Récord mundial de obesidad infantil

La obesidad infantil ha alcanzado un récord mundial, con 188 millones de niños y adolescentes de entre cinco y 19 años viviendo con esa condición, alertó el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF).

En su más reciente informe, UNICEF explicó que, por primera vez, la obesidad supera al bajo peso como la forma más común de malnutrición entre los niños en edad escolar.

Actualmente, uno de cada 10 niños en el mundo vive con obesidad, una cifra que ha triplicado la del año 2000, cuando solo el tres por ciento de los menores era obeso. Hoy, la tasa alcanza el 9.4 por ciento, mientras que el bajo peso ha descendido al 9.2 por ciento.

Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF señaló que se trata de un cambio radical en el panorama de la malnutrición infantil.

México no escapa

En México, uno de cada tres niños en edad escolar vive con sobrepeso u obesidad, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT). Esta prevalencia, que rebasa el 35 por ciento en algunos grupos etarios, coloca al país entre los primeros lugares de obesidad infantil en el mundo, según organismos internacionales como UNICEF y la Organización Mundial de la Salud.

Las cifras son contundentes: alrededor del 40 por ciento de los adolescentes mexicanos tienen exceso de peso, una tendencia que se ha mantenido en ascenso desde el año 2000 y que amenaza con detonar un aumento sostenido de enfermedades crónicas como diabetes tipo 2 e hipertensión. UNICEF advierte que México enfrenta una crisis silenciosa, donde la obesidad infantil crece más rápido que en buena parte de América Latina y amenaza con duplicarse en las próximas décadas si no se refuerzan las medidas de prevención.

El problema no sólo radica en las cifras, sino en los entornos que las explican. En las últimas dos décadas, los alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas se volvieron parte de la dieta diaria de millones de niñas y niños. Estos productos suelen ser más accesibles, baratos y disponibles que las frutas o verduras, y su promoción está orientada incluso a públicos infantiles. Especialistas señalan que los llamados entornos “obesogénicos” dificultan que las familias, aun con intención de mejorar hábitos, logren mantener una alimentación saludable.

Los efectos ya son visibles en los consultorios médicos: niños con resistencia a la insulina, hipertensión y problemas articulares. Además, la obesidad infantil acarrea consecuencias emocionales como el estigma, el bullying y la baja autoestima. Expertos insisten en que el país se encamina a una generación que enfrentará enfermedades crónicas a edades cada vez más tempranas, con un impacto económico en el sistema de salud que podría volverse insostenible.

El fenómeno también revela profundas desigualdades. En comunidades con inseguridad alimentaria, las familias recurren a productos ultraprocesados porque resultan más baratos que los alimentos frescos. La falta de agua potable en muchas escuelas obliga a los niños a consumir refrescos o jugos industrializados. Además, los espacios seguros para la actividad física son escasos, sobre todo en zonas marginadas, lo que incrementa la inactividad y el riesgo de obesidad.

Falta consciencia

México ha implementado medidas relevantes: el impuesto a las bebidas azucaradas y el etiquetado frontal de advertencia en alimentos procesados son reconocidos internacionalmente como pasos pioneros. Sin embargo, especialistas coinciden en que esas políticas, aunque necesarias, son insuficientes sin una estrategia integral. La regulación de la publicidad dirigida a menores sigue siendo débil, los programas escolares de nutrición son limitados y el acceso a comedores con menús saludables es prácticamente inexistente en la mayoría de las escuelas públicas.

En el debate público, las organizaciones de la sociedad civil presionan por endurecer las restricciones a la publicidad infantil, regular los puntos de venta de comida chatarra en las inmediaciones escolares y garantizar que los recursos recaudados por los impuestos a bebidas azucaradas se destinen efectivamente a infraestructura de agua potable y programas de nutrición. El dilema, sin embargo, se encuentra en la relación con la industria alimentaria, que mantiene un peso significativo en la economía y en la toma de decisiones.

El futuro de millones de niñas y niños depende de esa capacidad de respuesta. Los datos muestran que la obesidad infantil no es un problema individual ni una cuestión de “falta de voluntad” de las familias, sino un desafío estructural que requiere políticas sostenidas, educación nutricional y entornos más saludables. De no actuar con urgencia, México corre el riesgo de normalizar una epidemia que compromete el bienestar y la esperanza de vida de toda una generación.

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