La vida útil de un celular en México es, en promedio, de apenas dos años y medio, según datos del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC). Después, queda olvidado en un cajón o, peor aún, termina en basureros donde libera sustancias tóxicas. Esta corta duración no es resultado del azar ni únicamente del desgaste natural: es la consecuencia de un modelo de producción basado en la obsolescencia programada y la lógica de la economía lineal, que sigue la ruta: producir, consumir, desechar.
Lo que a primera vista parece normal –cambiar de aparato, moda o electrodoméstico cada temporada– es en realidad un sistema insostenible que multiplica residuos, agota recursos naturales y perpetúa desigualdades sociales.
La trampa de la economía lineal
La economía lineal se basa en la extracción de recursos, la fabricación de productos, su consumo y, finalmente, su desecho. Esta lógica dominó el siglo XX y se convirtió en motor de crecimiento económico. Sin embargo, hoy sabemos que tiene un costo social y ambiental altísimo.
La ONU estima que cada año se generan 53.6 millones de toneladas de desechos electrónicos en el mundo, y solo el 17% se recicla de forma adecuada. En México, el problema es creciente: la Asociación Nacional de Telecomunicaciones (ANATEL) reporta que en 2023 se generaron más de 1.2 millones de toneladas de basura electrónica, convirtiendo al país en uno de los mayores productores de e-waste de América Latina.
La mayoría de estos desechos contienen plomo, mercurio y cadmio, sustancias que contaminan suelos y mantos acuíferos. Peor aún: gran parte termina en tiraderos informales donde trabajadores, incluidos niños, manipulan los restos tecnológicos sin protección.
Obsolescencia programada: consumo en piloto automático
El término obsolescencia programada describe la práctica de diseñar productos con una vida útil artificialmente corta para obligar al consumidor a reemplazarlos. Un caso emblemático fue el cartel Phoebus en 1924, donde las principales compañías de bombillas acordaron limitar su duración a 1,000 horas para garantizar ventas constantes.
Hoy, el fenómeno se replica en laptops, impresoras, electrodomésticos y especialmente en smartphones. “Los fabricantes utilizan estrategias como baterías no reemplazables, actualizaciones de software incompatibles o piezas imposibles de reparar”, explica Alejandro Alvarado, especialista en economía circular de la UNAM.
Este sistema genera ganancias rápidas para las empresas, pero provoca un consumo compulsivo y montañas de residuos. Además, impacta en el bolsillo de las familias: el gasto promedio anual en electrónicos en México es de 7,500 pesos por hogar, según la ENIGH 2022.
“Mi lavadora dejó de funcionar a los tres años. Llamé al servicio técnico y me dijeron que la pieza costaba casi lo mismo que una nueva. Terminé comprando otra, y la vieja se quedó en el patio”, cuenta Rosa Hernández, madre de dos hijos en el Estado de México.
Su experiencia refleja lo que muchos mexicanos enfrentan: la reparación suele ser más costosa o inaccesible que reemplazar, lo que fomenta el círculo del desecho.
Impacto social: desigualdad y trabajo precario
El modelo lineal no solo afecta al medio ambiente, también profundiza la desigualdad social. En países como Ghana o India, toneladas de desechos electrónicos provenientes de países desarrollados llegan para ser “reciclados” de manera informal. Allí, comunidades enteras viven del desmantelamiento de aparatos, expuestas a metales pesados y sin acceso a protección sanitaria.
En México, organizaciones como Basura Cero advierten que miles de pepenadores trabajan en condiciones precarias recolectando y separando desechos que la industria debería gestionar de forma responsable.
“Es un tema de justicia social y ambiental. No se trata solo de contaminación, sino de quién paga el costo de un sistema de consumo diseñado para desechar”, señala María Teresa Gutiérrez, investigadora en justicia ambiental del ITESO.
La respuesta global: hacia la economía circular
Frente a esta crisis, la economía circular surge como alternativa. A diferencia de la lineal, busca mantener los productos, materiales y recursos en uso el mayor tiempo posible, priorizando la reparación, el reciclaje y la reutilización.
La Unión Europea, por ejemplo, aprobó en 2023 el “derecho a reparar”, que obliga a los fabricantes a garantizar refacciones accesibles y manuales de reparación para electrodomésticos y electrónicos. En México, el Senado ha discutido iniciativas similares, aunque aún no se convierten en ley.
Dimensión ética: la dignidad humana y el bien común
La obsolescencia programada contradice principios básicos como el cuidado de la creación y la primacía de la persona sobre el capital. El Papa Francisco lo señaló en Laudato Si’: “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”.
El desafío no es solo técnico o económico, sino ético: cómo construir una cultura que respete los límites del planeta y promueva un consumo orientado al bien común, no al lucro inmediato.
México ante el reto
Aunque México ha firmado compromisos internacionales como la Agenda 2030 de la ONU, la implementación es lenta. El Plan Nacional de Residuos de Aparatos Electrónicos y Eléctricos existe desde 2018, pero carece de presupuesto suficiente y coordinación entre estados.
Algunas iniciativas ciudadanas buscan llenar ese vacío. Proyectos como Reciclatrón en la Ciudad de México recolectan aparatos en jornadas específicas, mientras startups como Renovatek ofrecen reacondicionamiento de celulares a bajo costo.
Sin embargo, estos esfuerzos son aún marginales frente a la magnitud del problema.
Del desecho a la corresponsabilidad
El costo de la obsolescencia es mayor de lo que imaginamos: no se limita a aparatos que dejan de servir, sino que abarca su huella en los ecosistemas, la economía familiar y la justicia social. La trampa de la economía lineal nos ha llevado a creer que todo es reemplazable, cuando en realidad estamos hipotecando el futuro.
Superar este modelo exige un cambio cultural profundo: empresas comprometidas con la reparación, gobiernos que legislen en favor del derecho a reparar y ciudadanos conscientes de su poder como consumidores.
El consumo responsable es también un acto de amor al prójimo y de respeto a la creación. Y es que, en última instancia, lo que está en juego no es solo la vida útil de un celular, sino la vida misma de nuestro planeta
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