vigilar, de contactar, de presionar a los 500 miembros de la Cámara de diputados (o cada quien el que toca y luego repartimos los pluris) es alimentar al presidencialismo. Es hacer al bebé presidente otra vez uno de esos bebés cuyas piernitas estaban tan gorditas que daban ganas de comerlas como embutidos, y que hoy cualquier ñora sabe que eso no es signo de salud sino de potenciales enfermedades.
El error de olvidar a los diputados y senadores no es nuevo, las ñoras y ñores que fueron nuestros padres no lo hicieron de la manera constante durante los pasados veinte años. Dejemos eso claro antes de que los quejumbrosos habituales empiecen con su cantaleta favorita de ¿y cuándo x hizo j tú qué hacías? Y también dejemos claro que el hecho de que parezcan más juguetes del hago-berrinche-como-bebé-si-me-contradicen que hoy encarna el presidencialismo, no debería desanimarnos, hay signos pequeños pero alentadores. Quizá algunos quieren dejar de ser juguetes, tal vez no los 500, pero sí el número suficiente para no tener que esperar hasta las siguientes elecciones para tener la oportunidad de derrotar al presidencialismo.
Esta ñora sale corriendo a ver qué están haciendo los traviesos en la Cámara con la ley de la Guardia Nacional para empezar, no vaya a terminar el país como a la vez que no corrimos a tiempo y la tina se desbordó porque los escuincles querían probar un barquito. Sí, fueron escuincles que hasta que se durmieron volvieron a ser bendiciones.
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