Telstar: el satélite que conectó al mundo

La necesidad de comunicarse de manera inmediata a pesar de la distancia había sido un sueño para la humanidad a lo largo del tiempo, muchos fueron los esfuerzos y aún en la primera mitad del siglo XX todavía existían muchas limitaciones al respecto.

Tan es así que una llamada entre Nueva York y París requería reserva anticipada, cables submarinos de cobre y paciencia. La televisión era un espectáculo nacional; lo que se transmitía en Londres no podía verse en México, ni mucho menos en directo. Las noticias internacionales cruzaban océanos en barco, luego en telégrafo, y más tarde en ondas de radio de baja calidad. Era un mundo dividido por las fronteras invisibles del tiempo y la tecnología.

En ese mundo desconectado, la idea de ver en vivo a un presidente extranjero, de escuchar en tiempo real una canción al otro lado del Atlántico o de compartir un evento global, era simplemente una fantasía. La humanidad vivía en compartimentos comunicacionales aislados, donde las historias llegaban tarde y el eco del otro se perdía antes de alcanzarnos.

Pero el 10 de julio de 1962 los esfuerzos de la ciencia y la tecnología hicieron cambios trascendentes que dieron un giro de 180 grados a la comunicación. 

Una esfera plateada de apenas 77 centímetros fue lanzada desde Cabo Cañaveral, su nombre: Telstar 1, su misión: orbitar la Tierra y hacer posible lo imposible. Por primera vez en la historia, un satélite activo transmitiría señales de televisión, voz y datos entre continentes. Y lo logró.

Telstar fue fruto de una alianza entre la NASA, Bell Telephone Laboratories y organismos europeos. Su estructura parecía modesta, pero contenía tecnología de punta: paneles solares, transpondedores y antenas capaces de captar y redirigir señales entre estaciones terrestres en Estados Unidos, Francia e Inglaterra.

El 23 de julio de 1962, la humanidad vivió una escena histórica. Imágenes de un partido de béisbol en Chicago cruzaron el Atlántico y fueron vistas en París y Londres. El presidente John F. Kennedy habló en vivo para Europa. El mundo, por primera vez, se sintió simultáneo.

Legado que aún orbita

Aunque Telstar vivió pocos meses ya que fue dañado por radiación tras pruebas nucleares atmosféricas, su huella fue imborrable. Inauguró la era de las comunicaciones satelitales, abrió paso a una red de artefactos que hoy hacen posible desde videollamadas hasta la navegación GPS, el internet global y los sistemas de alerta temprana.

La diferencia es abismal. Antes de Telstar, una transmisión intercontinental requería toneladas de cable y costosas infraestructuras submarinas. Hoy, más de cinco mil satélites activos giran sobre nuestras cabezas, muchos de ellos dedicados a conectarnos, a ofrecer datos en milisegundos, a unir a las personas en tiempo real, sin importar si están en una metrópoli o en la cima de una montaña.

Desde los pesados satélites de órbita baja como Telstar, la tecnología ha evolucionado hacia satélites geoestacionarios, microsatélites y constelaciones en red, como las desplegadas por empresas privadas en la última década. La velocidad, la cobertura y la eficiencia se han multiplicado.

Pero más allá de las cifras, el impacto es humano. Telstar fue el primer paso para que una madre en la India pudiera ver a su hijo que trabaja en Canadá; para que una comunidad indígena en la Amazonía pueda alertar de una emergencia; para que una escuela rural tenga acceso a educación en línea; para que las imágenes del cambio climático lleguen a los tomadores de decisiones.

Telstar fue, en esencia, una declaración: el cielo también puede ser una red. Una que une, comunica, acerca y nos recuerda que, en la vastedad del planeta, estamos todos un poco más cerca.

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