En un mundo donde los escándalos de corrupción emergen de las sombras y la impunidad parece ganar terreno, la ética no es una aspiración sino una urgencia. Hoy la humanidad requiere recordar que la ética es la brújula que mantiene orientada a la humanidad. Sin ella, las sociedades pierden el rumbo y las personas dejan de reconocerse entre sí como iguales.
Con el propósito de recordar que a pesar de los cambios vertiginosos del mundo, los principios que lo sostienen no deben perderse, cada 15 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Ética, impulsado por el Carnegie Council for Ethics in International Affairs, que en su edición 2025 tiene el lema La ética reimaginada, La reflexión a la que invita es a reimaginar la ética ante los desafíos del presente: la inteligencia artificial, la polarización política, la crisis ambiental y la desconfianza hacia las instituciones. No se trata de una efeméride simbólica, sino de un llamado global a colocar la ética en el centro de las decisiones personales, empresariales y gubernamentales.
Es importante subrayar que sin brújula ética, ni los derechos humanos, ni la justicia ni la convivencia social son posibles. En tiempos donde la información se distorsiona y las fronteras entre el bien y el mal parecen borrosas, actuar con ética es un acto de resistencia, de lucidez y de esperanza. Porque, al final, la ética no es solo el camino correcto: es la única ruta que nos permite seguir siendo humanos.

Ética y convivencia social
La ética, entendida como el arte de hacer el bien y evitar el daño, no sólo beneficia a la colectividad, también transforma a quien la practica. Ser ético no significa ser ingenuo, sino actuar con coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. En el plano personal, esa coherencia genera respeto propio y confianza ajena; en el social, permite la convivencia, el orden y la justicia.
Cuando la brújula ética se quiebra, los efectos son inmediatos. Los ejemplos abundan. El colapso de Enron, a comienzos del siglo XXI, no fue sólo una catástrofe financiera, sino que fue una lección sobre cómo la codicia y la mentira, disfrazadas de éxito, pueden arrasar con empleos, pensiones y vidas enteras. Dos décadas después, el caso FTX, una de las mayores estafas en criptomonedas, repitió el patrón: decisiones sin escrúpulos que hundieron la confianza en el mercado digital. En ambos casos, la ausencia de ética no sólo dañó empresas, sino el principio básico de la confianza social.
En otros aspectos, es importante observar que detrás de los derechos humanos y del sistema de justicia se esconde un fundamento invisible pero indispensable: el respeto ético por la dignidad del otro. Sin ética, los derechos se vuelven letra muerta y la justicia, un juego de intereses.
Basta recordar que la corrupción que puede ir desde un soborno en una licitación hasta la manipulación judicial, no es sólo un delito administrativo: es una violación ética que afecta derechos colectivos. Según un estudio publicado por la Universidad de Oxford en 2024, la corrupción sistemática puede considerarse una forma de vulneración de los derechos humanos, pues desvía recursos que deberían destinarse a salud, educación o justicia. Allí donde la ética se debilita, los derechos pierden sentido.
En contraste, cuando los gobiernos actúan con transparencia, los ciudadanos confían. El informe del Institute of Business Ethics (IBE) subraya que las sociedades con altos estándares éticos presentan mayores índices de cohesión y menor desigualdad. La ética no es, entonces, una abstracción filosófica: es una política pública en sí misma.
En el aula, la ética forma carácter. Enseñar matemáticas o historia sin enseñar honestidad, respeto y responsabilidad es como construir una casa sin cimientos. El plagio, el fraude académico o la indiferencia ante la injusticia comienzan en los espacios donde se normaliza que “todo se vale”.

En el mundo empresarial, la ética define el éxito sostenible. Volkswagen lo aprendió por la vía dura cuando en 2015 se descubrió que había manipulado los resultados de emisiones contaminantes de millones de autos. La multa superó los 30 mil millones de dólares y, más importante aún, destrozó la imagen de una de las marcas más prestigiosas del planeta. La falta de ética, una vez más, se tradujo en pérdida de confianza.
En la ciencia y la tecnología, la ética se enfrenta a dilemas cada vez más complejos. La inteligencia artificial, por ejemplo, puede amplificar sesgos o vulnerar la privacidad. En Japón, el caso Rikunabi Data Scandal, donde una empresa compartió datos personales de estudiantes sin su consentimiento, expuso los riesgos de un desarrollo tecnológico sin freno moral. Innovar sin ética puede ser tan peligroso como retroceder.
Grietas peligrosas
Cuando la brújula se extravía, las consecuencias se sienten en todos los niveles. La corrupción erosiona instituciones; la injusticia normaliza el privilegio; la desconfianza paraliza la participación ciudadana. Cada escándalo, ya sea financiero, político o tecnológico, es un recordatorio de que las sociedades no se sostienen solo con leyes, sino con valores compartidos.
Y así como la falta de ética destruye, su práctica construye. Fomentar la ética produce beneficios tangibles: fortalece la cohesión social, impulsa la transparencia, genera respeto mutuo y restaura la confianza. Sociedades con altos estándares éticos presentan menor corrupción, mayor participación ciudadana y economías más estables, de acuerdo con datos del Banco Mundial y de Transparency International.
Ser ético no significa ser perfecto; significa actuar con conciencia de las consecuencias. Cada decisión ética, en una empresa, en un aula o en una oficina pública, suma al bien común y evita que el rumbo colectivo se pierda.
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