“El agua no se posee, no se vende, no se negocia: se comparte, se defiende y se celebra. Hablar del agua es hablar de la vida misma, de la dignidad de los pueblos y del respeto a la creación”. Con estas palabras, el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, marcó el mensaje central de la Cumbre Amazónica del Agua, que se celebra en la ciudad peruana de Iquitos, y que reunió a más de 300 participantes de 10 países.
La declaración del purpurado, enviada desde Roma, se convirtió en la brújula ética de un encuentro internacional que colocó en el centro del debate la defensa del agua como derecho humano y bien común, en un contexto donde las amenazas a los ríos amazónicos por la minería ilegal, derrames petroleros, deforestación y cambio climático, se multiplican.
La paradoja de Iquitos fue el telón de fondo. A pesar de estar rodeada por los ríos Amazonas, Nanay e Itaya y por el lago Moronacocha, la ciudad enfrenta una escasez alarmante de agua potable ya que el 60 por ciento de su población carece de acceso continuo, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Miles de familias dependen de cisternas irregulares o consumen agua contaminada, con riesgos graves para la salud.

Durante la inauguración, monseñor Miguel Ángel Cadenas Cardo, obispo apostólico de Iquitos, advirtió que la situación no es solo un problema local, sino un asunto de seguridad alimentaria y de justicia social. “El bien común implica cuidar el medio ambiente; los ríos son vitales para la seguridad alimentaria. La Cumbre busca conectar a personas e instituciones que comparten la misma preocupación, promoviendo acciones conjuntas para proteger este recurso esencial”, subrayó.
Uno de los puntos más emotivos del encuentro fue escuchar las voces de comunidades que enfrentan diariamente la contaminación de sus fuentes de agua. El Vicariato Apostólico de Iquitos presentó experiencias de acompañamiento a poblaciones impactadas por derrames de petróleo en el Marañón y por la falta de agua y saneamiento en distritos como Punchana.
En 2023, tras años de lucha legal, el Tribunal Constitucional del Perú reconoció la violación de derechos fundamentales en estas comunidades y ordenó al Estado garantizar agua potable. Este fallo histórico se convirtió en símbolo de resistencia e inspiración para otros pueblos amazónicos que exigen condiciones dignas de vida.
Barbara Fraser, coordinadora de la Vicaría del Agua, recalcó la importancia de la organización comunitaria: “La organización comunitaria cambia realidades. La Cumbre amplifica esa voz de esperanza y exige que se cumplan los derechos de los más pobres”.
La Cumbre Amazónica del Agua que se lleva a cabo del 1 al 3 de octubre se desarrolla con una agenda diversa y participativa que combina foros, talleres, encuentros comunitarios e interculturales, además de mesas juveniles. Los temas incluyen la cosmovisión indígena, el cambio climático, el extractivismo, la seguridad alimentaria y los derechos de los pueblos originarios.
Más que un evento académico, el encuentro se planteó como una plataforma de articulación internacional, con metodologías que privilegiaron la escucha y el consenso. Siguiendo la enseñanza del Sínodo de la Amazonía, se buscó “caminar juntos” en la defensa del agua.

El cierre de la Cumbre estará marcado por la Declaración de Iquitos, un documento que reunirá las demandas y propuestas de las comunidades amazónicas. Este texto se llevará a foros nacionales e internacionales, particularmente a la COP30 de Belém do Pará (Brasil), y también será parte de las reflexiones del Año Santo 2025, el Jubileo convocado por la Iglesia Católica.
Para el cardenal Czerny, esta proyección tiene un sentido de esperanza y compromiso global: “La voz de quienes aman esta selva puede abrir caminos de justicia y fraternidad. Sus esfuerzos aseguran que las futuras generaciones reciban una tierra habitable, con ríos limpios, bosques sanos y comunidades dignas”.
La Cumbre quiere dejar en claro que la defensa del agua rebasa los límites ambientales, toda vez que toca dimensiones de justicia social, salud pública y respeto a la diversidad cultural. En Iquitos se tejieron alianzas entre indígenas, campesinos, ribereños, científicos, jóvenes, agentes pastorales y autoridades, con un objetivo común: proteger el agua como fuente de vida.
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