El 18 de mayo de 2025, la Plaza de San Pedro fue nuevamente el escenario de uno de los momentos más conmovedores en la vida de la Iglesia católica: la Misa de inicio del ministerio petrino del Papa León XIV. Más que una ceremonia protocolaria, fue un testimonio vivo de esperanza, comunión y renovación. Allí estaban presentes más de 150 delegaciones del mundo entero, pero también los rostros sencillos de miles de fieles que habían viajado, orado y esperado este momento como un nuevo amanecer tras la pérdida reciente de Francisco.
El nuevo Papa, antes conocido como Robert Francis Prevost, caminó hacia el altar no como un jefe de Estado, aunque lo es, ni como un líder carismático, aunque su serenidad y calidez lo hacen entrañable, sino como lo que se definió a sí mismo: “un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”.
El itinerario espiritual de la ceremonia
La jornada comenzó en las profundidades de la Basílica, cuando el Papa León XIV descendió en oración hasta la tumba del apóstol san Pedro. Rodeado de los patriarcas orientales, los líderes de las Iglesias católicas orientales y los cardenales que lo habían elegido, el nuevo sucesor de Pedro oró en silencio ante la tumba del primer Papa, gesto cargado de continuidad apostólica. Fue un momento íntimo, de recogimiento y súplica, que marcó el tono de todo el rito: una fe anclada en la Tradición, pero vivida como presencia viva y contemporánea.
Desde allí, acompañado por los diáconos y con el Evangeliario sobre su pecho, ascendió en procesión hacia el exterior, mientras resonaban las letanías de los santos. El canto del Tu es Petrus llenó la Plaza de San Pedro como un eco milenario: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
El rito, la liturgia, los símbolos
Al llegar al altar, se desarrollaron los signos propios del inicio del ministerio petrino. El cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, impuso sobre sus hombros el Palio, confeccionado con lana de ovejas bendecidas, símbolo del Buen Pastor que carga con las ovejas heridas.
Después, el cardenal Luis Antonio Tagle, prefecto de Evangelización, colocó sobre su dedo el Anillo del Pescador, símbolo del poder espiritual transmitido desde Pedro.
Siguió entonces el momento más elocuente del rito: el acto de obediencia. Tres cardenales —uno de cada orden: obispo, presbítero y diácono— se acercaron al nuevo Papa para prometerle fidelidad. Junto a ellos, lo hicieron también un fraile agustino, una religiosa contemplativa, una madre de familia y un joven catequista de Asia. En ellos se reconocía el alma plural y sinodal de la Iglesia universal.
Una misa para la historia, un Papa para este tiempo
El 18 de mayo de 2025, la Plaza de San Pedro fue nuevamente el escenario de uno de los momentos más conmovedores en la vida de la Iglesia católica: la Misa de inicio de ministerio petrino del Papa León XIV. Más que una ceremonia protocolaria, fue un testimonio vivo de esperanza, comunión y renovación. Allí estaban presentes más de 150 delegaciones del mundo entero, pero también los rostros sencillos de miles de fieles que habían viajado, orado y esperado este momento como un nuevo amanecer tras la pérdida reciente de Francisco.
El nuevo Papa, antes conocido como Robert Francis Prevost, caminó hacia el altar no como un jefe de Estado, aunque lo es, ni como un líder carismático, aunque su serenidad y calidez lo hacen entrañable, sino como lo que se definió a sí mismo: “un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”.
Desde las primeras palabras de su homilía, el Papa León XIV colocó a Cristo como centro absoluto de su misión. Citando a san Agustín —“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”—, ofreció no solo una declaración teológica sino un gesto profundamente humano: un corazón pastoril que sabe de dolores, de incertidumbres y de búsquedas.
El rito, la liturgia, los símbolos
El rito de inicio estuvo cargado de una rica simbología eclesial. El cardenal Dominique Mamberti impuso el Palio, símbolo del Buen Pastor que carga sobre sus hombros a las ovejas. El cardenal Tagle entregó el Anillo del Pescador, evocando a Pedro y su misión única en la barca de la Iglesia. Tres cardenales de distintos continentes, junto con laicos y consagrados de diversos pueblos y culturas, ofrecieron el gesto de obediencia: un reflejo tangible de la catolicidad y sinodalidad vivas.
Y en medio de la liturgia, una escena que conmovió a todos: el Papa, en silencio, contemplando el Altar de la Confesión y saludando personalmente a las delegaciones. Un gesto de humildad que recordaba que la autoridad en la Iglesia solo tiene sentido como servicio.
Un mensaje de continuidad y novedad
En su homilía, León XIV recordó la muerte de Francisco como un “tiempo de ovejas sin pastor” y agradeció el discernimiento del Colegio Cardenalicio. No lo hizo como fórmula, sino como testimonio. “Fui elegido sin mérito alguno”, dijo, conmovido, para inmediatamente declarar que el amor y la unidad serían los ejes de su ministerio. “Esta es la hora del amor”, afirmó, parafraseando a León XIII, su predecesor homónimo, cuya encíclica Rerum novarum abrió el pensamiento social católico.
En una analogía conmovedora, llevó a los fieles a las orillas del lago de Tiberíades, donde Jesús preguntó a Pedro si lo amaba. Allí está, explicó, la clave del ministerio petrino: solo quien ha conocido el amor incondicional de Dios puede pastorear. No se trata de poder ni dominio: “No de atrapar a los demás con el sometimiento… sino de amar como lo hizo Jesús”.
Una Iglesia con el corazón de Agustín
Este Papa no solo es un hijo de Francisco; es también un hijo de san Agustín. Como fraile agustino, vive el carisma de “una sola alma y un solo corazón hacia Dios”. Su espiritualidad bebe de la interioridad, la búsqueda sincera de la verdad, la comunidad y la caridad. En palabras suyas: “Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”.
Ese legado lo proyecta hacia el futuro: llamó a mirar al otro sin miedo, a construir puentes —no muros— y a abrir la Iglesia a quienes sufren, a quienes dudan, a quienes simplemente buscan.
El eco del mundo, el clamor de los que sufren
El Papa no evitó los dolores de la historia. Al final de la Misa, alzó su voz por Gaza, por Myanmar, por Ucrania. Recordó con emoción al Papa Francisco y al beato Camille Costa de Beauregard, un apóstol de la caridad. Saludó con ternura a los peregrinos del Jubileo de las Cofradías —“Gracias por mantener viva la piedad popular”—, y alzó una súplica a María, “Estrella del mar”, para que interceda por una paz duradera.
Un inicio que ya es promesa
Esta Misa no solo marcó el inicio de un pontificado. Fue la confirmación de que, incluso en medio de la confusión de nuestros días, el Espíritu Santo sigue soplando. León XIV no viene a fundar algo nuevo por sí mismo, sino a custodiar lo esencial con corazón renovado. Como dijo en sus primeras palabras tras la elección: “Dios ama a todos y el mal no prevalecerá”.
Y así, con paso sereno, comenzó a caminar un pastor que quiere ser puente entre generaciones, entre Iglesias, entre culturas. Un Papa agustiniano, sinodal y profundamente humano.
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