El clima expulsa: migrar o morir

Con temperaturas que alcanzan los 50 grados en algunas regiones, y sequías que arrasan cultivos, comunidades enteras ya comienzan a migrar dentro del país, no por voluntad, sino por necesidad. Este fenómeno se llama migración climática, y aunque aún no está reconocido bajo el marco legal internacional, es una realidad que exige respuestas urgentes.

Instituciones como la ACNUR han empezado a exigir que las personas desplazadas por causas ambientales se integren en las políticas públicas y los planes de acción contra el cambio climático. Sin embargo, la ausencia de una figura jurídica internacional para protegerlos — como sí ocurre con los refugiados políticos u otra forma de migración — les deja en un limbo legal. La falta de reconocimiento impide acceder a protección, apoyo económico o una reubicación digna.

¿Qué es la migración climática y por qué no tiene protección legal?

A diferencia de otros tipos de desplazamiento, la migración climática ocurre cuando las personas se ven forzadas a moverse debido a fenómenos como inundaciones, sequías, incendios o el aumento del nivel del mar. Puede ser temporal o permanente, interna o cruzar fronteras.

Estos eventos, aunque muchas veces se manifiestan repentinamente, suelen tener raíces en procesos graduales como la desertificación o la subida del nivel del mar. Expertos en el tema señalan que aunque la migración climática puede representar una estrategia de resiliencia para muchas comunidades, en la mayoría de los casos responde a una situación de emergencia que vulnera profundamente a quienes la viven.

Un país bajo fuego: el año más caluroso para México

El 2024 marcó un récord histórico en nuestro país. Fue el año más caluroso con una anomalía de temperatura de +2.14 ºC respecto al periodo 1900–1930. La Ciudad de México rompió su récord histórico al alcanzar los 34.7 ºC, mientras que en estados como Veracruz y Campeche la sensación térmica superó los 50 y 55 grados respectivamente.

Estas temperaturas no solo afectan la salud pública — causando golpes de calor, deshidratación e incluso muertes por estas causas — sino que también ponen en riesgo los sistemas agrícolas, los cuerpos de agua, y la seguridad alimentaria de millones de personas. En 2024, se reportaron 335 muertes por calor extremo en México, siendo una cifra que alarma no solo por su volumen, sino por la clara tendencia ascendente que representa.

Las zonas que apuntan a terminar como cenizas

Un estudio del Banco Mundial anticipa que, para 2050, 3.1 millones de personas en México habrán sido desplazadas por razones climáticas. El riesgo es aún mayor: hasta 61 millones podrían migrar por inundaciones, 54 millones por sequías agrícolas y 43 millones por olas de calor.

Casos como el de Sonora — con 7 meses consecutivos de sequía extrema — o remontando al pasado, las inundaciones de 2007 en Tabasco que desplazaron a más de 4,500 personas, muestran que la migración no es una suposición, sino una realidad que preocupa. Las regiones más vulnerables tienden a coincidir con zonas de alta marginación y bajos recursos, donde la adaptación al cambio climático es prácticamente inexistente.

El cambio climático no golpea igual a todos. En México, las comunidades afrodescendientes e indígenas son empujadas a vivir en zonas de alto riesgo por decisiones políticas o por negligencia. Esta práctica ha sido definida como racismo ambiental.

Además, la falta de planificación urbana y la permisividad del Estado para la construcción en zonas peligrosas — ya sea por corrupción o por desinterés — incrementan la exposición de ciertas poblaciones a fenómenos extremos. La vulnerabilidad institucional no solo impide prevenir tragedias, también perpetúa una segregación histórica que normaliza que los más pobres siempre sean los más afectados.

México no está solo: el fenómeno es global

En 2022, 32.6 millones de personas fueron desplazadas por desastres naturales en el mundo. Los países más afectados fueron Pakistán, Filipinas, China, India y Nigeria.

A lo largo del mundo, casos como los huracanes consecutivos en Nicaragua, los incendios en Los Ángeles, o las sequías en África, muestran que el desplazamiento por causas climáticas no es una excepción, sino una tendencia. Frente a esto, la ACNUR ha delineado una agenda nombrada 2030 que busca brindar protección, sostenibilidad y resiliencia a quienes migran forzosamente por el clima.

Las proyecciones son alarmantes. Si no se toman medidas urgentes, el Banco Mundial estima que en 2050 habrá 143 millones de migrantes climáticos tan sólo en África, Asia y América Latina. El IPCC advierte que el calentamiento global llegará a +1.5 ºC en menos de dos décadas, y podría escalar a +4.5 ºC para finales del siglo.

Aunque se han presentado iniciativas— como el fondo de compensación aprobado en la COP27 para que los países ricos paguen por los daños a los más vulnerables — la mayoría de los países en desarrollo aún carecen de recursos y planificación adecuada. México no es la excepción: su legislación en cambio climático existe, pero sigue siendo débil frente a la magnitud del desafío.

Y ¿si mañana tuvieras que dejarlo todo por el calor?

La migración climática ya no es una predicción lejana, es una realidad que afecta a millones, y no se le presta la atención necesaria, ni el alcance masivo en medios de comunicación. Nos obliga a preguntarnos no sólo qué hace el gobierno, sino qué hacemos como sociedad. ¿Podemos seguir ignorando que el modelo de desarrollo actual empuja a comunidades enteras a vivir en zonas de riesgo? ¿O que el cambio climático no solo derrite glaciares, sino también derechos y futuros?

Desde la política pública hasta el consumo individual, cada acción cuenta. Informarnos, exigir protección para los más vulnerables, y empujar una transición ecológica justa son pasos necesarios. Porque si algo nos demuestra esta crisis es que, en un mundo que se calienta, nadie está realmente a salvo si otros ya están ardiendo.

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