Mientras en Roma se discuten motu proprios, cánones y estatutos, en los centros del Opus Dei suena el despertador a la misma hora de siempre. Las numerarias y numerarios bajan al oratorio, rezan, desayunan y salen a la oficina, a la universidad o al hospital. Los agregados —que viven normalmente con sus familias o solos— combinan el trabajo con la oración y el apostolado en sus entornos ordinarios.
Entre 2022 y 2025, las decisiones de Francisco y León XIV han cambiado la arquitectura jurídica de la Prelatura. Pero ¿qué ha pasado en la vida cotidiana de quienes han entregado su vida a Dios en el Opus Dei sin casarse, viviendo el celibato apostólico?
Lo que Roma ha dicho… y lo que no ha dicho
Los documentos oficiales han sido claros en un punto: el motu proprio de 2022 “no introduce directamente modificaciones en el régimen interno de la Prelatura, ni en las relaciones con los obispos diocesanos”, sino que se limita a ajustar su encuadre en la Curia y a reforzar la dimensión carismática.
De hecho, la propia Prelatura ha repetido en varias ocasiones que la adaptación de los Estatutos no toca la esencia de la vida de los miembros, sino que pretende “tutelar el carisma” de santificar el trabajo y la vida ordinaria.
Eso significa que para numerarios y agregados no hay cambios en sus compromisos espirituales:
- oración diaria,
- misa cada día,
- lecturas espirituales,
- rosario,
- dirección espiritual y medios de formación,
- vida de trabajo profesional seria y servicio apostólico en su entorno.
El fin del Prelado-obispo: un símbolo que habla al corazón
Donde sí ha habido un golpe simbólico fuerte es en la figura del Prelado. Que ya no sea obispo —por decisión de Francisco recogida en Ad charisma tuendum— ha sido leído por algunos como un descenso de “estatus”. Pero el propio Papa lo justificó como un modo de reforzar una forma de gobierno “fundada no tanto en la autoridad jerárquica, sino sobre todo en el carisma”.
Para numerarios y agregados, esto se traduce en una llamada a vivir más la lógica de familia espiritual que la de “miniestructura diocesana”. En lugar de identificarse con la imagen de una prelatura poderosa, se les recuerda que su vocación es servir, no mandar; acompañar, no controlar.
En la práctica, el cambio más visible es que el Prelado ya no ordena como obispo a los nuevos sacerdotes del Opus Dei: debe invitar a otro obispo. Un ajuste que, en términos de vida diaria, apenas se nota, pero que subraya la dependencia de la Prelatura respecto al conjunto de los pastores de la Iglesia.
María, numeraria desde los 22 años, cuenta que al principio recibió las noticias con inquietud: “Cuando salió Ad charisma tuendum y luego lo de los cánones, algunas amigas me mandaban links diciendo: ‘¿Y ahora qué van a hacer ustedes?’. Yo también tenía miedo de que todo esto acabara siendo una especie de castigo. Pero en mi día a día no cambió nada: sigo atendiendo el centro, trabajando como contadora y acompañando a chicas de la universidad”.
Lo que sí cambió fue su mirada sobre la autoridad: “Cuando leí que el Papa quería que el Prelado fuera ‘sobre todo un padre’, sentí que me devolvían algo muy de San Josemaría. A veces nos habíamos acostumbrado a ver al Prelado como ‘nuestro obispo’, casi como un escudo. Ahora lo veo más como un guía que nos ayuda a vivir el evangelio, no como alguien que tenga que defendernos de la Iglesia.”
Rutinas que permanecen, tentaciones que cambian
Si algo caracteriza la vida de un numerario o agregado es la regularidad: horarios, normas de piedad, trabajo serio, apostolado discreto. En ese sentido, la reforma no ha tocado la “gramática” de su día a día.
Pero el contexto sí ha cambiado:
- Mayor escrutinio mediático sobre el Opus Dei;
- Debates en redes sobre abusos, poder y transparencia;
- Juventudes más sensibles a la coherencia y menos tolerantes con la opacidad institucional.
En este escenario, la tentación ya no es tanto “sentirse élite” como replegarse defensivamente. Varios numerarios jóvenes confiesan que les cansa tener que “dar explicaciones” por decisiones que vienen de arriba. Para muchos, la clave ha sido volver al núcleo: ¿por qué estoy aquí? ¿por quién vivo el celibato, la pobreza y la obediencia?
Una llamada a la conversión, no sólo a la obediencia
Desde la Doctrina Social de la Iglesia, la reforma invita a una lectura exigente:
- Dignidad de la persona: la primera fidelidad no es a la institución, sino a la conciencia rectamente formada, al respeto a la dignidad propia y ajena.
- Primacía del bien común: el carisma no puede usarse para esconder errores o abusos; debe estar al servicio de la verdad y la justicia.
- Subsidiariedad y participación: que los estatutos hayan sido trabajados con consulta a todos los miembros es un paso hacia estilos de gobierno más participativos y menos verticales.
Para numerarios y agregados jóvenes, esto se traduce en una pregunta muy concreta: ¿cómo puedo vivir una obediencia adulta y responsable? No se trata de repetir consignas, sino de rezar, discernir, preguntar cuando algo no cuadra, y al mismo tiempo mantener la unidad con el Papa y la Iglesia.
Santidad “sin blindaje”
En un mundo donde la lógica del poder —también dentro de la Iglesia— puede contaminar todo, la reforma del Opus Dei actúa como una llamada a la santidad “sin blindaje jurídico”. Numerarios y agregados están invitados a redescubrir su vocación como un servicio humilde, sin escudarse en títulos ni privilegios, viviendo el Evangelio en el trabajo, en el tráfico, en las juntas, en la atención a las personas.
En términos muy mexicanos: menos “palanca”, más servicio. Menos preocupación por “cómo nos ven”, más por cómo tratamos a los demás, especialmente a los más vulnerables, en coherencia con la Doctrina Social de la Iglesia.
Si el carisma del Opus Dei sigue vivo, no será por los motu proprios, sino por la fidelidad silenciosa de miles de numerarios y agregados que, como María, siguen despertando, rezando y trabajando cada día como si Dios los esperara —como decía el fundador— precisamente ahí.
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