Educar es amar: el llamado del papa a reconstruir el futuro

En un mundo saturado de información, crisis ecológicas, desconfianza en las instituciones y jóvenes que buscan sentido, la educación se ha vuelto un campo de batalla espiritual. En este contexto, el Papa León XIV publicó el 27 de octubre de 2025 su Carta Apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, con motivo del 60.º aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum educationis. El documento no solo revisa seis décadas de pensamiento educativo católico, sino que propone un nuevo horizonte humanista, centrado en la persona y en la fe como brújula frente al caos del siglo XXI.

“Cada generación es responsable del Evangelio y del descubrimiento de su poder seminal y multiplicador”, escribe el Pontífice, en un texto que recuerda a los creyentes que la educación no es un adorno de la evangelización, sino “su tejido mismo”.

La educación, un acto de esperanza en tiempos de incertidumbre

León XIV describe el presente como un “entorno educativo complejo, fragmentado y digitalizado”. Frente a la tentación del cinismo o la resignación, el Papa invita a “diseñar nuevos mapas de esperanza”, retomando la herencia viva del Vaticano II, que en 1965 declaró que la educación es derecho de todos y misión de la Iglesia entera.

El documento identifica los peligros contemporáneos: la reducción de la persona a “perfil de competencias”, la subordinación de la educación al mercado, la desigualdad en el acceso y la pérdida de horizonte moral.
“Una persona no es un algoritmo predecible”, advierte León XIV, rechazando las lógicas tecnocráticas que dominan la pedagogía global.

Para Alicia Vargas, maestra rural en Oaxaca, esta advertencia toca fibras profundas: “Aquí los niños aprenden con tierra en las manos y sueños en la cabeza. Pero si la educación solo se mide por competencias, se pierde el alma. Lo que dice el Papa es lo que vivimos cada día: educar es enseñar a tener esperanza.”

Una historia viva: los educadores como santos del conocimiento

La Carta recorre con precisión histórica los siglos de pedagogía cristiana que forjaron el pensamiento occidental: de los monjes copistas que salvaron la cultura clásica, a San José de Calasanz, San Juan Bautista de La Salle, San Juan Bosco o María Montessori.
“En la Iglesia, la pedagogía nunca es teoría desencarnada, sino carne, pasión e historia”, afirma el Papa.

Cada figura encarna una respuesta original a las necesidades de su tiempo. Así, la educación cristiana aparece como una cadena de actos de amor que redimen la ignorancia y la pobreza. León XIV llama a revivir ese dinamismo: no escuelas cerradas, sino comunidades abiertas, capaces de crear “constelaciones educativas” donde maestros, familias, alumnos y pastores dialogan como un solo cuerpo.

“Educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad”, cita el texto, retomando el espíritu de Gravissimum educationis.

De la técnica a la persona: la brújula de Gravissimum educationis

El núcleo de la Carta gira en torno a una afirmación contundente: la educación cristiana no busca la eficiencia, sino la dignidad. León XIV denuncia la conversión de la escuela en una fábrica de currículos, donde la ciencia se divorcia del alma y el conocimiento se mide por productividad.

Inspirado por San John Henry Newman —ahora declarado copatrono de la misión educativa de la Iglesia junto con Santo Tomás de Aquino—, el Papa subraya que “la verdad religiosa no es solo una parte, sino una condición del conocimiento general”.
Esta idea, lejos de contraponer fe y razón, las integra en una pedagogía de la totalidad humana.

El documento invita a ver la escuela como un “ambiente vivo” donde la fe, la cultura y la vida se entrelazan. El maestro, más que un funcionario, es testigo y sembrador de sentido. Su autoridad no se mide por títulos, sino por la coherencia entre su enseñanza y su ejemplo.

Familia, comunidad y subsidiariedad: el triángulo de la educación integral

Uno de los aportes más relevantes de León XIV es su relectura del principio de subsidiariedad.
Reconoce que el derecho a educar comienza en la familia —“primera escuela de humanidad”—, continúa en la comunidad eclesial y se extiende al Estado, que debe garantizar condiciones justas sin apropiarse del alma de la educación.

El Papa defiende un equilibrio delicado: ni clericalismo educativo ni estatismo pedagógico.
“Las escuelas católicas colaboran con los padres, no los sustituyen”, recuerda, citando Gaudium et Spes.
De esta alianza depende la fortaleza del tejido social: cuando se rompe, “todo se vuelve más frágil”.

María del Carmen Robledo, madre de tres adolescentes en Monterrey, comparte: “En la escuela de mis hijos nos enseñan que educar no es delegar. A veces quisiera que la escuela lo hiciera todo, pero entiendo que la fe y los valores se aprenden primero en casa. Es hermoso que el Papa lo recuerde.”

Educación ecológica y digital: dos fronteras del siglo XXI

El Papa dedica amplios apartados a dos temas que revelan su sensibilidad contemporánea: la ecología integral y la cultura digital.

Sobre la creación, cita a San Buenaventura: “El mundo entero es una huella de Dios”.
De esa visión brota una educación ecológica que une justicia social y ambiental, donde “cada gesto —evitar el desperdicio, elegir con responsabilidad, defender el bien común— es alfabetización moral”.
Así, la escuela católica se convierte en espacio para aprender a cuidar la tierra y a los pobres como un mismo mandato.

Respecto a la tecnología, León XIV no la condena, pero advierte: “Debe servir a la persona, no sustituirla”. Llama a formar en el discernimiento digital, evitando el “eficientismo sin alma”. Propone un uso ético de la inteligencia artificial guiado por la dignidad humana, la justicia y la participación.
“Lo esencial de la educación —dice— no lo puede hacer ningún algoritmo: la poesía, la ironía, el amor, la imaginación, la alegría del descubrimiento.”

El Pacto Educativo Global: una constelación de humanidad

León XIV retoma el Pacto Educativo Global impulsado por Francisco como “estrella polar” de su carta.
Sus siete caminos —persona, escucha, dignidad femenina, familia, inclusión, economía solidaria y cuidado de la casa común— se complementan con tres nuevas prioridades:

  1. La vida interior y el silencio.
  2. El uso humano de lo digital.
  3. La educación para la paz “desarmada y desarmante”.

El Pontífice exhorta a escuelas y universidades católicas a ser laboratorios de fraternidad: menos jerarquías, más mesas compartidas.
En palabras del texto: “La gratuidad evangélica no es retórica: es un estilo de relación, un método y un objetivo”.
La red educativa católica —que llega a los cinco continentes, especialmente a zonas pobres— se presenta como una promesa de justicia social.

 “Desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón”

En su cierre, León XIV ofrece tres mandatos de sabiduría pastoral:

  • Desarmen las palabras: rechazar la agresividad ideológica en la educación.
  • Levanten la mirada: pensar en grande, mirar las estrellas, como Abraham.
  • Custodien el corazón: poner a la persona antes que los programas.

“Menos etiquetas, más historias; menos contraposiciones estériles, más sinfonía en el Espíritu”, concluye el Papa, en una invitación a educadores, padres y estudiantes a ser “coreógrafos de la esperanza”.

La Carta Apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza” no es un texto doctrinal más. Es un manifiesto espiritual y pedagógico para un mundo desorientado, donde educar vuelve a ser una forma de evangelizar y sanar.

A 60 años del Concilio Vaticano II, León XIV convoca a una nueva generación de maestros y familias a construir una constelación educativa global, capaz de unir ciencia y fe, razón y ternura, técnica y justicia. Educar, nos recuerda, sigue siendo el arte de hacer florecer al ser humano.

LEER COMPLETA LA CARTA AQUÍ https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/apost_letters/documents/20251027-disegnare-nuove-mappe.html 

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