Tlaxcala: la república que desafió imperios

Mientras los reyes chichimecas expandían un reino que crecía “maravillosamente” —como señala Zamacois—, el vasto territorio del Anáhuac era un verdadero mosaico étnico. Además de las nahuatlacas, otras tribus, llegadas también del Norte en diferentes épocas, se habían establecido en distintos puntos del país: olmecas, xicallanques, otomites, tarascos, mazahuas, matlatzinques y muchas otras.

  • Olmecas y xicallanques: su origen “se pierde en la oscuridad de los tiempos” y a menudo se les consideraba casi una sola nación.
  • Otomites: la tribu más numerosa, ocupando un extenso territorio de más de 300 millas. Eran —en palabras de Zamacois— “salvajes, viviendo errantes en cuevas y cavernas, alimentándose de la caza, diestros en el arco y la flecha”. Su idioma, “gutural, nasal, rico, enérgico, abundante y expresivo”, ha permanecido sorprendentemente puro.
  • Tarascos: habitantes del vasto y privilegiado Michoacán, se distinguían por su cultura, su habilidad artesanal, su dedicación a la agricultura y el buen gusto en la traza de sus ciudades. Su lengua era “agradable y sonora” y, aunque idólatras, practicaban menos sacrificios humanos que los aztecas.
  • Mazahuas: antaño parte de los otomites, vivían en los montes occidentales de México. Despreciaban la agricultura y se sustentaban de la caza; más tarde serían vasallos de Tacuba.
  • Matlatzinques: ocupaban el extenso y fértil valle de Toluca; pueblo valeroso que sería sometido por el rey Axayacatl de México.
  • Mixtecos y zapotecos: dos naciones comparativamente cultas, situadas al oriente de Texcoco. Sabían computar el tiempo, usaban pinturas para registrar grandes eventos —como “la creación del mundo, el diluvio universal y la confusión de las lenguas”— y respetaban sumisamente sus leyes.
  • Chiapanecos: sobresalieron en agricultura y artes.
  • Otras tribus como cohuixques, cuitlatecos, yopes, mazatecos, popolocas, chimantecos y totonacos tienen su origen “velado por el tiempo”.

Entre todas, las que habitaban las ciudades a orillas de los lagos —las nahuatlacas— sobresalían por su “mayor cultura y saber”, calificativo que, según Zamacois, significaba literalmente “sabias, ilustradas”.

La tenacidad tlaxcalteca: un espíritu republicano

No todas las tribus nahuatlacas pudieron establecerse en las fértiles riberas lacustres. Los tlaxcaltecas, aunque pertenecían a esta nación ilustrada, debieron buscar recursos en lugares más alejados. Su jefe los asentó primero en Poyauhtlan, en la orilla oriental de la laguna de Texcoco, pero la zona no ofrecía prosperidad suficiente. Escasos de lo más necesario para subsistir, se vieron reducidos a vivir de la caza y, con pocos terrenos para cultivo, “la miseria les obligó a expandir sus posesiones por la fuerza” (Zamacois), apoderándose de tierras más fértiles.

Esta conducta disgustó profundamente a sus vecinos xochimilcas, tepanecas y chalqueños, los más perjudicados. Sin embargo, los tlaxcaltecas eran “diestros en la guerra”, y resultaba temerario oponerse a ellos individualmente. La única opción fue la confederación: estas naciones unieron sus ejércitos, no solo para recuperar lo usurpado, sino para expulsarlos del Valle de México.

Los tlaxcaltecas, previendo el ataque, se atrincheraron en un punto espacioso de la ribera de la laguna. El combate fue sangriento; aunque en inferioridad numérica, demostraron —según Zamacois— “una superioridad en el arte de la guerra” y obtuvieron completa victoria, causando “estragos horribles en las filas contrarias”. No obstante, comprendieron que permanecer allí implicaría guerras continuas.

Decidieron retirarse y buscar un nuevo asentamiento. Al no hallar tierras deshabitadas para mantenerse unidos, se dividieron:

  • Un grupo hacia el norte (Tollatzingo y Quauhchinango).
  • Otro hacia el sur, que se extendió por Atlixco, fundó Quauhquechollan y llegó hasta el monte de Orizaba.

El grueso de la nación marchó por Cholula hasta las faldas del monte Matlalcuelle, ocupado por olmecas y xicallancas, a quienes —sin respetar posesiones— “arrojaron de aquel país, dando muerte a su rey Colopechtli” (Zamacois).

De la resistencia al gobierno republicano

Adueñados de esas tierras, los tlaxcaltecas se prepararon para la guerra, seguros de que sus vecinos se confederarían contra ellos. No se equivocaron: los huexotzincas, aliados con otros pueblos, los atacaron con fuerzas considerables, obligándolos a refugiarse en la cima del monte. En esta crisis, pidieron auxilio al rey chichimeca, quien envió tropas. Los huexotzincas, buscando apoyo tepaneca, recibieron ayuda condicionada: no atacar directamente a los tlaxcaltecas, para evitar enemistarse con el soberano chichimeca.

Con esta ventaja, los tlaxcaltecas atacaron impetuosamente y derrotaron por completo a los huexotzincas. Libres ya de enemigos, regresaron a su asentamiento y prosiguieron la construcción de Tlaxcala, que sería la capital de aquella nación, “eterna rival del imperio azteca” (Zamacois).

Su gobierno adoptó la forma de república: inicialmente dirigido por un solo gobernante, pero, con el crecimiento poblacional, el Estado se dividió en cuatro provincias y la ciudad en cuatro cuarteles —Tepetipac, Ocotelolco, Quiahuiztlan y Tizatlan—, cada uno con su propio jefe. Para asuntos graves, los cuatro gobernantes se reunían con los nobles formando una especie de senado cuyas decisiones eran acatadas. Este consejo decidía sobre la paz o la guerra, el número de tropas y el nombramiento de jefes, configurando —como observa Zamacois— “un sistema político distinto de las monarquías que prevalecían en el Anáhuac”.

La historia de los tlaxcaltecas, marcada por la resistencia y la defensa de su autonomía, culminaría siglos después en un papel decisivo en los destinos de la nación.

El próximo articulo platicaremos de la migración mexica

 

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