El crecimiento de la población humana no sólo cuenta personas: mide oportunidades, desigualdades, retos ambientales, salud, bienestar y futuro. Cada nuevo nacimiento se convierte en una pregunta urgente para los gobiernos del mundo: ¿podrán garantizarle educación, empleo, salud, vivienda, libertad? Y en muchos casos, la respuesta es no.
En ese contexto, cada 11 de julio se conmemora el Día Mundial de la Población, una fecha promovida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para poner sobre la mesa los grandes desafíos que trae consigo el aumento o la disminución del número de habitantes en el planeta. Más que una cifra, es un llamado a repensar cómo vivimos, cómo nos reproducimos y cómo nos organizamos como sociedad.
La efeméride fue establecida en 1989 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), inspirada en el llamado Día de los Cinco Mil Millones, ocurrido dos años antes, cuando el mundo cruzó oficialmente esa marca poblacional. Desde entonces, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) impulsa esta fecha como una plataforma para visibilizar temas cruciales: salud reproductiva, igualdad de género, derechos humanos y sostenibilidad.
En la actualidad el planeta alberga a más de ocho mil 200 millones de personas, según estimaciones del Banco Mundial y Naciones Unidas. Aunque el ritmo de crecimiento ha disminuido –actualmente ronda el 0.9 por ciento anual–, las cifras siguen siendo enormes: cada año se suman alrededor de 70 millones de habitantes, más que la población total de países como Italia o Corea del Sur.
Lo que sucede en el mundo es desigual, pues mientras en África subsahariana la fertilidad se mantiene alta, con más de cuatro hijos por mujer, en Europa, el este asiático y América Latina se vive una etapa de envejecimiento poblacional y tasas de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo. Según la ONU más de 60 países ya enfrentan una disminución de su población sin precedentes.
Este panorama ha hecho que el enfoque sobre el crecimiento poblacional evolucione. Si antes se temía una explosión demográfica, hoy preocupa una transición desigual: países que envejecen sin seguridad social suficiente, regiones que crecen sin infraestructura adecuada, y millones de jóvenes que siguen sin acceso a educación o empleo.
De acuerdo al informe sobre el Estado de la Población Mundial del UNFPA, la verdadera crisis a la que se enfrenta el mundo no tiene que ver con la despoblación, sino con la pérdida de la capacidad de acción en el ámbito reproductivo, toda vez que la mayoría de las personas quiere tener hijos y muchas personas desean más hijos de los que pueden tener.
Bajo el lema Empoderar a la juventud para que puedan formar las familias que desean en un mundo justo y lleno de esperanza, el Día Mundial de la Población de 2025 pone de relieve este desafío, con el objetivo de asegurar que las y los jóvenes cuenten con los derechos, recursos y oportunidades para decidir su propio futuro.
México no escapa a esta transformación. Con poco más de 131 millones de habitantes en 2025, el país ha entrado en una etapa de bajo crecimiento demográfico, con una tasa de fecundidad de apenas 1.6 hijos por mujer, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID).
Esto significa que el país ya no alcanza el nivel mínimo para garantizar el reemplazo generacional, lo que a mediano y largo plazo plantea retos económicos y sociales: un mercado laboral con menos jóvenes, un sistema de pensiones presionado y una base contributiva más estrecha.
Además, México tampoco ha logrado resolver sus problemas estructurales. Más de 340 mil adolescentes se convierten en madres cada año, y muchas mujeres enfrentan dificultades para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, especialmente en comunidades rurales o indígenas.
En ese contexto, la pregunta sobre si el país tiene asegurada su repoblación no puede responderse sólo con cifras. La fecundidad por sí sola no garantiza desarrollo. Sin políticas públicas que integren salud, educación, vivienda y empleabilidad con una perspectiva de equidad de género, el número de habitantes se vuelve irrelevante frente a la calidad de vida.
El lema de este año, propuesto por el UNFPA, es contundente: “Más allá de los números: invertir en las personas”. La agencia de Naciones Unidas recuerda que la clave no está en controlar cuántos somos, sino en asegurar que todas las personas tengan la posibilidad de vivir con dignidad.
Eso implica garantizar derechos reproductivos, erradicar embarazos infantiles, eliminar brechas salariales y de acceso, y crear condiciones en las que la maternidad y la paternidad no sean una carga, sino una elección.
La población no crece igual en todas partes, ni con los mismos derechos ni con las mismas oportunidades. Por eso, el Día Mundial de la Población no es solo una fecha para contabilizar vidas, sino para imaginar futuros más justos. Porque si bien el planeta está más lleno que nunca, la verdadera urgencia está en cómo lograr que cada vida cuente.
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