Puentes, chinampas y votos: así se diseñó la sucesión real en 1389

Cuando los mexicas decidieron abandonar el gobierno aristocrático de veinte notables y erigirse en monarquía (1352), no buscaban un símbolo, sino una institución capaz de mantener la paz interna, coordinar la defensa y representar a la ciudad ante un Anáhuac lleno de potencias rivales. Eligieron a Acamapitzin —“el que tiene cañas en la mano”— no por azar: su linaje tendía un puente entre la alta nobleza azteca (por su padre, Opochtli) y la casa real de Acolhuacan (por su madre, Atozoztli). El gesto fue una apuesta de Estado: consolidar legitimidad interna y reputación externa en el mismo movimiento (Zamacois, Cap. III).

Enrique Krauze ha insistido en que el poder en México se sostiene cuando encuentra forma institucional y sentido práctico. En Tenochtitlan, décadas antes del esplendor imperial, esa forma se construyó en pequeño: puentes, canoas, chinampas, alianzas y normas de sucesión. Ese fue el legado político de Acamapitzin: fundar el Estado antes de la conquista territorial.

De la aristocracia a la monarquía: el porqué del cambio (1352)

Durante veintisiete años, la ciudad se gobernó por una aristocracia colectiva de veinte señores, con Tenoch como figura sobresaliente. Las disensiones internas y la comparación con reinos más estables —en particular Acolhuacan, donde Techotlalatzin consolidaba lengua, administración y paz— empujaron a los mexicas a un salto cualitativo: un rey juez, padre y general (Zamacois, Cap. III).

Ese consenso creó la monarquía con un matiz crucial: la corona sería electiva. Desde el origen, la legitimidad mexica no descansó sólo en la sangre, sino también en el acuerdo político de las élites. Es decir, hubo derecho de elección y, por tanto, control recíproco entre nobleza y trono. Clavijero destacará más tarde que la sofisticación política mexica desmiente los prejuicios europeos sobre las “facultades intelectuales” de los pueblos del Nuevo Mundo: había diseño institucional y lo había con conciencia de sus fines (Historia antigua de México).

Acamapitzin en el trono: linajes, negativas y la diplomacia del matrimonio

Instalado en el trono, Acamapitzin buscó una alianza matrimonial con potencias vecinas. Azcapotzalco (tepaneca) y Tacuba rechazaron con dureza su petición, gesto que evidenciaba jerarquías y rivalidades. La diplomacia mexica no se rompió: recurrieron a Acolmiztli, señor de Coatlichan, quien entregó en matrimonio a Tlancueitl. Fue la primera gran alianza, lograda con paciencia y sin humillación (Zamacois, Cap. III).

La política matrimonial continuó: más adelante, el propio Huitzilihuitl (segundo rey de México) se casaría con Ayauhcihuatl, hija de Tezozomoc de Azcapotzalco, y también con Miahuaxóchitl de Cuauhnáhuac, con implicaciones geopolíticas decisivas. Pero el primer paso, legitimar la monarquía por alianza, se dio bajo la égida de Acamapitzin.

Tributos, humillaciones y resiliencia: la prueba tepaneca

Azcapotzalco, enardecido por la propaganda tlatelolca que presentaba la elección mexica como un desplante de vasallos, duplicó tributos e impuso cargas diseñadas para quebrar la moral: miles de sauces, un huerto completo ya crecido, y hasta la hazaña ridícula —y políticamente humillante— de llevar una chinampa donde una garza y un ánade empollaran para que los polluelos nacieran justo al llegar a la corte. La intención no era la puerilidad: era forzar la deserción de Tenochtitlan (Zamacois, Cap. III).

Los mexicas cumplieron todo. Convirtieron la humillación en demostración de capacidad técnica y voluntad política. La chinampa navegó, las aves cumplieron el calendario biológico, y el “juego” tepaneca fracasó. Bernal Díaz del Castillo, al describir más de un siglo después la ciudad de México con sus calzadas, acequias, canoas y mercados, transmite un asombro que confirma la racionalidad material de ese mundo: no era magia, era ingeniería social e hidráulica (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España). Lo que Bernal ve en 1519 tiene sus cimientos en la década de 1350: puentes, canoas y huertos multiplicados en el reinado de Acamapitzin.

Obras y prosperidad: puentes, canoas, chinampas… y ciudad

El amor al pueblo —dice el cronista— llevó a Acamapitzin a doblar esfuerzos por engrandecer la ciudad. Casas de mayor calidad, gran número de canoas, huertos flotantes ampliados y nuevos puentes sostuvieron un crecimiento urbano notable. No fue sólo infraestructura: fue economía política. La urbe generó circulación, abasto y empleo; la ingeniería urbana ordenó la convivencia (Zamacois, Cap. III).

Para una audiencia joven, la lección es nítida: no hay Estado sin bienes públicos visibles. Las chinampas eran innovación aplicada al hambre; los puentes, al tránsito y la seguridad; las canoas, al comercio. Construir obras que todos usan crea confianza y pertenencia; Doctrina Social de la Iglesia diría: bien común y destino universal de los bienes.

Familia y sucesión: cuando la casa real es política de Estado

Acamapitzin tuvo dos esposas principales: Tlancueitl (Coatlichan) y Tezcatlamiahuatl (Tetepanco). De esta doble alianza nacieron, entre otros, Huitzilihuitl y Chimalpopoca; además, de otra unión nació Itzcóatl, futuro estratega del ascenso mexica. La educación compartida de los príncipes —con Tlancueitl volcada en Huitzilihuitl— sugiere una cultura cortesana donde la maternidad política fortalecía la estabilidad dinástica (Zamacois, Cap. III).

En esa misma lógica, la boda de la princesa Natialcihuatzin con Ixtlilxóchitl (príncipe acolhua) selló la amistad Acolhuacan–México, vínculo que pronto probaría su utilidad en la campaña contra Tzompan de Xaltocan.

La gran prueba regional: guerra en Acolhuacan y reforma del mapa político

Cuando Tzompan (Xaltocan) se rebeló contra Techotlalatzin de Acolhuacan, México y Azcapotzalco acudieron en auxilio. Tras una guerra dura, la coalición del rey y sus aliados prevaleció. ¿Consecuencia? Techotlalatzin dividió el reino en 65 Estados, moviendo población de unos a otros para evitar nuevas rebeliones y colocar a cada señor subordinado a la corona (Zamacois, Cap. III). Fue una reforma territorial de inspiración centralizadora y preventiva.

Este rediseño benefició a México de dos modos:

  1. Prestigio militar por su auxilio leal;
  2. Espacio económico más predecible para comerciar y cultivar, clave para consolidar su naciente prosperidad.

Krauze remarcaría aquí una constante mexicana: la política como arte de tejer coaliciones y administrar el territorio. Antes que imperio, Tenochtitlan aprendió a ser socio confiable en la liga correcta.

Maxtlaton: el reverso trágico de la alianza

Nada de lo anterior borró la hostilidad de Maxtlaton (Coyoacan), hijo de Tezozomoc. Los celos personales por la boda de su hermana Ayauhcihuatl con Huitzilihuitl, y el miedo a que su sobrino Acolnahuacatl heredara Azcapotzalco, derivaron en crimen político: el asesinato del príncipe (1399). El rey Huitzilihuitl optó por no arrastrar a su pueblo a la guerra y contuvo la venganza (Zamacois, Cap. III).

Aunque el episodio ocurre ya con Huitzilihuitl reinando, ilumina la racionalidad del diseño sucesorio que estaba por nacer: normas claras y electores para evitar que la sangre definiera el futuro por impulsos privados. La legalidad —diríamos hoy— empieza cuando la venganza personal se subordina al bien común.

La última lección de Acamapitzin (1389): morir dejando reglas

Enfermo y consciente del final, Acamapitzin convocó a los magnates, les pidió velar por la felicidad del pueblo, cuidar a su familia, y —clave institucional— “devolverles” la corona para que eligieran al más digno. Expresó su dolor por no haber conseguido liberar a México del vasallaje tepaneca, pero confió en que el siguiente monarca lo haría (Zamacois, Cap. III).

Durante cuatro meses, los consejeros diseñaron el procedimiento:

  • Cuatro electores, generalmente de sangre real, de la primera nobleza, con prudencia, probidad y saber;
  • Elección por conciencia, no por afecto;
  • Cargo no vitalicio: concluida una elección, se renovaban o reelegían por voto de la nobleza;
  • Sustitución en caso de muerte del elector.

Con el colegio de cuatro electores en pie, eligieron a Huitzilihuitl. Lo ungieron, ciñeron el copilli y le juraron fidelidad. La nobleza, para cerrar el círculo de la legitimidad, promovió la alianza con Azcapotzalco mediante el matrimonio con Ayauhcihuatl. Como efecto directo, Tezozomoc redujo los tributos a una señal anual (dos ánades), aligerando la carga y abriendo una ventana a la prosperidad (Zamacois, Cap. III).

Para jóvenes lectores, el mensaje es poderoso: las reglas importan. Un rey puede morir; un procedimiento permite que el proyecto siga.

Voz indígena recogida por Sahagún (paráfrasis): “Cuando se eligió al tlatoani, los principales aconsejaban que fuera prudente, justo, que no se encolerizara; que tuviera cuidado del pueblo como padre”. Este eco —aunque de época posterior— coincide con el exhorto final de Acamapitzin: un trono es un servicio. Bernal Díaz del Castillo, al ver la ciudad de calzadas y mercados, oyó también el murmullo de esa paternidad política: gobernar es mantener el orden que permite el asombro.

Estado, comunidad y futuro

  1. Acamapitzin fue arquitecto institucional: convertir aristocracia en monarquía electiva, negociar alianzas, multiplicar obras públicas y preparar la sucesión.
  2. La resiliencia frente a Azcapotzalco no sólo evitó la expulsión: convirtió la humillación en capital político y técnico (chinampas, logística, cumplimiento).
  3. La amistad con Acolhuacan y la guerra contra Xaltocan mostraron a México como aliado confiable, habilitando una región más estable.
  4. El sistema de cuatro electores (1389) fijó una legalidad interna que hizo predecible la sucesión y evitó —en principio— que el trono fuera botín de rencores personales.
  5. El reinado ilustra tres pilares: bien común (obras que benefician a todos), subsidiariedad (la nobleza participa y elige), dignidad humana (el rey como padre y juez).
  6. Para Millennials y Centennials: la política que funciona no empieza en la épica, sino en lo concreto: reglas claras, alianzas bien pensadas y servicio público visible.

En términos de legalidad y valores mexicanos, Acamapitzin ofrece una metáfora vigente: ninguna grandeza perdura sin instituciones; ningún proyecto popular se sostiene si no construye puentes, literal y figuradamente. En 1389, al morir devolviendo la corona al pueblo —a través de sus electores—, dejó un manual cívico que aún interpela: gobernar es preparar una sucesión mejor que uno mismo.

Fuentes y citas de autoridad (selección)

  • Zamacois, Niceto. Historia de Méjico. Cap. III: “Sistema de gobierno de los mejicanos hasta 1352” y subsecuentes pasajes sobre Acamapitzin, tributos tepanecas, alianzas, obras públicas y establecimiento del colegio de cuatro electores.
  • Krauze, Enrique. Reflexiones sobre la institucionalidad del poder en México (véanse ensayos históricos y biográficos donde subraya la relación entre forma política y continuidad del proyecto nacional).
  • Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México: crítica a los prejuicios europeos sobre las facultades intelectuales de los pueblos mesoamericanos; valoración de su organización política.
  • Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: descripciones materiales (calzadas, acequias, mercados) que corroboran la racionalidad urbanística cuyo germen se halla en los reinos tempranos.

Nota: Las referencias a Krauze y Clavijero se emplean como autoridad interpretativa para subrayar la madurez institucional del mundo mexica; las descripciones de Bernal Díaz se citan como testimonio empírico —posterior— que corrobora el sentido práctico de las obras iniciadas en el siglo XIV.

 

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