La polémica de Barcelona que sacudió la Navidad

La tradicional instalación de un Belén —o “pesebre”— en la plaza central de Barcelona, la Plaza de Sant Jaume, ha sido desde hace décadas un acto público que marcaba el inicio de la Navidad para muchos ciudadanos. Sin embargo, en los últimos años, esa tradición ha sido sustituida o transformada por instalaciones artísticas, conceptuales o neutras en términos religiosos.

Según el análisis de expertos, en 2023 el consistorio barcelonés, encabezado por el alcalde Jaume Collboni, optó por un “pesebre” que, si bien técnicamente recogía la escena del nacimiento, lo hacía en clave artística, urbana e “inclusiva” —con huertos urbanos, figuras de lectura o la tradicional “caganera” catalana— alejándose del discurso cristiano clásico. 

Para muchos creyentes y asociaciones cristianas, ese cambio no es simplemente estético, sino que representa algo más profundo: una renuncia a lo que definen como la herencia cristiana y cultural de la ciudad. La organización Corriente Social Cristiana convocó en diciembre de 2024 una protesta con decenas de belenes frente al Ayuntamiento para denunciar lo que consideran “la exclusión del hecho religioso del espacio público”. 

El desencuentro plantea la cuestión central de este artículo: ¿Por qué Barcelona reniega de su origen cristiano, o al menos así lo perciben sus ciudadanos? Y, ¿qué implicaciones tiene ese “renegar” para una ciudad que en lo simbólico y en lo real participa de una tradición cristiana tan marcada como la del Belén?

Antecedentes históricos: el Belén en Barcelona

El Belén, la representación del nacimiento de Jesús, tiene raíces profundas en la tradición cristiana. Ya en la carta apostólica del Papa Francisco *Admirabile signum (2019) se recuerda que la costumbre se remonta a San Francisco de Asís en Greccio en 1223. 

En Cataluña y en Barcelona en particular, la tradición del pesebre se fue instalando desde el siglo XVII y fue, en la posguerra, un elemento público consolidado. En Barcelona, se ubicó en la Plaza de Sant Jaume desde 1940, con interrupciones contadas —como la pandemia de 2020— hasta hace pocos años. 

Tradicionalmente, esa instalación pública tenía un carácter eminentemente cristiano: la Sagrada Familia, los pastores, los Reyes Magos, la mula y el buey, la estrella de Belén. Era una tradición que renunciaba a no decir “Navidad”, que hablaba de fe, comunidad, recogimiento, además de simbolizar valores como la acogida, la esperanza y la fraternidad.

En el discurso de la Corriente Social Cristiana, se afirma que “el Belén, como otros símbolos populares, tiene que estar presente en esta plaza… puesto que pertenece al pueblo”. 

Por ello, la modificación o sustitución de este icono por instalaciones más laicas o artísticas ha generado polémica.

¿Qué está pasando en Barcelona? Argumentos y percepciones

La versión del ayuntamiento

El Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por una coalición que apuesta por la laicidad del espacio público, ha señalado que la instalación navideña debe reflejar la pluralidad de la ciudad. Por ejemplo, el diseño del “pesebre” de 2023 del escenógrafo Ignasi Cristià era un retablo de enormes dimensiones que recogía escenas urbanas: una pareja con bebé, ángeles que podrían ser operarios del teleférico, vecinos en huertos urbanos, etc. 

La motivación oficial es que “forma parte de una ciudad contemporánea, diversa, donde la iconografía debe adaptarse al contexto urbano actual”. Según los informes, se quiere que “la ciudadanía se identifique con los personajes que aparecen”. 

Asimismo, se ha argumentado que el montaje original del pesebre tradicional dejaba fuera a amplios sectores de la población que no se sentían identificados. También se alega que la celebración pública de símbolos confesionales plantea un reto en una sociedad plural y diversa.

La percepción de abandono por parte de la fe cristiana

Para muchas asociaciones, creyentes y ciudadanos que participan en la tradición navideña, la sustitución del Belén por instalaciones alternativas es una forma de marginación simbólica. En palabras de los organizadores de la protesta de diciembre de 2024: “Se trata de un hecho grave, porque forma parte de una dinámica dirigida a la exclusión del hecho religioso de la vida y del espacio público”. 

El Grupo municipal del Vox ha denunciado que el alcalde ha gastado más de 100 000 euros en “un cutre anti-pesebre de cartón” en lugar de recuperar el nacimiento tradicional. 

Así, para muchos jóvenes creyentes y familiares la retirada del pesebre tradicional significa:

  • la pérdida de un símbolo comunitario que conjuraba el sentido sacro de la Navidad;
  • una ruptura de la continuidad cultural y religiosa de la ciudad;
  • una señal de que la tradición cristiana ya no ocupa un espacio natural en el imaginario urbano.

¿Odio a la religión? ¿Renegación del origen cristiano?

El título de “odio a la religión” puede sonar fuerte, pero muchas voces lo emplean para describir lo que consideran una ofensiva simbólica contra lo cristiano. Por ejemplo, Forum Libertas afirma que “el Ayuntamiento … ha presentado un nuevo concepto de pesebre … se aleja de los pesebres tradicionales, vacía la Navidad del sentido religioso y sigue la línea de montajes polémicos anteriores”. 

Sin embargo, desde una visión más analítica, lo que se ve es una tensión entre dos visiones de lo público:

  • Una visión que entiende a la ciudad como espacio confesional—o al menos con herencia confesional—y por tanto considera natural la presencia de símbolos cristianos en plazas públicas.
  • Otra visión que sostiene que el espacio público debe ser neutro confesionalmente, reflejar la pluralidad y adaptarse a los cambios sociales, culturales y demográficos.

En este sentido no necesariamente se trata de “renegar” del origen cristiano, sino de reconfigurar la presencia de la tradición en un marco urbano diverso. Pero para quienes viven esa tradición como parte de su identidad, el cambio percibido es profundo y doloroso.

Valores desde la Doctrina Social de la Iglesia y la identidad mexicana (aunque aquí hablamos de España)

Aunque estamos hablando de Barcelona, los valores de la Doctrina Social de la Iglesia —como la dignidad de la persona, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad— ofrecen un marco interpretativo útil.

  • La dignidad de la persona exige que todo ciudadano pueda identificarse con los símbolos de su cultura y fe si así lo desea.
  • El bien común implica que las decisiones sobre espacios públicos consideren a todos los ciudadanos, no excluyan a bloque alguno.
  • La pluralidad real exige un equilibrio entre tradición y diversidad.
    Desde ese prisma, el debate no se reduce a “¿sí o no al Belén?”, sino a “¿cómo se integra la tradición cristiana —que sigue siendo parte de la identidad de muchos— en un espacio público plural, sin imponer y sin suprimir?”.

«Cuando vine por primera vez a la plaza Sant Jaume con mi hijo, me emocionó ver el Belén que montaban cada año. Ahora me pregunto: ¿qué queremos mostrar a nuestros niños?» — Lourdes M., 32 años, residente en Barcelona y católica activa, participa en belenismo desde la adolescencia.

Lourdes nos cuenta que para ella la Navidad no es solo regalos, es “ver juntos el nacimiento, rezar, recordar que Dios se hace hombre, que se acerca a la humanidad”. Pero en los últimos años lo que vio fue una instalación moderna, difícil de explicar a su hijo de 6 años, que buscaba el Niño Jesús y vio figuras abstractas, luces y escenarios urbanos. “Me siento desplazada”, dijo, “como si mi fe ya no tuviera un hueco en la ciudad”.

Este testimonio ejemplifica cómo la decisión de un ayuntamiento puede tener impacto real en la vida de las personas: la tradición familiar, el sentido de pertenencia, la memoria comunitaria.

Implicaciones y reflexiones finales

Para la identidad urbana

La decisión del Ayuntamiento de Barcelona no es simplemente una cuestión estética o decorativa: es una señal simbólica para la ciudad. Cuando se elimina o transforma un símbolo tan significativo como el Belén, se envía un mensaje sobre quién “pertenece”, qué tradiciones se consideran “pertinentes” y cuáles “optativas”. Para muchas personas, cristianas o no, ver la plaza sin Belén significa una pérdida de continuidad, de arraigo, de ese “esto es lo que hacemos aquí”.

Para la tradición cristiana

Desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, la tradición cristiana tiene un valor que va más allá de lo litúrgico o religioso: es una parte de la memoria colectiva, de la cultura, de la educación en valores. Suplantarla o eliminarla sin diálogo puede generar segregación simbólica, donde los ciudadanos creyentes se sientan excluidos.

Para la sociedad plural

Por otro lado, vivimos en sociedades donde la diversidad crece: nuevos credos, nuevas sensibilidades, nuevas formas de entender la celebración. En ese contexto, es legítimo preguntarse cómo integrar las tradiciones históricas sin que parezcan excluyentes o impuestas. El reto es lograr una celebración que honre la tradición cristiana sin ignorar al mismo tiempo la pluralidad de la ciudad.

¿Cuál puede ser la salida?

  • Diálogo público: Iniciar procesos donde los ciudadanos, las asociaciones religiosas, los grupos laicos y las autoridades dialoguen sobre el significado del Belén, su presencia, su estilo, su ubicación.
  • Diseños inclusivos, no irreligiosos: Hacer un Belén que respete su sentido cristiano pero que invite a otros a entenderlo, valorarlo como parte del patrimonio cultural de la ciudad.
  • Visibilidad para todos: Que no sea solo un “Belén privado” en iglesias sino un símbolo que se pueda ver y tocar en lo público, con respeto y pluralidad.
  • Educación de valores: Explicar a los jóvenes que el Belén no es solo un adorno navideño, sino una representación de la Encarnación (como recuerda el Papa Francisco), de la humildad, de la acogida.

La polémica en Barcelona sobre la instalación del Belén en la plaza central no es un mero episodio municipal: es un reflejo de tensiones más amplias entre tradición y modernidad, fe y laicidad, identidad colectiva y pluralidad urbana. Cuando una ciudad que ha sido históricamente cristiana opta por transformar ese símbolo, lo que está en juego es más que decoración navideña. Está en juego la memoria, el sentido de pertenencia y el reconocimiento de los creyentes como parte activa del espacio público.

Desde los valores de la Doctrina Social de la Iglesia —la dignidad de la persona, el bien común, la participación responsable— podemos decir que una sociedad que pretende ser plena debe encontrar lugar para todos los ciudadanos, incluidas sus tradiciones y creencias. El Belén no debe verse como un vestigio de un pasado excluyente, sino como una ocasión para acogerse, dialogar y enriquecer juntos la vida comunitaria.

En Barcelona, la pregunta no es solo “¿Pondremos un Belén o no?”, sino “¿Qué ciudad queremos ser cuando contamos nuestra historia a los jóvenes? ¿Una ciudad que reconoce sus raíces cristianas y culturales, o una que las deja en silencio para dar paso únicamente a lo nuevo?”. Y, como bien diría Lourdes M., esa pregunta tiene rostro, tiene historia, tiene corazón. Porque, al final, el símbolo cambia, pero el mensaje —de cercanía, de esperanza, de humanidad— puede seguir vivo.

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