El suicidio es una herida silenciosa que atraviesa familias, comunidades y países enteros. Cada vida perdida deja tras de sí un vacío que no se llena nunca: padres que preguntan qué hicieron mal, hermanos que cargan culpas imposibles, amigos que se reprochan no haber escuchado la última llamada de auxilio. No son cifras frías: son historias interrumpidas.
Cada 10 de septiembre, se conmemora el Día Internacional para la Prevención del Suicidio con la finalidad de hacer visible este drama que suele esconderse entre el estigma y el silencio. La fecha, impulsada por la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio y la Organización Mundial de la Salud (OMS), recuerda que este no es un destino inevitable: puede prevenirse si la sociedad entera se involucra.

El mundo enfrenta una realidad inquietante. De acuerdo con la OMS, más de 700 mil personas mueren por suicidio cada año. Es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. Siete de cada 10 casos ocurren en países de ingresos medios y bajos, donde los servicios de salud mental son limitados. Detrás de esas cifras, hay un común denominador: la desesperanza y la falta de redes de apoyo.
En América Latina, la situación se ha vuelto aún más alarmante. Mientras en otras regiones las tasas han disminuido, en el continente las muertes por suicidio aumentaron en las últimas dos décadas. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) advierte que cada año cerca de 100 mil personas mueren en la región, muchas veces en contextos atravesados por la pobreza, la violencia o la exclusión social.
En México la cifra no podía dejar de ser escalofriante. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 2023 se registraron ocho mil 837 suicidios, lo que equivale a 6.8 muertes por cada 100 mil habitantes.
Las estadísticas muestran que los hombres son los más vulnerables: su tasa es casi tres veces mayor que la de las mujeres. Y el dato que duele más: los jóvenes concentran el mayor número de casos, sobre todo entre los 20 y 29 años.
Frente a este panorama, la prevención es un imperativo. La OMS ha delineado estrategias claras en su plan LIVE LIFE: limitar el acceso a medios letales, promover un tratamiento responsable del suicidio en los medios de comunicación, fortalecer las habilidades de los jóvenes para afrontar la vida y garantizar que quienes piden ayuda reciban atención oportuna.
México ha dado pasos importantes. Desde hace algunos años opera la Línea de la Vida (800 911 2000), un servicio telefónico disponible 24/7 donde psicólogos ofrecen contención y canalizan a instituciones de salud. También se han publicado guías técnicas para la atención de emergencias suicidas y se ha intentado llevar la prevención a las escuelas. Sin embargo, los recursos siguen siendo insuficientes frente a la magnitud del problema.
El estigma sigue siendo uno de los grandes obstáculos. Hablar de suicidio se asocia con vergüenza y debilidad. Ese silencio pesa tanto como la propia enfermedad. Especialistas subrayan que preguntar directamente a una persona en crisis no la empuja al acto, al contrario: puede ser la puerta a pedir ayuda.

El lema global para este trienio es claro: “Cambiar la narrativa”. Se trata de pasar del tabú al acompañamiento, de la condena al apoyo, de la invisibilidad a la acción concreta. Significa también responsabilizar a los medios: evitar el sensacionalismo y centrarse en mensajes que promuevan la esperanza y la ayuda.
La prevención no es sólo tarea de médicos o psicólogos: es una red que todos podemos tejer. Puede comenzar con algo tan simple como escuchar, como preguntar “¿cómo estás?” y estar dispuesto a sostener la respuesta. Implica también difundir los números de ayuda, compartir información confiable y exigir políticas públicas que coloquen la salud mental al centro.
En un país donde más de ocho mil familias al año se quiebran por una muerte que pudo evitarse, el reto es inmenso. Pero también lo es la posibilidad de transformar esa historia. Porque cada vida que se salva es una victoria silenciosa contra la desesperanza.
El 10 de septiembre no debe ser sólo un día en el calendario, sino un recordatorio de que prevenir el suicidio es un acto de humanidad. Escuchar, acompañar, atender, cambiar el relato: en cada uno de esos gestos está la posibilidad de que alguien encuentre un motivo para quedarse.
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