La selva ardía como una herida abierta: columnas de humo devoraban copas centenarias, ríos de ceniza cubrían aldeas indígenas y un cielo enrojecido parecía perpetuar el incendio. En los últimos años, las imágenes satelitales y los testimonios desde la Amazonía han mostrado una devastación a gran escala que implica mucho más que la pérdida de árboles: es la destrucción de los servicios ecosistémicos que mantienen las cosechas, regulan las lluvias y reparan los suelos.
Al otro lado del planeta, las inundaciones catastróficas en Pakistán en 2022 desplazaron a millones de personas y arrasaron cultivos enteros. Tres años después, en 2025, nuevos episodios de crecidas volvieron a mostrar la fragilidad de los asentamientos humanos ante un clima cada vez más extremo.
Todos estos fenómenos han agravado problemas como la seguridad alimentaria, la vida de comunidades enteras se han visto comprometidas, la desaparición de especies vegetales y animales y en sí un desequilibro que agrava el calentamiento global, la contaminación y altera la naturaleza en su conjunto a nivel mundial.

Son en sí, efectos búmerang ocasionados por el daño que los seres humanos han ocasionado a la naturaleza.
El Día Mundial de la Protección de la Naturaleza, conmemorado cada 18 de octubre, nació como un intento de detener este círculo destructivo. Su origen se remonta a 1972, cuando el expresidente argentino Juan Domingo Perón hizo un llamado internacional a proteger los recursos naturales, enviando una carta que llegó a las Naciones Unidas en un momento en que la preocupación ambiental comenzaba a ganar relevancia mundial. Aunque la fecha no fue adoptada oficialmente por la ONU, con el tiempo se convirtió en una jornada impulsada por organizaciones civiles, gobiernos locales y colectivos ambientales de distintos países.
Recordar su historia importa porque la conmemoración no es sólo un acto simbólico. A lo largo de los años ha servido como una plataforma para visibilizar problemáticas y demandar acciones concretas. En 2024, por ejemplo, la pérdida de bosques a nivel global alcanzó niveles críticos debido a incendios y expansión agrícola, mientras que en 2025 algunos países como Brasil mostraron reducciones temporales en la deforestación gracias a una mayor fiscalización y a políticas ambientales más firmes. Son avances que demuestran que las decisiones políticas pueden modificar el rumbo, aunque de forma frágil y desigual.
El papa Francisco fue una de las voces más insistentes en advertir que el deterioro ambiental es inseparable de la crisis social y moral del mundo. En su encíclica Laudato si y en varios mensajes más el pontífice reiteró que la defensa de la creación no es un asunto secundario, sino una obligación ética. En 2025, para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, el Vaticano eligió el lema Semillas de paz y esperanza, un llamado a unir la justicia ecológica con la justicia social y a traducir la reflexión en acciones concretas.
El balance global es ambiguo. La conmemoración ha impulsado proyectos de conservación, la expansión del monitoreo satelital, el reconocimiento legal de territorios indígenas y programas de restauración ecológica. Sin embargo, estos avances se enfrentan a poderosos intereses económicos, corrupción y falta de recursos.

Los especialistas advierten que para cambiar realmente la trayectoria se requieren políticas públicas firmes: fortalecer la gobernanza ambiental, garantizar los derechos de las comunidades locales, invertir en restauración de ecosistemas y acelerar la transición energética hacia fuentes limpias. También son indispensables mecanismos internacionales de financiamiento y cooperación tecnológica que permitan a los países más vulnerables adaptarse a los efectos del cambio climático.
En 2025, las acciones vinculadas a esta fecha se suman a otras campañas ambientales globales. El Día Mundial del Medio Ambiente de este año, por ejemplo, se centró en “poner fin a la contaminación por plásticos”, una meta compartida por diversas organizaciones que ahora extienden su esfuerzo al 18 de octubre con actividades locales, limpiezas comunitarias, jornadas de reforestación y campañas para reforzar las leyes ambientales.
La conmemoración también se refleja en políticas concretas: gobiernos de América Latina y Asia han anunciado refuerzos en la fiscalización forestal, programas de restauración ecológica y monitoreo comunitario con apoyo tecnológico. En varios países, comunidades indígenas han impulsado redes de vigilancia y denuncia ante la tala y minería ilegales, demostrando que la defensa de la naturaleza comienza desde lo local.
Al final del día, mientras la ceniza y el lodo siguen marcando el paisaje de tantas regiones, la protección de la naturaleza ya no puede considerarse un lujo moral. Es una condición para la supervivencia humana. Conmemorar el Día Mundial de la Protección de la Naturaleza significa exigir acciones que detengan el daño y reconstruyan la esperanza. No con discursos ni promesas, sino con leyes efectivas, presupuestos justos, ciencia aplicada y participación social.
Porque después del humo y las inundaciones, aún es posible sembrar, como dice el lema de este año, Semillas de paz y de esperanza.
Te puede interesar: Crece resistencia a antibióticos
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com