Ni príncipe renacentista, ni tecnócrata eclesial

Aunque nació en Chicago, la biografía pastoral de Robert Francis Prevost –hoy Papa León XIV– se fraguó en tierras latinoamericanas. Durante casi dos décadas vivió y sirvió en Perú como misionero agustino, formador de seminaristas y finalmente como obispo de Chiclayo. Esa experiencia, profundamente marcada por la fe popular, la pobreza y los desafíos sociales de la región, ha dotado al nuevo Papa de una mirada eclesial desde las periferias. Como él mismo lo recordó emocionado en su primer saludo: “Quisiera dar un saludo… de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo”.

La elección de León XIV representa un gesto que trasciende su nacionalidad. Aunque formalmente es el primer Papa estadounidense, su corazón, visión y sensibilidad se han formado en el sur global. Es más justo decir que es un Papa “latinoamericano de corazón”, no por pasaporte sino por encarnación pastoral.

América Latina como brújula espiritual

Ya el Papa Francisco había señalado en diversas ocasiones que América Latina es “el pulmón espiritual de la Iglesia”, una expresión que ahora cobra nueva vida con la llegada de León XIV. Esta región, golpeada por la desigualdad, la violencia y el desencanto político, ha sido también cuna de una espiritualidad encarnada, una teología del pueblo y una mística de la esperanza. En ese contexto se formó Robert Prevost, impregnado del agustinismo misionero que predica una Iglesia “unida en una sola alma y un solo corazón hacia Dios”.

Durante su ministerio en Perú, Prevost no fue un obispo de escritorio. Luchó por mayor transparencia tras la crisis del grupo Sodalicio, se acercó a las comunidades más pobres y priorizó el acompañamiento cercano de su clero. Como prefecto del Dicasterio para los Obispos, designado por Francisco en 2023, procuró llevar esa misma sensibilidad a los nombramientos episcopales, con una clara opción por pastores cercanos, sinodalidad activa y compromiso con los pobres.

En su homilía ante los cardenales electores, León XIV dejó claro que la Iglesia debe ser “arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo… no por la magnificencia de sus estructuras, sino por la santidad de sus miembros”.

De misionero a pontífice: una bisagra entre mundos

Robert Prevost representa una bisagra entre el norte y el sur, entre Roma y las periferias, entre la cultura del poder y la cultura del encuentro. Su historia personal lo sitúa como un líder que entiende las tensiones entre el centro y la frontera. No es casual que su elección haya resonado en América Latina como una confirmación del camino emprendido por Francisco: una Iglesia en salida, pobre para los pobres, sinodal y profética.

En su primer discurso como Papa, afirmó: “Queremos una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren”. Su episcopado encarna la máxima agustiniana que ha guiado su vida: “In illo uno unum”, es decir, “en Aquel que es Uno, seamos uno”. Esta consigna espiritual, tomada de San Agustín, habla de unidad en la diversidad, de comunión sin uniformidad, de mediación en medio de tensiones.

Como él mismo dijo al agradecer su elección: “Ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro… para ser un solo pueblo, siempre en paz”.

Una Iglesia católica, no eurocéntrica

El giro latinoamericano no significa una regionalización de la Iglesia, sino su apertura radical a la catolicidad real. La experiencia latinoamericana, al igual que la africana o asiática, ofrece claves decisivas para una Iglesia más fiel al Evangelio: cercanía, comunidad, hospitalidad, esperanza. León XIV puede ser el Papa que consolide esa pluralidad con sentido de unidad.

En tiempos de fractura global y de pérdida de credibilidad institucional, su perfil resulta providencial: ni príncipe renacentista, ni tecnócrata eclesial, sino pastor probado en la fragua de la realidad. Como dijo en su homilía ante los cardenales: “Este es el mundo que nos ha sido confiado… lugares en los que la misión es más urgente”.

Desde las calles de Chiclayo hasta el balcón de San Pedro, León XIV lleva consigo la memoria viva del sur, no como nostalgia, sino como profecía. Un Papa nacido en el norte, pero con alma latinoamericana, que puede hacer de la Iglesia una auténtica casa común.

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