Desde la madrugada del 24 de febrero de 2022, cuando las tropas rusas cruzaron la frontera, el conflicto en Ucrania se ha convertido en la mayor crisis humanitaria y geopolítica de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy, más de tres años después, el panorama es dolorosamente claro: el avance militar se mantiene, los costos se acumulan y la diplomacia avanza a un ritmo glacial.
En el frente de batalla, los combates continúan con intensidad en el este del país, particularmente en zonas como Donetsk, Zaporizhzhia y Sumy. Esta última ha sido escenario reciente de una ofensiva rusa que obligó a evacuar a decenas de miles de personas. Aunque las fuerzas rusas han logrado avances territoriales, estos han sido modestos, fragmentados y sumamente costosos en términos de personal y recursos. De hecho, el avance diario promedio de las tropas rusas ha sido inferior al de campañas militares del siglo pasado, lo que refleja una guerra estancada en múltiples frentes.
La guerra ha cobrado un precio humano altísimo. Las estimaciones indican que entre 400 mil y más de 700 mil soldados ucranianos han muerto o resultado heridos, mientras que las cifras del lado ruso podrían superar el millón de bajas. A esto se suman los más de trece mil civiles ucranianos fallecidos como consecuencia directa de bombardeos, ataques a zonas residenciales o falta de servicios esenciales. Millones han huido del país o se encuentran desplazados internamente. Ucrania se ha vaciado de familias, comunidades enteras y generaciones completas que han visto truncado su futuro.
El golpe económico es igual de devastador. La economía ucraniana sufrió una caída acumulada de más del 22 por ciento de su producto interno bruto entre 2022 y 2024. Aunque en 2025 se proyecta un crecimiento marginal, las secuelas de la guerra seguirán pesando durante años. Se calcula que la reconstrucción del país requerirá inversiones por encima de los 486 mil millones de dólares, más del doble de su PIB actual. Además, la infraestructura crítica ha colapsado: la capacidad eléctrica del país, por ejemplo, pasó de 56 a solo 9 gigavatios en operación.
El origen del conflicto se remonta a profundas tensiones políticas y culturales. Desde 2014, cuando Ucrania inició un giro decidido hacia Europa tras el movimiento de Euromaidán, Rusia ha considerado ese alejamiento como una amenaza estratégica. La anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas del este fueron el preludio de la invasión a gran escala que estalló en 2022. Para Moscú, Ucrania representa no solo una zona de influencia histórica, sino una pieza clave en el equilibrio de poder regional. Para Kiev, la guerra es una lucha por su soberanía, su identidad nacional y su derecho a decidir su futuro.
Después de más de mil 200 días de conflicto, la pregunta crucial sigue siendo si existe una posibilidad real de alcanzar la paz. En las últimas semanas, se han intensificado los contactos diplomáticos. Polonia ha revelado que podría estar cerca un “congelamiento” del conflicto, tras reuniones de alto nivel con Volodymyr Zelenskiy. También se ha conocido que Estados Unidos y Rusia exploran discretamente un acuerdo para detener los combates en su estado actual, lo que implicaría que Moscú mantenga el control de los territorios que hoy ocupa como punto de partida para una negociación futura.
Sin embargo, los avances son frágiles y están rodeados de escepticismo. Vladimir Putin ha expresado disposición a dialogar, pero insiste en condiciones previas que Ucrania no está dispuesta a aceptar, como el reconocimiento de los territorios anexados. La presidencia de Donald Trump, por su parte, ha impuesto un ultimátum a Rusia para alcanzar un alto al fuego, bajo amenaza de nuevas sanciones. La posibilidad de una cumbre entre Trump y Putin ha comenzado a tomar forma, aunque con la inquietante omisión de Ucrania en la mesa de negociaciones, lo que enciende alarmas en Kiev y en Europa.
Mientras tanto, en el terreno, los soldados ucranianos siguen resistiendo. La desconfianza hacia cualquier acuerdo que no garantice la recuperación de su soberanía es generalizada. Para ellos, una tregua impuesta desde fuera sería apenas una pausa en una guerra que aún no termina. La población civil, exhausta por años de sufrimiento, observa con cautela cualquier anuncio de paz, conscientes de que lo que está en juego no es solo el fin de los combates, sino el futuro mismo del país.
A más de tres años del inicio de la invasión, Ucrania sigue librando una guerra de resistencia y supervivencia. Aunque se perciben señales de posible distensión, la posibilidad de una paz real y duradera sigue lejos. Las cifras son abrumadoras, las heridas son profundas, y el horizonte está marcado por la incertidumbre. La guerra, de momento, no ha terminado: sólo parece estar buscando una nueva forma de continuar pues los acuerdos reales que den fin a la misma no se logran concretar a pesar de los daos infringidos.
Te puede interesar: En Sinaloa, hay más muertos que días del año
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com