Cuando el cardenal Robert Prevost evocó por última vez en público la figura de Francisco, lo hizo con voz conmovida y mirada agradecida. Esta entrevista la llevó a cabo el Vatican News el pasado 4 de abril de 2024 porTiziana Campisi Robert Prevost hablaba no sólo del pontífice que cambió el rostro del papado en el siglo XXI, sino de un hombre con el que compartió momentos personales, decisiones pastorales y una visión eclesial transformadora. “Siempre le aprecié por su auténtico corazón cristiano, su generosidad, su caridad y su deseo de vivir esta dimensión del Evangelio hasta estos últimos días”, confesó el entonces prefecto del Dicasterio para los Obispos. Hoy, convertido en León XIV, su testimonio sobre Francisco cobra una dimensión profética.
El Evangelio vivido con autenticidad
Robert Prevost conoció a Jorge Mario Bergoglio cuando este era arzobispo de Buenos Aires. Sus encuentros, inicialmente institucionales, se tornaron en diálogos informales donde fue quedando claro el sello de autenticidad del futuro Papa. “Siempre tuve la impresión de un hombre que quería vivir el Evangelio con autenticidad, con coherencia”, recuerda Prevost.
Una de sus memorias más vívidas fue la misa del 13 de marzo de 2013, cuando Francisco celebró su primera liturgia como Papa en la parroquia de Santa Ana del Vaticano, regentada por los agustinos. “Cuando llegó y entró en la sacristía, al verme, me reconoció inmediatamente y empezamos a hablar”, rememora. Ese mismo año, Bergoglio aceptó presidir la misa inaugural del Capítulo General agustino en Roma, donde se conserva la tumba de santa Mónica. Era un lugar que, como cardenal, solía visitar para orar.
Un corazón atento a los más olvidados
En 2014, Francisco nombró a Prevost como administrador apostólico de Chiclayo, Perú. Desde entonces, su contacto se intensificó. El Papa “siempre le expresaba su preocupación por ese pueblo”, afirma. Recordando su visita a Perú en 2018, Prevost narra el gesto de Francisco hacia una mujer ciega de 99 años que viajó desde su diócesis solo para verlo: “Él se bajó del coche, se acercó a ella y la saludó. Nos dejó muchos ejemplos así; en su hermosa humanidad, quiso vivir el Evangelio y transmitir el Evangelio”.
Ese espíritu se evidenció también en actos menos visibles pero profundamente simbólicos, como su última visita al penal de Regina Coeli el Jueves Santo. “A pesar de los muchos problemas de salud, quiso estar con los presos y comunicar su cercanía, ese amor que Jesús nos dejó a todos”.
La oración, el trabajo y el humor
Durante dos años, Prevost mantuvo una cita semanal fija con el Papa todos los sábados por la mañana. “Al principio era a las 8, pero a veces llegaba a las 7.30 y ya me estaba esperando”, cuenta. En esas reuniones, Francisco no sólo abordaba asuntos del Dicasterio con rigor —“muchas veces había estudiado los temas antes que yo llegara”— sino que también ofrecía consejos personales: “Me decía, entre otras cosas: ‘No pierdas el sentido del humor, tienes que sonreír’”.
Ese sentido del humor estaba anclado en la espiritualidad. Francisco solía citar la oración de Santo Tomás Moro para enfrentar con alegría y fe las responsabilidades más exigentes. Según Prevost, fue “incansable, incluso en estas últimas semanas tras su hospitalización… lo daba todo por servir a la Iglesia”.
Un Papa reformador y valiente
Francisco “nos ha transmitido a todos este espíritu de querer continuar lo que comenzó con el Concilio Vaticano II, la necesidad de renovar siempre la Iglesia, semper reformanda est”, señaló Prevost. Lo hacía sin nostalgias ni recetas cerradas, sino con discernimiento: “No podemos volver atrás. Tenemos que ver cómo quiere el Espíritu Santo que sea la Iglesia hoy y mañana”.
Prevost subraya que Francisco dejó un mensaje claro a los líderes del mundo: una Iglesia pobre, con los pobres, que no predica desde la comodidad, sino desde el testimonio. “Creo que el mensaje del Evangelio se entiende mucho mejor desde la experiencia de los pobres, que no tienen nada, que intentan vivir la fe y lo encuentran todo en Jesucristo”.
Silencio, gratitud y legado
“Difícil de responder”, admitía Prevost cuando se le preguntaba cómo recoger el legado de Francisco. Su voz se quebró al hablar de la necesidad de “vivir este momento, como el Sábado Santo, aunque ya hayamos celebrado la Resurrección”. Con ese simbolismo litúrgico, reconocía el duelo y la esperanza, la herencia y el camino por venir.
“Yo, al menos, necesitaré mucho tiempo para apreciar, para comprender verdaderamente, lo que el Papa me ha dejado a mí, a la Iglesia y al mundo”, concluyó el prefecto convertido hoy en Papa. Desde esa misma fidelidad agustiniana —“con ustedes soy cristiano, para ustedes obispo”—, León XIV empieza su pontificado honrando la coherencia de quien le precedió.
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