El 28 de julio de 2024, millones de venezolanos acudieron a las urnas con la esperanza de cerrar una era. La elección presidencial que debía marcar el renacimiento democrático del país se convirtió, una vez más, en un espejo de su crisis institucional. En la noche, el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció —sin publicar una sola acta— que Nicolás Maduro había sido reelegido con el 51 % de los votos. La oposición, en cambio, mostró copias de miles de actas que apuntaban a un resultado opuesto: la victoria del candidato unitario Edmundo González Urrutia. Entre ambas versiones se abrió un abismo que no solo fracturó al país, sino que puso a prueba la credibilidad del sistema electoral venezolano y la capacidad del mundo para reaccionar ante un fraude documentado.
Jornada y anomalías
El día transcurrió en aparente calma. Las largas filas desde la madrugada, los centros abiertos con retraso, la vigilancia militar y los puntos rojos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) marcaban la tónica habitual. Sin embargo, debajo de la rutina electoral se acumulaban las irregularidades.
La red de observación local denunció cierres arbitrarios de mesas, ausencia de testigos opositores en al menos 15 % de los centros y presencia de colectivos armados en zonas populares de Caracas y Maracaibo. Además, varios observadores independientes —como los del panel técnico de la ONU, que carecía de facultades de auditoría— confirmaron inconsistencias en el conteo preliminar y en la transmisión de datos.
“Fue una jornada tensa pero pacífica, hasta que se cerraron los centros y empezó el silencio”, contó Anaís, una maestra de Valencia que actuó como testigo. “En mi mesa había mayoría clara para González. Nos hicieron firmar el acta y luego llegó un funcionario a llevársela sin dejar copia. Nunca la volvimos a ver”.
La oposición había preparado una estrategia de defensa del voto: más de 100 000 voluntarios documentaron los resultados mesa por mesa, fotografiando actas y enviándolas a un centro de totalización paralelo en Caracas. Esa red ciudadana sería crucial para lo que vendría después.
Boletín oral sin actas vs. totalización opositora
Cerca de la medianoche, la presidenta del CNE, Elvis Amoroso, apareció en cadena nacional para leer un boletín oral: Maduro 51 %, González 47 %. No mostró gráficos, ni actas, ni porcentajes regionales. Tampoco permitió preguntas. Fue la primera vez desde 1998 que el órgano electoral no publicaba resultados desagregados.
El argumento oficial: un supuesto “ciberataque masivo” al sistema de totalización impedía difundir los datos. Sin embargo, el Carter Center y expertos informáticos calificaron esa versión como “altamente improbable”. Mientras tanto, el equipo de Edmundo González presentó evidencia de otra realidad: más del 80 % de las actas recogidas mostraban ventaja clara del candidato opositor, con una diferencia de entre 10 y 20 puntos sobre Maduro.
“Tenemos las pruebas y las vamos a mostrar al mundo”, dijo González aquella madrugada, acompañado por María Corina Machado, inhabilitada meses antes pero aún líder moral del bloque opositor. La frase encendió las calles: en barrios, ciudades y redes sociales se repitió la consigna “¿Dónde están las actas?”, símbolo de una población cansada de votar sin que su voluntad cuente.
Los días siguientes fueron de creciente tensión. El Tribunal Supremo de Justicia avaló de manera exprés la proclamación del CNE sin revisar los documentos. Las copias publicadas por la oposición fueron bloqueadas en línea, y varios testigos electorales fueron arrestados. La incertidumbre se transformó en indignación.
Paneles y organismos internacionales: UE, OEA, ONU
La comunidad internacional reaccionó con cautela, pero el escepticismo creció rápidamente.
El panel técnico de Naciones Unidas emitió un informe en el que describió “opacidad absoluta en la publicación de resultados” y la “falta de garantías básicas de transparencia”. La Unión Europea, que había retirado su misión de observación formal por falta de condiciones, fue categórica el 4 de agosto:
“Sin evidencia que la respalde, la publicación del CNE no puede ser reconocida como válida.”
El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, fue más duro aún: “El manual completo de manejo doloso del resultado electoral fue aplicado en Venezuela la noche del domingo.”
La OEA pidió una auditoría internacional independiente, con acceso a todas las actas y bases de datos. Ninguna de esas solicitudes fue atendida. La ONU, por su parte, recibió denuncias de más de 2 000 detenciones arbitrarias en el marco de las protestas post-electorales, y su Misión de Determinación de Hechos calificó la actuación del sistema judicial venezolano como “cómplice de la represión”.
La Iglesia venezolana, en una carta pastoral, llamó a “defender la verdad sin violencia” y recordó que la legitimidad política se fundamenta en la confianza ciudadana. Sin verdad ni justicia electoral —advertía el texto—, la paz se convierte en una ilusión frágil.
Reconocimientos y no reconocimientos
El tablero diplomático se dividió de inmediato.
Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, el Parlamento Europeo y varios gobiernos latinoamericanos (Chile, Uruguay, Costa Rica, República Dominicana) desconocieron el resultado oficial y reconocieron a Edmundo González como vencedor legítimo, argumentando que la oposición presentó evidencia suficiente. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, declaró: “La evidencia es abrumadora: el pueblo venezolano votó por un cambio y ese resultado debe ser respetado.”
Por el contrario, Rusia, China, Cuba, Irán y Nicaragua felicitaron a Maduro, mientras México y Brasil adoptaron posturas intermedias, pidiendo una “revisión técnica de las actas” sin condenar abiertamente al régimen. La fractura se reflejó en organismos multilaterales: la CELAC no logró emitir un comunicado conjunto; en cambio, la OEA aprobó una resolución especial exigiendo nuevas elecciones “con observación creíble”.
Ese aislamiento parcial de Caracas tuvo consecuencias económicas inmediatas: Washington revirtió los alivios sancionatorios otorgados tras el Acuerdo de Barbados, y la UE suspendió proyectos de cooperación institucional. Pero el costo mayor fue simbólico: Venezuela quedó fuera del consenso regional sobre democracia.
Qué evidencia existe y qué falta
Cinco meses después del 28J, el CNE aún no ha publicado las actas de votación mesa por mesa, ni los archivos digitales del escrutinio. En cambio, la oposición difundió públicamente copias del 85 % de las actas, verificadas por observadores independientes y analizadas por universidades venezolanas y extranjeras.
Los resultados compilados apuntan a una ventaja de más de 2 millones de votos para Edmundo González, con participación estimada en 63 %. El panel de expertos de la ONU y la OEA confirmaron que esas actas presentan consistencia estadística interna, lo que respalda la hipótesis de manipulación central en la totalización.
Aun así, faltan piezas clave:
- El registro digital completo del CNE sigue inaccesible.
- No se han divulgado los datos de transmisión entre centros y servidores.
- Tampoco se han permitido auditorías independientes del software electoral.
Sin esa información, ningún organismo puede certificar oficialmente un ganador.
El vacío de evidencia pública no solo compromete el resultado; mina el derecho mismo de los venezolanos a la verdad electoral, un componente esencial de la dignidad humana. Como recordó el arzobispo de Mérida en su homilía del 2 de agosto: “La verdad no necesita armas, solo luz. Ocultar las actas es esconder la voz de un pueblo.”
El 28J 2024 quedará en la historia de Venezuela no solo por su opacidad, sino por lo que reveló sobre la resistencia ciudadana. Millones de personas, sin medios ni garantías, defendieron su voto como quien defiende su identidad. Frente al silencio del Estado, la sociedad respondió con una marea de actas y testimonios.
La democracia no se mide solo por urnas, sino por la confianza y la transparencia que hacen posible la convivencia. Sin verdad, no hay justicia; sin justicia, no hay paz. La elección del 28J no solo disputó un resultado: puso en juego la dignidad de un pueblo que se niega a desaparecer en la oscuridad.
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