“Cuando era niña pensé que las Naciones Unidas resolverían todas las guerras; hoy veo que son parte del conflicto”, reflexiona María, de 28 años, una activista mexicana que estudia cooperación internacional. Ese desencanto sintetiza el drama actual de una institución que, pese a su prestigio moral, se enfrenta a serias críticas: ¿quién la controla realmente? ¿Ha quedado obsoleta frente a nuevos poderes y crisis globales?
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació en 1945 como respuesta al horror de la Segunda Guerra Mundial, con la promesa de una paz duradera, la defensa de los derechos humanos y la cooperación internacional. Pero hoy, en su ochenta aniversario, su vigencia se debate entre luces históricas y retos de supervivencia. Ante conflictos inéditos —como guerras híbridas, crisis climáticas, pandemias y tensiones tecnológicas—, la ONU exige un proceso profundo de transformación. Este artículo analiza sus orígenes, triunfos y fracasos, y esboza hacia dónde debe evolucionar.
Origen y propósito
La ONU emergió como sucesora de la fallida Sociedad de Naciones: durante la Conferencia de San Francisco (abril-junio de 1945), representantes de 51 países firmaron la Carta de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 24 de octubre de ese año. En su preámbulo, la Carta afirma su misión: “salvar a las futuras generaciones del flagelo de la guerra”, reafirmar la fe en los derechos humanos, promover el progreso social y fomentar la paz mundial.
Los pilares institucionales de la ONU incluyen:
- La Asamblea General (órgano deliberativo de todos los Estados miembros)
- El Consejo de Seguridad (encargado de decisiones vinculantes en paz y seguridad)
- El Consejo Económico y Social (coordinación de desarrollo social y económico)
- La Secretaría (dirigida por el Secretario General)
- La Corte Internacional de Justicia
- Órganos subsidiarios y agencias especializadas (OMS, ACNUR, UNICEF, PNUD, etc.)
Desde su constitución, la ONU buscó no simplemente coordinar, sino dotar de mecanismos coercitivos y legales para evitar que los estados actúen solo por interés propio. En ese sentido, incorporó principios como el uso pacífico de la fuerza y la obligación de los miembros de cumplir las resoluciones de la Asamblea.
Momentos de brillantez
- Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Aunque jurídicamente no vinculante, fue un faro normativo global, respaldado por 48 países.
- Decolonización (décadas de 1950-70). La ONU constituyó un espacio para que las excolonias lograran reconocimiento y reordenación internacional.
- Misiones de paz (“cascos azules”). Desde 1948, la ONU desplegó más de 70 operaciones de paz, con más de 120 mil personas involucradas, enfrentando conflictos como el del Congo, Timor Oriental o la ex Yugoslavia.
- Agenda del desarrollo y cooperación técnica. A través de organismos como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), UNICEF, la OMS y otros, la ONU ha liderado metas como erradicar enfermedades, impulsar educación y reducir pobreza.
- Premios Nobel y prestigio moral. Varios secretarios generales (Dag Hammarskjöld, Kofi Annan) han sido galardonados con el Nobel de la Paz, al igual que agencias como UNICEF o el sistema de mantenimiento de paz de la ONU.
Estos momentos consolidaron la idea de que la ONU no era solo un foro diplomático, sino un actor normativo capaz de transformar realidades.
Críticas, escollos y pifias institucionales
A pesar de sus logros, la ONU carga con una mochila pesada de críticas que hoy la ponen en entredicho. Entre ellas destacan:
Burocracia ineficiente y duplicidad
Una de las críticas persistentes es que la ONU se ha convertido en un conjunto de agencias superpuestas, con redundancias e ineficiencias. En muchos casos, las ONG han sido más ágiles en crisis que la maquinaria burocrática de la ONU. Por ejemplo, especialistas han señalado que en Somalia (años 90) la organización perdió oportunidades clave para prevenir tragedias por exceso de cautela interna.
Además, varias agencias realizan tareas similares en terreno, lo que genera competencia interna y gasto duplicado.
Centralismo del poder y veto desigual
El diseño institucional coloca un poder excesivo en el Consejo de Seguridad: sus cinco miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia) tienen derecho de veto, lo que les permite bloquear resoluciones aun cuando cuenten con mayoría apoyada en la Asamblea General. Este privilegio, heredado de la posguerra, ha sido objeto de reclamos de países del Sur global.
Por ejemplo, en conflictos recientes como Siria o Gaza, las potencias del Consejo permanente han bloqueado condenas internacionales o acciones conjuntas, lo que debilita la legitimidad del organismo.
Deficiencias en financiamiento y dependencia de grandes potencias
La ONU depende para operar de las contribuciones obligatorias y voluntarias de sus Estados miembros. En ocasiones, grandes potencias retienen pagos como forma de presión política. Por ejemplo, recientemente se ha reportado que Estados Unidos ha dejado de pagar fondos críticos a agencias de la ONU, generando recortes y crisis presupuestarias.
Este tipo de dependencia debilita la autonomía de la organización frente a los intereses de los países más poderosos.
Desconexión con las nuevas crisis globales
El mundo cambió: pandemias, cambio climático, ciberguerra, crisis de inteligencia artificial, migraciones masivas y fragmentación geopolítica no estaban previstos en 1945. En muchos casos, la ONU carece de mecanismos ágiles para responder con eficacia a amenazas no militares.
Además, su arquitectura territorial sigue anclada en lógicas estatales cuando muchos desafíos trascienden fronteras: las corporaciones tecnológicas, por ejemplo, tienen mayor volumen que muchos estados del mundo.
Déficit de legitimidad y desafío de credibilidad
Para muchos ciudadanos (como María, la activista), la ONU luce distante, elitista, y poco transparente. Cuando no puede actuar o parece manipulada por intereses nacionales, su estatura moral se debilita. La incapacidad para prevenir genocidios o brutales guerras modernas ha generado escepticismo en la opinión pública global.
¿Qué debe cambiar? Propuestas para una reforma profunda
Si la ONU va a sobrevivir como actor legítimo del siglo XXI, no basta con ajustes cosméticos: requiere una renovación estructural y ética. Algunas propuestas válidas son:
1. Reformar el Consejo de Seguridad: Una de las solicitudes más urgentes consiste en ampliar su representatividad: incluir permanentes de África, América Latina y Asia, y reducir mecanismos de veto absolutos. También se sugiere que el veto no sea permitido en casos de crímenes de guerra o genocidio.
2. Integración y consolidación institucional: Para reducir la burocracia, algunas agencias podrían fusionarse o redefinir competencias, concentrando funciones similares. Por ejemplo, mejorar coordinación entre la ONU, la OMS y agencias regionales en crisis sanitarias.
3. Financiamiento autónomo y predecible: Una reforma estructural del financiamiento permitiría que la ONU no dependa del capricho presupuestal de un puñado de países. Podrían explorarse mecanismos: contribuciones proporcionales automáticas, impuesto global mínimo o cuotas nuevas que garanticen independencia.
4. Fortalecer mecanismos de participación ciudadana y sociedad civil: La ONU debe reinventar su conexión con jóvenes, movimientos sociales y comunidades locales. Crear mecanismos deliberativos globales en los que la ciudadanía debate riesgos del siglo XXI (IA, cambio climático, desigualdad) y genere políticas colectivas.
5. Nueva gobernanza para nuevas amenazas: Debe crearse un “Consejo Global de Riesgos Emergentes” con mandato real (no solo simbólico) para anticipar crisis tecnológicas, pandemias, crisis climáticas extremas y desinformación.
6. Ética, transparencia y rendición de cuentas: La ONU debe reforzar auditorías internas, sanciones a corrupción y mecanismos para que denuncias ciudadanas sean atendidas por instancias independientes.
El ex secretario general Kofi Annan propuso ya hace años un informe con ejes de reconstrucción respecto a amenazas globales, armas, gobernanza y participación equitativa. Pero esas propuestas avanzan lentamente frente a intereses de poder.
Yolanda Hernández, de 32 años, es enfermera comunitaria en Ciudad Juárez. Durante la pandemia, colaboró con un programa de la OMS que llevaba vacunas y capacitación local. “Sentí orgullo de lo que representa la ONU —dice—, pero también frustración: a veces había retrasos, decisiones lejanas, criterios que no entendíamos en la trinchera del dolor. Cuando dejaban de pagar, los recursos no llegaban, y quienes más sufren son los de abajo”.
Su testimonio evidencia que las aspiraciones universales deben tener raíces locales. Para ella, la ONU debe cambiar para que “no solo venga cuando hay crisis mediática, sino que permanezca y empuje con la comunidad”.
Horizonte 2045: hacia una ONU renovada
¿Qué pasos debe dar la comunidad internacional para que la ONU cumpla ocho décadas más con sentido auténtico?
- Consenso mínimo intergubernamental
Las grandes potencias deben aceptar que la ONU ya no puede estar dominada por unas cuantas naciones. Reformar el Consejo de Seguridad requerirá valentía política internacional. - Impulso ciudadano global
Movimientos juveniles y redes digitales deben ejercer presión para que las reformas no queden solo en discursos diplomáticos. - Pilotos de gobernanza innovadora
Crear comisiones experimentales (IA, cambio climático, gobernanza digital) bajo la ONU con participación ampliada, para demostrar viabilidad de estructuras nuevas. - Renovación ética desde valores compartidos
Aquí puede entrar la doctrina social de la Iglesia: una ONU que reconozca la dignidad humana, el bien común y la subsidiariedad como principios orientadores, no solo realpolitik. - Seguimiento externo e independiente
Establecer observatorios ciudadanas globales que monitoreen el cumplimiento de reformas, transparencia y eficacia en las nuevas estructuras.
Cuando María dice que soñó que la ONU resolvería guerras pero hoy ve que es parte del conflicto, sintetiza una crisis institucional profunda. La ONU nació como antídoto contra la barbarie, y en sus ochenta años ha generado normas, salvado vidas y simbolizado la esperanza del multilateralismo. Pero también arrastra un diseño vetusto, asimetrías concentradas, dependencias financieras y una desconexión con las nuevas realidades globales.
Para seguir siendo relevante, la ONU necesita una cirugía estructural: reforma del Consejo de Seguridad, financiamiento autónomo, integración institucional, participación ciudadana y una gobernanza adaptada a los desafíos del siglo XXI. Solo así podrá renovar su vocación original: ofrecer un horizonte común de fraternidad entre pueblos, con justicia y paz.
En un mundo fragmentado, la ONU debe ser reinventada para que vuelva a ser el eje donde confluyan voces diversas y decisiones con sentido ético, no un instrumento más del poder. Si la comunidad internacional —y nosotros, como ciudadanos conscientes— no exigimos esa transformación, correremos el riesgo de que el ideal de “unidos en la diversidad” se convierta en obsoleto.
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