El arte de gobernar la Iglesia, si consideramos la travesía desde Juan Pablo II hasta León XIV, considera continuidad y renovación, ¿pero cómo?
I. El carisma centralizador de Juan Pablo II
Karol Wojtyła, Juan Pablo II, no solo fue una figura espiritual colosal, sino también un líder eclesial con visión estratégica y centralismo efectivo. Su pontificado de más de 26 años consolidó la figura del Papa como actor global y timonel doctrinal. Gobernó con autoridad carismática, inspirando multitudes, y estructuró la Iglesia con precisión: el nuevo Código de Derecho Canónico (1983), el Catecismo de 1992 y la reforma curial de Pastor Bonus marcaron su legado estructural.
Nombró 231 cardenales —más que ningún otro papa— para moldear una jerarquía afín a su visión. Apoyó acciones disciplinarias firmes desde la Congregación para la Doctrina de la Fe, defendiendo la ortodoxia frente a desviaciones, especialmente dentro de la Teología de la Liberación. No obstante, fue cuestionado por su tardanza ante los escándalos de abuso sexual, aunque en el año 2000 sorprendió al mundo con un gesto sin precedentes: pidió perdón por los pecados históricos de la Iglesia.
Juan Pablo II combinó un gobierno firme y doctrinalmente sólido con un estilo inspirador, que le permitió “transformar el papado” en una figura de influencia planetaria, con estructuras que aún perduran.
II. Benedicto XVI: un legado humilde y lúcido
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, fue un papa teólogo enfrentado a la complejidad administrativa de la Curia. Su legado en gobierno es mixto: llevó adelante importantes reformas en transparencia financiera y en la lucha contra los abusos sexuales (especialmente desde 2010), pero sufrió los embates del escándalo Vatileaks y mostró debilidades en el manejo de colaboradores, como su controversial Secretario de Estado, Tarcisio Bertone.
Sin embargo, su renuncia en 2013 —la primera en siglos— fue un acto revolucionario. Mostró que el poder en la Iglesia es servicio, no permanencia. “Un acto de humildad ante Dios”, dijo, y dejó así una profunda enseñanza sobre responsabilidad en el liderazgo. Al retirarse, nunca intervino en el gobierno de su sucesor, demostrando integridad y amor por la unidad eclesial.
Benedicto encarnó un liderazgo lúcido, consciente de sus límites, y propuso con su vida una reforma silenciosa del ejercicio del poder en la Iglesia: el papa no es un monarca, sino un siervo que debe saber cuándo dar un paso al costado.
III. Francisco: el reformador sinodal
Francisco ha sido el gran reformador estructural del siglo XXI en la Iglesia. Desde la constitución Praedicate Evangelium (2022) que transformó la Curia Romana, hasta su impulso a la sinodalidad como eje de gobernanza eclesial, ha promovido un gobierno descentralizador, participativo e inclusivo. Permitió que laicos —incluso mujeres— presidan dicasterios, y convocó sínodos temáticos de gran impacto.
No ha eludido ejercer autoridad cuando lo ha considerado necesario: restringió la misa tridentina, intervino en órdenes religiosas con crisis y reemplazó a obispos cuestionados. Impulsó reformas financieras con auditorías externas y medidas anticorrupción, aunque encontró resistencias internas.
Francisco ha ejercido un gobierno pastoral, pero firme. Ha sabido navegar las tensiones ideológicas internas sin ceder en su visión: una Iglesia misionera, pobre para los pobres, y sin mundanidad espiritual. Su apuesta ha sido que la autoridad eclesial sea espejo del Evangelio: servidora, profética, dialogante.
IV. León XIV: el pontificado de la consolidación serena
El recién elegido Papa León XIV, anteriormente el cardenal Robert Francis Prevost, es descrito como “el hombre que consolidará el sueño de Francisco”. Su trayectoria combina experiencia, formación canónica y madurez espiritual: fue Prior General de los agustinos por 12 años, obispo en Perú y prefecto del Dicasterio para los Obispos, donde promovió nombramientos más pastorales y sinodales.
León XIV parece haber heredado lo mejor de sus predecesores: del carisma institucional de Juan Pablo II, la claridad doctrinal de Benedicto XVI y la apertura pastoral de Francisco. Pero además suma su propio aporte: una capacidad de gestión tranquila y resolutiva, forjada en realidades latinoamericanas, y una profunda espiritualidad agustiniana.
La Iglesia bajo su gobierno probablemente avance hacia una etapa de madurez institucional: consolidando reformas, cerrando brechas ideológicas internas y promoviendo un liderazgo colegiado. Su tono ha sido claro desde su primera aparición: “construir puentes, caminar juntos, sin miedo”, inspirándose en san Agustín: “unidad en lo esencial, libertad en lo opinable, caridad en todo”.
V. Conclusión: León XIV, síntesis viva y esperanza renovada
La historia reciente de los pontificados muestra una evolución clara: del liderazgo fuerte y estructurador de Juan Pablo II, al intelectual sereno de Benedicto, al reformador audaz Francisco. En este continuum, León XIV aparece como la síntesis esperanzadora: un papa que sabe escuchar, unir, y ejecutar.
Si logra traducir los ideales de sus predecesores en estructuras perdurables, su pontificado podría inaugurar una etapa de consolidación reformista, menos ideologizada y más fraterna. Una Iglesia reconciliada, firme en la fe, abierta al mundo. Como él mismo dijo: “Desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido”.
Dimensión | Juan Pablo II (1978–2005) | Benedicto XVI (2005–2013) | Francisco (2013–2025) | León XIV (2025–) |
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Gobierno eclesial | – Liderazgo carismático y central: transformó el papado en un referente global influyente; nombró gran número de obispos/card. afines a su visión, consolidando línea doctrinal.– Implementó Vaticano II: promulgó nuevo Código de Derecho Canónico (1983) y Catecismo (1992); reorganizó la Curia (Pastor Bonus) fortaleciendo Roma, aunque con críticas de excesiva centralización.– Mano firme doctrinal: combatió teologías desviadas (Marxismo, relativismo) mediante la CDF; pero también impulsó pedir perdón por errores históricos, mostrando humildad institucional. | – Reformas con tropiezos: mejoró normas contra abusos y avanzó transparencia financiera, pero tuvo fallos en gestión de la Curia (escándalo Vatileaks).– Juicio de personas desigual: algunos excelentes nombramientos y otros desafortunados por lealtades mal ubicadas (caso Bertone); dificultades para controlar intrigas internas.– Gestión histórica: su renuncia voluntaria tras casi 8 años fue un hecho sin precedentes en siglos, “desmitificando” el papado como servicio no vitalicio, acto de humildad que marcó un precedente de responsabilidad en el gobierno eclesial. | – Gran reformador: emprendió reforma profunda de la Curia (Praedicate Evangelium 2022) para hacerla más misionera y dar mayor rol a laicos.– Gobierno sinodal: fomentó colegialidad convocando sínodos globales con amplia participación (Familia, Amazonía, Sinodalidad) – introdujo cultura de diálogo en la toma de decisiones de la Iglesia.– Mano firme ante oposición: enfrentó resistencia de sectores tradicionalistas “restauracionistas”, pero mantuvo rumbo en reformas (finanzas, liturgia, transparencia). Diplomacia activa en conflictos (Cuba-EEUU, China, Ucrania) mostrando liderazgo más allá de lo interno. | – Continuidad de reformas: visto como el llamado a consolidar la visión de Francisco con estructura y disciplina; apoyó de cerca las reformas sinodales como prefecto.– Experiencia administrativa: ex Prior General (12 años) y prefecto de obispos, trae rigor organizativo combinado con sensibilidad pastoral; implementó hitos como incluir mujeres en selección de obispos.– Unidad en la diversidad: su liderazgo moderado busca unir facciones; “chance de unir a la Iglesia” por su perfil de puente. Se espera siga limpiando abusos/corrupción con tolerancia cero, apoyándose en su conocimiento de la Curia pero manteniendo un estilo humilde de gobierno compartido. |
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