El 19 de agosto de 2003, un atentado en Bagdad cobró la vida de 22 trabajadores humanitarios, incluido el brasileño Sérgio Vieira de Mello, representante de la ONU en Irak. Este acto de violencia desmedida contra quienes brindaban ayuda a civiles atrapados en el conflicto llevó a la Asamblea General de la ONU a proclamar, en 2008, el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria. La fecha no solo honra a las víctimas, sino que también subraya la urgencia de proteger a quienes arriesgan sus vidas para salvar otras.
La asistencia humanitaria se despliega en los escenarios más duros: zonas de conflicto armado, ciudades devastadas por terremotos, comunidades enteras arrasadas por huracanes o sequías. Son lugares donde la seguridad personal está lejos de estar garantizada y donde el cansancio físico se combina con la carga emocional de enfrentar el sufrimiento extremo.
Allí, trabajadores de organizaciones internacionales, personal médico, rescatistas, voluntarios y miembros de comunidades locales se convierten en la línea de defensa más cercana para quienes lo han perdido todo.
El compromiso va más allá de la entrega de víveres o medicinas. Es un trabajo que implica escuchar historias de dolor, atender a niños separados de sus familias, ofrecer atención psicológica a sobrevivientes de violencia sexual en conflictos, o incluso mediar para lograr corredores humanitarios que permitan la evacuación de civiles.
Cifras que estremecen
De acuerdo con Naciones Unidas, en 2024 más de 360 millones de personas en el mundo necesitaron algún tipo de asistencia humanitaria, una cifra récord impulsada por el aumento de conflictos prolongados, la crisis climática y desastres naturales cada vez más intensos.
En países como Sudán, Ucrania, Haití, Siria y Yemen, millones dependen a diario de la llegada de ayuda para poder comer, recibir atención médica o acceder a agua potable. Y aunque la magnitud del esfuerzo es enorme, los recursos nunca parecen suficientes: los llamamientos internacionales para financiar operaciones humanitarias suelen cubrirse apenas en un 40 o 50 por ciento.
La labor humanitaria no es ajena a la violencia. Tan sólo en 2023, más de 250 trabajadores humanitarios fueron asesinados, secuestrados o gravemente heridos en el cumplimiento de su labor. En muchos casos, son blanco directo de ataques por parte de grupos armados o víctimas de bombardeos indiscriminados en zonas de conflicto.
Pese a ello, miles continúan en terreno, motivados por la convicción de que una vida salvada justifica cualquier riesgo. Este compromiso inquebrantable es el que el Día de la Asistencia Humanitaria busca visibilizar y reconocer.
Si bien la respuesta inmediata es vital, la asistencia humanitaria no termina cuando cesa el fuego o baja el agua. En muchos casos, es el punto de partida para procesos de reconstrucción y recuperación que pueden tomar años. Esto incluye la rehabilitación de escuelas y hospitales, el restablecimiento de medios de vida, el apoyo a comunidades desplazadas para que puedan regresar a sus hogares o reasentarse de forma segura.
La atención también se dirige a las llamadas “crisis olvidadas”, aquellas que no ocupan portadas pero que continúan afectando a millones: conflictos en África subsahariana, desplazamientos masivos en Centroamérica, o las consecuencias del cambio climático en islas del Pacífico que poco a poco desaparecen bajo el mar.
La asistencia humanitaria no es solo tarea de los organismos internacionales. Gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, empresas y ciudadanos pueden sumar esfuerzos para apoyar a las víctimas de crisis. Desde donaciones económicas hasta voluntariado o campañas de sensibilización, cada acción contribuye a mantener viva la cadena de ayuda.
En un mundo cada vez más interconectado, la indiferencia ya no es una opción. Las imágenes de ciudades en ruinas, de madres cargando a sus hijos en busca de refugio o de comunidades enteras esperando un convoy de ayuda, no pueden quedar como meros relatos lejanos.
El valor de la empatía
El Día Mundial de la Asistencia Humanitaria es también un recordatorio de que la empatía puede cruzar fronteras. Que detrás de cada paquete de alimentos, cada tienda de campaña o cada medicamento entregado, hay una historia, un rostro, un nombre.
Es un llamado a reconocer que en cualquier momento, por causa de un desastre natural o de una guerra, cualquiera podría estar en el lugar de quienes hoy reciben la ayuda. Y que el compromiso de proteger y apoyar a las víctimas de emergencias no debe ser solo un acto de generosidad esporádica, sino una responsabilidad permanente.
En tiempos de crisis, los trabajadores humanitarios son un puente entre la desesperación y la esperanza. Su labor nos recuerda que, incluso en medio del caos, la humanidad tiene la capacidad de elegir la compasión por encima de la indiferencia. El 19 de agosto no es solo una fecha para conmemorar su sacrificio, sino para reafirmar que ayudar a quien lo necesita es una obligación moral que trasciende fronteras, ideologías y diferencias.
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