La primera gira de León XIV por Turquía y Líbano no fue un simple desplazamiento diplomático ni una serie de gestos litúrgicos. En cada lugar el pontífice buscó algo más profundo: tejer una red de reconciliación entre iglesias marcadas por siglos de distancias y heridas, y al mismo tiempo dar un mensaje de aliento a las comunidades cristianas que sobreviven entre tensiones políticas, inseguridad y migraciones constantes. Su presencia en estas tierras, donde el cristianismo nació, se dividió y floreció, tuvo un tono de regreso al origen: un viaje para mirar al pasado sin quedarse atrapado en él.
El Vaticano describió su visita como la de un “peregrino de paz”. Pero en las calles de Estambul, en las catedrales maronitas de Beirut y en los monasterios ortodoxos que lo recibieron, ese concepto se volvió algo más concreto: un llamado a recuperar la confianza.
A diferencia de visitas anteriores de pontífices al Oriente cristiano, el viaje de León XIV estuvo marcado por un objetivo explícito: reconstruir puentes con las Iglesias ortodoxas orientales, no desde la retórica, sino desde los gestos compartidos. La elección de Turquía y Líbano, dos territorios donde conviven tradiciones apostólicas muy antiguas, le permitió al Papa situarse justo en el cruce donde convergen tensiones, expectativas y memorias que han definido la relación de Roma con Oriente.
Sus discursos combinaron exhortaciones espirituales con un tono pastoral cercano. Para los cristianos de la región, escuchar al Papa hablar de “convivir en esperanza” y de “no ceder ante la lógica del miedo” tuvo un peso especial. No es una frase cualquiera cuando proviene de un líder que visita templos resguardados por soldados, barrios donde la migración vació parroquias enteras y ciudades donde las iglesias todavía intentan recuperarse de conflictos recientes.
El encuentro con Bartolomé I
El momento central de la gira fue, sin duda, el encuentro con el patriarca ecuménico Bartolomé I, líder espiritual de la Iglesia ortodoxa de Constantinopla. Ambos caminaban hacia un abrazo inevitable, pero lo que sucedió superó los protocolos: rezaron juntos el Credo de Nicea, sin la fórmula “y del Hijo” (el Filioque, que los ortodoxos y orientales no utilizan) y que durante siglos simbolizó la ruptura doctrinal entre Oriente y Occidente.
El gesto fue tan potente que varios arzobispos presentes lo describieron como “un minuto capaz de mover siglos”. No se trató de un acuerdo teológico ni de un anuncio formal de unidad, pero sí de una señal inequívoca de que Roma y Constantinopla buscan un terreno común que no se limite a las fotografías de ocasión.
Cuando León XIV y Bartolomé inclinaron la cabeza y guardaron silencio, las cámaras captaron la imagen, pero lo esencial ocurrió fuera del encuadre. Según fuentes eclesiales, el Papa pidió al patriarca que ese silencio “abriera espacio para el Espíritu”, una frase que, en lenguaje eclesial, sugiere un deseo de avanzar sin prisas, pero sin pausa hacia una relación más fraterna.
De acuerdo a especialistas en religiones, para el mundo cristiano la escena transmitió dos mensajes. El primero: la unidad no es una meta abstracta, sino un camino que se construye con gestos concretos. El segundo: la división histórica que separó a Oriente y Occidente no es una condena irreversible.
Pero no todo el mensaje fue sólo en torno a la fe pues el viaje tuvo una dimensión humana que resonó en cada comunidad que lo recibió. En Beirut, León XIV se reunió con familias que han sido desplazadas por conflictos o por la crisis económica que en los últimos años ha golpeado con dureza al país. Les dijo: “No están solos; la Iglesia los ve”. Para muchos, acostumbrados a sentirse una minoría ignorada, esa frase representó una reafirmación de pertenencia.
En Turquía, donde los cristianos representan menos del uno por ciento de la población, el Papa dedicó varios mensajes a defender la libertad religiosa y el valor de la convivencia. “La fe no teme al otro; la fe camina con él”, afirmó ante líderes musulmanes. Fue una declaración pensada para un país donde el pluralismo suele estar en tensión con la política interna.
¿Pero que es lo que este viaje de León XIV tuvo de novedoso en comparación con las visitan realizadas por otros pontífices a estas regiones?
De acuerdo a historiadores y especialistas en religiones, la diferencia es que León XIV puso el énfasis en la oración compartida como eje del diálogo, no como ceremonia secundaria.
Asimismo, tuvo un acercamiento directo a iglesias locales pequeñas y golpeadas, más allá de los encuentros oficiales.
Además, la narrativa de “sanar memorias” fue un concepto que usó repetidamente para referirse a divisiones históricas.
Y la atención al papel de los jóvenes cristianos, que representan el futuro y también la franja más propensa a emigrar.
Estos elementos dieron al viaje un tono distinto: menos diplomático y más pastoral, menos protocolario y más humano.
Sin embargo, uno de los mayores frutos fue el encuentro entre León XIV y Bartolomé, quienes después de la oración que realizaron, salieron juntos y aunque no ofrecieron declaraciones espectaculares el mensaje de ambos estaba ahí muy claro al mostrar que la fe compartida puede más que los siglos de distancia, que la oración puede ser un puente donde la política y las doctrinas no encuentran todavía acuerdos definitivos.
Para las iglesias del mundo, el mensaje fue contundente y claro: la unidad comienza cuando se mira al otro sin sospecha.
La gira de León XIV no resolvió todos los desafíos entre Oriente y Occidente, ni devolvió de inmediato la estabilidad a los cristianos de Oriente Medio. Pero dejó una imagen poderosa, la de dos líderes que desde su tradición y su historia se atrevieron a orar juntos construyendo puentes de reconciliación y unidad, en estos tiempos marcados por divisiones.
Te puede interesar: TECHO demuestra que los jóvenes son verdaderos constructores del cambio
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com






