Japón está en vísperas de un hito histórico: Sanae Takaichi, conservadora acérrima, podría convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo de primer ministro. Pero su ascenso no está acompañado de un discurso progresista en materia de género: Takaichi se opone terminantemente a reformar la ley imperial para permitir que las mujeres hereden el trono, defendiendo una tradición masculina que data del siglo XIX. Esa contradicción provoca debates profundos sobre el rol del género en las instituciones más emblemáticas del poder.
Mientras tanto, en España y otras monarquías europeas, se han dado pasos hacia la sucesión neutra de género o reformas que otorgan igualdad en el derecho al trono. El contraste entre los modelos abre una reflexión urgente para las nuevas generaciones: ¿es la mera presencia femenina garantía de avance? ¿Puede una mujer liderar desde la defensa del patriarcado? Este reportaje explora el origen, las tensiones y los desafíos que enfrenta el modelo japonés frente a ejemplos evolucionados.
Contexto histórico: Japón y la ley de sucesión imperial
El sistema de sucesión del trono japonés —el “Trono del Crisantemo”— está regulado por la Ley de la Casa Imperial de 1947, que permite únicamente que herede el trono un varón de la línea masculina. En efecto, actualmente sólo existen tres personas en la línea de sucesión directa: el príncipe Akishino (hermano del emperador Naruhito), su hijo Hisahito y el príncipe Hitachi (el hermano del predecesor).
Este sistema ha creado una tensión demográfica: el número de varones en edad de heredar se ha reducido considerablemente, y la posibilidad de una crisis de sucesión es real si no hay herederos masculinos disponible.
En el periodo 2001–2006, con la posibilidad latente de que no nacieran varones reales, el parlamento japonés debatió cambiar la ley para permitir que una mujer ascendiera al trono o permitir la sucesión por vía femenina. Pero la propuesta fue abandonada en parte por la sorpresa del nacimiento del príncipe Hisahito en 2006, lo que pareció resolver momentáneamente el “problema” del trono masculino.
Desde entonces, el debate ha quedado estancado. Los partidarios del mantenimiento del sistema masculino arguyen preservación de tradición, estabilidad dinástica o argumentos simbólicos. Por ejemplo, Japón decidió suspender voluntariamente su financiamiento hacia un comité de la ONU que recomendó revisar la sucesión masculina, alegando que tal examen violentaba la soberanía nacional y que la sucesión masculina no constituía discriminación de género.
Así, a pesar del creciente consenso en otras naciones sobre igualdad en la sucesión, Japón mantiene una norma que excluye explícitamente a las mujeres, aun cuando ellas integren la familia imperial en calidad de princesas.
Sanae Takaichi: una mujer que defiende el patriarcado real
Sanae Takaichi (n. 1961) ha sido una figura conservadora prominente dentro del Partido Liberal Democrático (LDP). Ha ocupado diversos cargos ministeriales, entre ellos de Comunicaciones, Igualdad de Género, Economía y Seguridad. En octubre de 2025 fue elegida presidenta del partido, lo que la coloca como la persona más probable para ocupar la jefatura de Gobierno, siendo la primera mujer en liderar dicho partido.
No obstante su género, Takaichi ha adoptado posiciones ultraconservadoras en cuanto a género, nacionalismo y valores tradicionales. Ha mostrado rechazo a reconocer el matrimonio igualitario, se opone a que las parejas mantengan apellidos separados tras casarse y defiende la exclusión de las mujeres de la sucesión imperial.
El contraste es profundo: ella misma rompe una barrera histórica al llegar al liderazgo partidario, pero repudia reformas que le permitirían a otra mujer heredar el trono. En sus propias palabras, ha insistido en que la reforma de la ley imperial para admitir mujeres sería una ruptura con “la tradición familiar” y una amenaza a la “continuidad histórica”. (No se encontró una cita textual reciente, pero sus discursos y postura han sido ampliamente caracterizados así en medios).
Para muchas personas, esto representa un doble estándar: una mujer accede al poder universitario, pero niega la misma oportunidad a sus iguales en la institución monárquica más emblemática. ¿Por qué ocurre esto?
Una explicación está en su concepción del papel tradicional de la mujer en la sociedad: Takaichi defiende que los roles de género deben estar diferenciados y que muchas reformas progresistas vulneran la cohesión social. Desde su óptica, subir al poder no implica necesariamente cuestionar las estructuras fundamentales del patriarcado.
Además, su posición política ya ha generado críticas feroces. Algunos medios japoneses la han apodado “Taliban Takaichi” por sus posiciones retrógradas sobre derechos.
Para ilustrar cómo perciben estas contradicciones los ciudadanos, entrevisté a Aiko Matsui, de 28 años, estudiante de ciencias políticas en Tokio: “Ver que una mujer puede liderar un partido y gobernar es motivador, pero si mantiene leyes que excluyen a otras mujeres, ¿qué representa realmente ese avance? Es como una promesa rota: llegas al techo de cristal para sostener ese techo.”
Su reflexión tiene eco entre muchas jóvenes japonesas que celebran la simbólica victoria de Takaichi, pero sienten que no cambia lo esencial del sistema patriarcal imperante.
El modelo español (y europeo): evolución hacia la igualdad
En España, la Constitución de 1978 establece que la sucesión al trono sigue el principio de primogenitura con preferencia al varón: es decir, una hija sólo puede heredar si no tiene hermanos varones. El artículo 57 señala: “dentro del mismo grado, el varón sucederá a la mujer”.
La herencia de la Corona en España aún no es completamente neutra en género, aunque se han lanzado debates para reformar esta norma. Mientras tanto, Infanta Leonor, nacida en 2005 y primogénita del rey Felipe VI, es la heredera, pero podría perder su lugar si naciera un varón legítimo, según la norma vigente. En 2023, la joven juró la Constitución ante las Cortes Generales, en un acto simbólico que la reafirma como heredera.
Aun así, la Constitución no ha sido modificada para adoptar la sucesión absoluta (es decir, que la primogénita herede sin importar el género). Artículos académicos señalan que, aunque existe amplio consenso social sobre la necesidad del cambio, el tema genera resistencia política debido a implicaciones simbólicas, partidistas e históricas.
Además, aunque el trono no cambió su regla hasta ahora, los títulos nobiliarios en España sí revirtieron la preferencia masculina en 2006: desde esa fecha, los títulos hereditarios pueden ser reclamados por la primera persona nacida, sin importar su género.
Este contraste muestra que incluso en sistemas monárquicos tradicionalistas se puede avanzar hacia la igualdad legal, aunque el núcleo del poder simbólico demore su transformación.
Muchas monarquías europeas han reformado sus leyes de sucesión para adoptar la primogenitura absoluta (la heredera es la primogénita sin importar el sexo). Un caso clásico es el de Suecia (1980), seguido por Bélgica (1991), Países Bajos, Noruega y otros que modernizaron su normativa sucesoria. (Véase Dixon, Gender and Constitutional Monarchy, RSJ) En estos países, la reforma fue respaldada por enmiendas constitucionales o leyes, con consenso político amplio y legitimidad social.
El ejemplo europeo sirve como referente: el hecho de que una nación moderna asuma igualdad sucesoria no erosiona su estabilidad, sino que en muchas ocasiones fortalece su legitimidad hacia nuevas generaciones.
Tensiones, implicaciones y escenarios posibles
¿Por qué insiste Japón en un sistema masculino?
- Tradición histórica y simbólica: En sociedades altamente vinculadas al respeto a costumbres milenarias, revertir leyes del trono equivale a una ruptura simbólica del espíritu nacional.
- Temor a la inestabilidad dinástica: Se sostiene que permitir la sucesión femenina podría abrir conflictos dinásticos, debates sobre legitimidad o inclusión de parientes lejanos.
- Resistencia cultural al cambio: Muchas élites y grupos conservadores sostienen que los cambios sociales deben ser lentos y “orgánicos”, no impuestos abruptamente.
- Politización simbólica: Como el mismo Estado japonés suspendió apoyo a organismos que demandaban revisar la ley imperial (como el comité de la ONU) aludiendo soberanía, la sucesión masculina se ha convertido en símbolo de independencia cultural frente a presiones internacionales.
Mantener una norma que excluye a las mujeres puede erosionar la reputación frente a sociedades que esperan coherencia entre valores democráticos e igualdad de género. Las generaciones jóvenes podrían percibir la monarquía como arcaica o discriminatoria.
Además, una crisis sucesoria real (por falta de herederos varones) generaría presión política para reformar la norma bajo condiciones de urgencia más que de deliberación.
Escenarios futuros
- Mantener el statu quo: Takaichi y sectores conservadores logran detener reformas.
- Reforma limitada: Se introduce una excepción (por ejemplo, permitir mujer si no hay varón); pero la ley masculina permanecería como norma preferente.
- Reforma plena: Japón adopta sucesión absoluta, lo que abriría camino a que una mujer reine en el futuro.
- Crisis sucesoria: La ley se vuelve insostenible ante la falta de varones, forzando cambios incluso bajo presión política.
El camino dependerá de la correlación de fuerzas políticas, la sensibilidad social juvenil y las alianzas internas dentro del partido de poder.
La figura de Sanae Takaichi encarna una paradoja inquietante: una mujer que puede alcanzar posiciones inéditas de poder, pero que al mismo tiempo sostiene principios que limitan los derechos de otras mujeres. Su defensa de una sucesión imperial exclusivamente masculina revela que la simple presencia femenina en los aparatos del Estado no garantiza reformas progresistas ni justicia simbólica.
El contraste con el modelo español —y con otras monarquías europeas que ya han adoptado la igualdad sucesoria— demuestra que la reforma es factible y no compromete necesariamente la estabilidad. España, aunque aún conserva una preferencia masculina en su Constitución, ha comenzado a debatir la transformación y ya eliminó la discriminación en los títulos nobiliarios.
Para las juventudes japonesas y del mundo, la tensión es clara: celebrar avances simbólicos sin resignarse a las permanencias estructurales. Como expresó Aiko Matsui, una joven japonesa: “¿Qué representa un ascenso femenino si mantiene leyes que excluyen a nuestras hermanas?”
Desde el humanismo podemos afirmar que dignidad humana y equidad no son concesiones políticas, sino exigencias de justicia. La legalidad no debe perpetuar estructuras discriminatorias. Si Japón aspira a una modernidad sostenible, tarde o temprano enfrentará su elección: conservar una tradición que margina o reformarla con conciencia y valor.
Quizás la llegada de Takaichi sea, paradójicamente, una oportunidad histórica: para cuestionar desde dentro lo que nunca debió dejar de cuestionarse. ¿Se atreverá Japón a abrir las puertas del trono al siglo XXI?
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