El eco de las sirenas antiaéreas en Ucrania sigue marcando los días y las noches. Han pasado más de tres años desde que, el 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala con la expectativa de un triunfo rápido. Aquella ofensiva, que buscaba tomar Kiev en semanas, se transformó en una guerra prolongada que redibujó la geopolítica mundial, fracturó a millones de familias y dejó un país entero en vilo entre la resistencia y la devastación. Hoy, en septiembre de 2025, Ucrania no ha sido derrotada, pero tampoco vislumbra una paz inmediata y la reconstrucción parece una tarea de generaciones.
El costo humano de este conflicto es enorme, de acuerdo a fuentes ucranianas y occidentales se estima que las bajas militares, entre rusas y ucranianas, podrían ascender a cientos de miles desde 2022. Esta guerra no sólo se mide en muertos sino también en personas ausentes, en niños sin escuela, en familias que no saben si podrán regresar a casa.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que alrededor de seis a siete millones de ucranianos han buscado refugio fuera del país, principalmente en Europa, mientras que entre tres y cuatro millones permanecen desplazados internamente. En total, más de 12 millones de personas han necesitado ayuda humanitaria para sobrevivir. Este éxodo ha generado presiones en países receptores y ha vaciado ciudades enteras, dejando barrios fantasmas donde solo quedan ancianos o soldados.
En su cuarta evaluación de daños y necesidades de recuperación que elaboró el Banco Mundial en conjunto con la Comisión Europea y la ONU, estimó que Ucrania requerirá 524 mil millones de dólares en la próxima década para reconstruir lo perdido: carreteras, hospitales, viviendas, energía, transporte, servicios básicos. Esa cifra equivale a casi tres veces el Producto Interno Bruto (PIB) nominal ucraniano de 2024. La economía, que llegó a caer más de 30 por ciento en 2022, ha mostrado cierta recuperación con apoyo internacional, pero sigue extremadamente vulnerable a los bombardeos rusos contra infraestructura energética y productiva.

Sin embargo, no sólo los ucranianos han sufrido elevados costos de todo tipo por este conflicto, también para Rusia ha tenido que buscar la manera de pagar la factura, por lo que recurrió a financiar la guerra a costa de un presupuesto militar inflado y del uso intensivo de ingresos energéticos. Sin embargo, las sanciones internacionales han limitado su acceso a mercados, tecnología y capitales.
La industria petrolera y gasífera, columna vertebral de la economía rusa, se enfrenta a cierres de refinerías y pérdida de clientes en Occidente. A largo plazo, la falta de inversión extranjera y la fuga de cerebros amenazan con dejar una economía dependiente, menos innovadora y más aislada. Ucrania ha perdido más en términos humanos y materiales, pero Rusia carga con un deterioro estructural que podría sentirse por décadas.
A pesar de ello, ninguno de los dos países tiene la intención de finalizar este conflicto, por lo que la paz se ve todavía lejana.
En lo que va de 2025, los intentos de negociación apenas han pasado de reuniones exploratorias. Moscú exige concesiones territoriales y garantías de neutralidad; Kiev reclama recuperar sus fronteras reconocidas internacionalmente y obtener garantías de seguridad sólidas, como la protección de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Think tanks europeos y estadounidenses han planteado fórmulas de neutralidad supervisada o cesión temporal de territorios bajo observación internacional, pero ninguna ha sido aceptada. La realidad es que la guerra está congelada en un estancamiento sangriento, y aunque la diplomacia se mueve, el horizonte de un acuerdo inmediato es remoto.

Cada día que transcurre sin que llegue la paz, está ocasionando daños en todos los sentidos. En el plano social las secuelas son profundas. El sistema de salud funciona con hospitales dañados y médicos exhaustos; la educación sobrevive gracias a clases virtuales o improvisadas en refugios; y la salud mental se ha convertido en una crisis silenciosa.
La UNICEF ha advertido que millones de niños ucranianos cargan con traumas de guerra que podrían acompañarlos toda la vida. Las organizaciones no gubernamentales señalan que las comunidades más afectadas son las rurales, donde el acceso a medicamentos y alimentos depende de convoyes humanitarios que no siempre llegan.
Pese al desgaste, Ucrania sigue de pie. La sociedad civil se ha organizado en redes de ayuda comunitaria, los aliados occidentales mantienen el envío de armamento y fondos, y resistencia sostiene el espíritu de un país que aprendió a sobrevivir entre cortes de electricidad y alarmas aéreas. El futuro es incierto, pero en Ucrania se repite la misma frase: “aguantar es la única opción”.
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