Rechacemos la guerra de palabras e imágenes

En su primer encuentro oficial con los periodistas tras su elección, el Papa León XIV ofreció un discurso de notable profundidad espiritual, claridad ética y agudo sentido de la realidad. Reunidos en la Sala Clementina del Vaticano, comunicadores de todo el mundo escucharon de labios del nuevo pontífice un llamado urgente: “desarmemos la comunicación”, dijo, “y contribuiremos a desarmar la Tierra”.

Este encuentro, que tradicionalmente simboliza el comienzo de una relación entre el Papa y la prensa internacional, adquirió una carga especial en el contexto del actual pontificado. León XIV, el primer Papa estadounidense y miembro de la Orden de San Agustín, ha sido desde su elección identificado con una línea de continuidad respecto al legado de Francisco: una Iglesia misionera, sinodal, abierta al mundo, defensora de los pobres… y ahora, también, de la libertad de prensa.

Un mensaje de paz… y de combate ético

El Papa inició con humor (“Dicen que cuando aplauden al principio no importa mucho… si al final siguen despiertos…”) para luego abordar con firmeza los desafíos de la comunicación en tiempos de guerra, polarización y desinformación. Citando el Sermón de la Montaña, recordó que “bienaventurados los que trabajan por la paz”, y definió esta vocación como propia también del periodismo: “la paz comienza en el modo en que miramos, escuchamos y hablamos de los demás”.

En un gesto que provocó aplausos espontáneos, el pontífice expresó su solidaridad con los periodistas encarcelados por intentar contar la verdad. Exigió su liberación inmediata y defendió con valentía el derecho de los pueblos a estar informados: “solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres”.

Periodismo con alma, contra la “torre de Babel”

Uno de los fragmentos más intensos del discurso se refirió al papel cultural del periodismo en el siglo XXI. León XIV denunció la “torre de Babel” contemporánea —confusión de lenguajes sin amor— y exhortó a construir ambientes digitales y humanos de diálogo, con una comunicación que no solo informe, sino forme.

El Papa abordó, además, un tema central de su incipiente magisterio: la inteligencia artificial. Reconoció su “potencial inmenso”, pero advirtió que requiere “responsabilidad y discernimiento” para ser orientada al bien común. En ese marco, instó a los comunicadores a elegir el camino de la “comunicación de paz”, atenta a los más débiles y libre de prejuicios, fanatismo y odio.

Continuidad con Francisco y nueva sensibilidad agustiniana

El discurso reafirma la profunda sintonía de León XIV con el estilo y las prioridades de Francisco. En sus palabras resuena el eco de mensajes anteriores sobre la paz, la inclusión y la dignidad humana. Pero también aparece con nitidez su sello personal: una espiritualidad marcada por el pensamiento agustiniano, que privilegia la interioridad, la comunidad y la caridad.

El Papa aludió explícitamente al legado de San Agustín al destacar que los tiempos buenos nacen de una vida buena: “Nosotros somos los tiempos”, citó. Esto apunta a un pontificado en el que la transformación espiritual precederá a cualquier reforma estructural.

Un mensaje a los comunicadores… y al mundo

León XIV cerró su alocución reiterando su esperanza: que las jornadas compartidas con la prensa, desde la Semana Santa hasta el cónclave, hayan despertado en todos un “deseo de amor y de paz”. Y lanzó un compromiso: “una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada diferente sobre el mundo”.

No fue un discurso técnico ni diplomático. Fue un mensaje pastoral, apasionado, casi profético. En un momento de tensiones globales, guerra de narrativas y manipulación informativa, el Papa ha elegido hablar con los periodistas no solo como fuente de noticias, sino como interlocutores en la misión de la verdad. Un gesto que marca el tono de un pontificado dispuesto a dialogar… pero sin ceder en la exigencia ética.

HOMILÍA ÍNTEGRA DEL PAPA LEÓN XIV A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

(Se presenta íntegramente como fue compartida por el Vaticano)

¡Buenos días! ¡Y gracias por esta maravillosa acogida! Dicen que cuando aplauden al principio no importa mucho… Si al final todavía están despiertos, y todavía quieren aplaudir… ¡Muchas gracias!

¡Hermanos y hermanas!

Les doy la bienvenida a ustedes, representantes de los medios de comunicación de todo el mundo. Les agradezco por el trabajo que han hecho y están haciendo en este tiempo, que para la Iglesia es esencialmente un tiempo de Gracia.

En el “Sermón de la montaña”, Jesús proclamó: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Se trata de una Bienaventuranza que nos desafía a todos y que les concierne de cerca, llamando a cada uno al compromiso de llevar adelante una comunicación diferente, que no busca el consenso a toda costa, no se reviste de palabras agresivas, no adopta el modelo de la competición, no separa nunca la búsqueda de la verdad del amor con el que humildemente debemos buscarla. La paz comienza en cada uno de nosotros: del modo en que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos es de fundamental importancia: debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra.

Permítanme entonces reiterar hoy la solidaridad de la Iglesia con los periodistas encarcelados por haber intentado contar la verdad, y con estas palabras pedir también la liberación de estos periodistas encarcelados. La Iglesia reconoce en estos testigos – pienso en aquellos que cubren la guerra incluso a costa de sus vidas – la valentía de quienes defienden la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a ser informados, porque solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres. El sufrimiento de estos periodistas encarcelados interpela la conciencia de las Naciones y de la comunidad internacional, llamándonos a todos a custodiar el bien precioso de la libertad de expresión y de prensa.

Gracias, queridos amigos, por su servicio a la verdad. Ustedes han estado en Roma estas semanas para contar la Iglesia, su variedad y, al mismo tiempo, su unidad. Han acompañado los ritos de la Semana Santa; han contado luego el dolor por la muerte del Papa Francisco, ocurrida sin embargo a la luz de la Pascua. Esa misma fe pascual nos introdujo en el espíritu del Cónclave, que los ha visto particularmente ocupados en jornadas fatigosas; y, también en esta ocasión, han logrado narrar la belleza del amor de Cristo que nos une a todos y nos hace ser un único pueblo, guiado por el Buen Pastor.

Vivimos tiempos difíciles de recorrer y de contar, que representan un desafío para todos nosotros y de los que no debemos huir. Al contrario, exigen a cada uno, en nuestros diferentes roles y servicios, no ceder nunca a la mediocridad. La Iglesia debe aceptar el desafío del tiempo y, del mismo modo, no pueden existir una comunicación y un periodismo fuera del tiempo y de la historia. Como nos recuerda San Agustín, que decía: «Vivamos bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos» (Discurso 311).

Gracias, por tanto, por lo que han hecho para salir de los estereotipos y de los lugares comunes, a través de los cuales leemos a menudo la vida cristiana y la misma vida de la Iglesia. Gracias, porque han logrado captar lo esencial de lo que somos, y a transmitirlo por todos los medios al mundo entero.

Hoy, uno de los desafíos más importantes es el de promover una comunicación capaz de hacernos salir de la “torre de Babel” en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, a menudo ideológicos o partidistas. Por eso, su servicio, con las palabras que usan y el estilo que adoptan, es importante. La comunicación, de hecho, no es solo transmisión de información, sino creación de una cultura, de ambientes humanos y digitales que se conviertan en espacios de diálogo y confrontación. Y mirando la evolución tecnológica, esta misión se vuelve aún más necesaria. Pienso, en particular, en la inteligencia artificial con su potencial immenso, que requiere, sin embargo, responsabilidad y discernimiento para orientar las herramientas hacia el bien de todos, para que puedan producir beneficios para la humanidad. Y esta responsabilidad concierne a todos, en proporción a la edad y a los roles sociales.

Queridos amigos, aprenderemos con el tiempo a conocernos mejor. Hemos vivido – podemos decir juntos – días verdaderamente especiales. Los hemos, los han compartido por todos los medios de comunicación: la TV, la radio, la web, las redes sociales. Desearía tanto que cada uno de nosotros pudiera decir de ellos que nos han revelado una pizca del misterio de nuestra humanidad, y que nos han dejado un deseo de amor y de paz.

Por esto les repito hoy la invitación hecha por el Papa Francisco en su último mensaje para la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: desarmemos la comunicación de todo prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estrepitosa, musculosa, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la Tierra. Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada diferente sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana.

Ustedes están en primera línea narrando los conflictos y las esperanzas de paz, las situaciones de injusticia y de pobreza, y el trabajo silencioso de tantos por un mundo mejor. Por esto les pido que elijan con conciencia y valentía el camino de una comunicación de paz.

Gracias a todos ustedes. ¡Que Dios los bendiga!

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