Un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revela que cada año aproximadamente mil 200 millones de niños menores de 18 años son víctimas de castigo corporal en sus hogares. Entre quienes recibieron este tipo de disciplina en el último mes, el 17 por ciento fue sometido a formas severas, como golpes repetidos en cabeza, cara u orejas.
Los efectos son alarmantes y variados. Los niños que experimentan castigos físicos tienen 24 por ciento menos probabilidad de desarrollarse acorde a su edad, comparados con sus pares no expuestos. Además, estos castigos elevan los niveles hormonales de estrés y generan alteraciones en la estructura y funcionamiento cerebral, con potenciales secuelas de por vida.
Desde el punto de vista emocional y psicológico, los impactos son igualmente graves. Se observan mayores índices de ansiedad, depresión, baja autoestima y problemas emocionales, muchos persistentes hasta la adultez. Estos niños pueden enfrentarse a adicciones, comportamientos agresivos y, en algunos casos, intentos suicidas.
La práctica también fragiliza el desarrollo cognitivo y socioemocional, conduce al abandono escolar, a un rendimiento académico más débil y eleva la propensión a conductas violentas. Desde una perspectiva social, el castigo físico puede mantener un ciclo intergeneracional de agresión. Los castigados tienen más probabilidades de repetirlo con sus propios hijos, reforzando normas sociales que toleran la violencia como forma de control, señala el informe.
Aunque 68 de los Estados miembros de la ONU ya han prohibido el castigo corporal universalmente, la prohibición legal en sí no asegura su erradicación. La OMS subraya que debe acompañarse con políticas activas: campañas de sensibilización, apoyo directo a padres, cuidadores y docentes, y difusión de métodos de crianza positivos.
En escuelas de África y Centroamérica, más del 70 por ciento de los niños sufren castigos físicos, mientras que en el Pacífico Occidental esta cifra es cercana al 25 por ciento, reflejando marcadas disparidades regionales. El riesgo es especialmente alto entre niños con discapacidad y aquellos en contextos de pobreza o discriminación.
Etienne Krug, director del Departamento de Determinantes Sociales de la Salud de la OMS, enfatiza que el castigo corporal no aporta beneficios ni al bienestar infantil ni al desarrollo social. Su eliminación es urgente para garantizar que los niños puedan crecer sanos, seguros y con plena dignidad.
Un estudio adicional respalda estos hallazgos y concluye que el castigo físico no tiene efectos positivos en el comportamiento infantil y, por el contrario, se asocia de forma consistente con resultados negativos en salud mental, rendimiento educativo y desarrollo socioemocional.
Eliminar esta práctica exige más que leyes, demanda un cambio cultural profundo, políticas públicas firmes, formación para padres y docentes, y estrategias que promuevan la convivencia basada en el respeto, la empatía y la comunicación efectiva, resalta el informe.
La infancia merece ser un tiempo de protección, aprendizaje y cuidado. Es momento de actuar, con leyes más firmes, con conciencia social y con convicción para transformar el presente y asegurar un futuro digno para cada niño, afirma la OMS.
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