Francia: cuando el cuidado es política de Estado

Mientras en muchos países el trabajo de cuidados sigue siendo invisible, en Francia el cuidado infantil y familiar ha sido parte central del Estado de bienestar desde hace décadas. No se trata solo de guarderías: es un entramado robusto que articula salud, educación, trabajo y equidad, con una clara visión de justicia social.

Francia ofrece uno de los sistemas de cuidado infantil más completos del mundo. Desde 1945, la Caisse d’Allocations Familiales (CAF) coordina una gama de políticas familiares que incluyen subsidios, plazas en centros de cuidado y licencias parentales. La lógica es clara: el cuidado no es un asunto privado, sino una prioridad pública.

Componentes del sistema francés:

  • Crèches (guarderías) subsidiadas y supervisadas por el Estado.
  • Assistantes maternelles (niñeras certificadas) con formación obligatoria y regulación estatal.
  • Écoles maternelles gratuitas desde los 3 años, parte del sistema educativo nacional.
  • Licencias parentales con remuneración progresiva, incentivos a la participación masculina y apoyo para reincorporación laboral.
  • Créditos fiscales y subsidios para contratar cuidadores a domicilio para personas mayores o con discapacidad.

Cifras que respaldan el modelo

  • El 90% de los niños franceses de 3 a 6 años están inscritos en escuelas maternas gratuitas.
  • En 2022, el Estado francés destinó más del 1.3% del PIB al cuidado infantil y familiar, según la OCDE.
  • Las crèches públicas y privadas subvencionadas cubren a más del 50% de los menores de 3 años.
  • El gasto público en servicios de cuidado representa un promedio de 14,000 euros anuales por menor atendido.

Impactos en la sociedad y la economía

  • Participación laboral femenina. Francia tiene una de las tasas de participación femenina más altas de Europa occidental: más del 68% de mujeres entre 20 y 64 años trabajan, gracias en parte a los servicios de cuidado.
  • Equidad de género. El diseño del sistema ha favorecido una mayor corresponsabilidad. Aunque persisten brechas, el acceso a servicios permite distribuir mejor el tiempo y las oportunidades entre hombres y mujeres.
  • Desarrollo infantil. Estudios longitudinales del Observatoire National de la Petite Enfance muestran que la participación en crèches de alta calidad mejora significativamente las habilidades cognitivas y sociales de los menores, especialmente en sectores vulnerables.
  • Cohesión social. El sistema universal reduce desigualdades desde la infancia. Una familia en situación precaria puede acceder a los mismos servicios que una de clase media, promoviendo movilidad social.

“En la crèche mi hija aprendió a convivir, a expresarse. Yo pude trabajar tranquila. Es una ayuda real, no un lujo”, cuenta Claire, madre trabajadora en Marsella.

“Mi esposa y yo compartimos la licencia. Esa experiencia con nuestro bebé nos cambió. El sistema nos lo permitió”, afirma Jérôme, padre en Lille.

“La CAF me ayudó con una niñera certificada para mi madre enferma. Pude seguir trabajando. Sin eso, hubiera tenido que renunciar”, comparte Dominique, empleada pública.

El modelo francés no solo se basa en gasto público, sino en visión estratégica: cada euro invertido en el cuidado retorna en forma de productividad, desarrollo humano y ahorro en salud o asistencia social futura. La comisión Attali, que en 2008 evaluó las reformas necesarias para la competitividad, lo dejó claro: “El gasto en infancia es el gasto más rentable del Estado”.

¿Y México?

Francia demuestra que es posible universalizar el cuidado sin quebrar al Estado. La clave es la corresponsabilidad y la voluntad política. En México, donde el 85% del trabajo de cuidados no es remunerado y recae principalmente en mujeres, construir un sistema similar requerirá:

  • Financiamiento sostenido y progresivo.
  • Integración institucional (IMSS, ISSSTE, SEP, INAPAM, etc.).
  • Diálogo social con empresas, sindicatos y sociedad civil.
  • Normativas que impulsen corresponsabilidad parental y empresarial.

Francia no tiene un sistema perfecto, pero sí uno profundamente humano, estructurado y con resultados visibles. Es una prueba viviente de que cuando el Estado cuida, las familias florecen, las mujeres trabajan, los niños aprenden y la sociedad progresa.

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