Por Dios y por la patria

En 1926, los templos de México cerraron sus puertas. No fue por terremotos, pandemias ni incendios. Fue el propio Estado quien, con base en leyes constitucionales, suspendió el culto público católico. Lo que siguió fue uno de los capítulos más dolorosos de la historia nacional: la Guerra Cristera. Un enfrentamiento que no solo dividió al país entre quienes defendían la libertad religiosa y quienes exigían la supremacía del poder civil, sino que dejó miles de muertos, pueblos enteros devastados y heridas aún no sanadas.

La raíz del conflicto: un Estado que buscaba controlar el alma

El origen del conflicto se remonta a la Constitución de 1917, surgida tras la Revolución Mexicana. Aunque progresista en muchos aspectos, su artículo 130 contenía severas restricciones a la Iglesia: se le prohibió participar en educación, poseer bienes, expresar opiniones políticas o intervenir en la vida pública. Además, el culto debía realizarse exclusivamente dentro de los templos, y los sacerdotes debían registrarse ante el Estado, lo que muchos consideraban una forma de vigilancia y control inaceptable.

Estas disposiciones, impulsadas por el entonces presidente Plutarco Elías Calles, no quedaron en el papel. En 1926, Calles promulgó la llamada “Ley Calles”, que endurecía las sanciones contra quienes violaran las restricciones anticlericales. Según el historiador Jean Meyer, uno de los principales estudiosos del conflicto, esta ley “hizo del sacerdote un proscrito”.

“Se prohíbe el culto”: la suspensión que encendió la mecha

La Iglesia católica, al verse arrinconada, tomó una decisión drástica: suspender todos los cultos públicos a partir del 31 de julio de 1926. Fue una medida sin precedentes. Las misas cesaron, las campanas callaron y millones de fieles quedaron sin acceso a los sacramentos. La protesta pacífica fue acompañada por la formación de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR), que promovió boicots económicos y movilizaciones ciudadanas.

Pero para miles de católicos, la fe no podía esperar. En zonas como Jalisco, Michoacán, Guanajuato y Zacatecas, hombres y mujeres —campesinos, laicos, incluso adolescentes— tomaron las armas. Gritaban “¡Viva Cristo Rey!” y se enfrentaron a un ejército profesional mejor equipado, pero no siempre más convencido.

La Guerra Cristera (1926-1929): rezar o morir

Durante tres años, México vivió una guerra civil soterrada. Se estima que más de 250 mil personas participaron en el conflicto, directa o indirectamente. Hubo mártires y verdugos. Los cristeros, aunque mal armados, conocían el terreno y contaban con el apoyo de muchas comunidades. El gobierno respondió con represión brutal: fusilamientos, quema de templos, ejecuciones sumarias.

Uno de los episodios más conmovedores fue el martirio de San José Sánchez del Río, un adolescente de 14 años torturado y asesinado por no renunciar a su fe. “Mi general, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”, escribió a su madre antes de morir.

Los testimonios de la época dan cuenta del sufrimiento cotidiano. María de los Ángeles Gómez, hoy de 93 años y residente de Sahuayo, Michoacán, recuerda que su abuelo escondía a sacerdotes en un granero. “Teníamos miedo. Si el gobierno nos descubría, nos mataban a todos. Pero sin misa, ¿cómo íbamos a vivir?”.

El fin del conflicto: acuerdos bajo la mesa

En 1929, el presidente Emilio Portes Gil y representantes del Vaticano llegaron a un acuerdo. La Iglesia accedía a reconocer al Estado mexicano y retomar los cultos sin reabrir sus escuelas ni recuperar propiedades. A cambio, se permitió el regreso de los sacerdotes al culto público, aunque con restricciones.

Los cristeros no fueron consultados. Muchos de ellos, al saber del pacto, se sintieron traicionados. Algunos continuaron la lucha en pequeños focos de resistencia, mientras otros fueron perseguidos o asesinados. El Estado no reconoció su causa ni les otorgó indemnizaciones. La paz llegó, pero no la reconciliación.

Herencia de dolor y memoria: consecuencias hasta hoy

Las consecuencias de este conflicto son profundas. A nivel político, marcó una etapa de consolidación del poder del Estado sobre la Iglesia. A nivel social, generó una desconfianza que se arrastró por décadas. Y a nivel espiritual, dejó una generación marcada por la represión de su fe.

La Guerra Cristera fue el punto culminante de un proceso de secularización forzada. Pero también nos enseñó los límites del autoritarismo en materia de conciencia. Siguieron varios conflictos en años subsecuentes, por ejemplo el cierre de templos en Tabasco por Tomás Garrido Canaval, que el Sinarquismo recuperó encabezados por su entonces líder Salvador Abascal Infante. Hoy, México es un país formalmente laico, pero también profundamente religioso.

Una lección actual: libertad religiosa, base del respeto mutuo

En tiempos donde se discuten nuevamente los límites entre creencias personales y políticas públicas, la historia de la Guerra Cristera cobra vigencia. El respeto a la libertad religiosa no es una concesión del Estado, sino un derecho humano reconocido en tratados internacionales y en la Doctrina Social de la Iglesia.

Juan Carlos Leal, profesor de historia religiosa en la Universidad Panamericana, afirma que “la fe no debe ser impuesta ni reprimida. El Estado y la Iglesia deben dialogar desde el respeto, no desde la imposición”.

Cuando la fe se convierte en bandera

La Guerra Cristera no fue solo un choque entre poder civil y religión. Fue una lucha de conciencia, una afirmación de la dignidad humana frente al abuso del poder. Hoy, recordarla no es un acto de nostalgia, sino de responsabilidad. Solo entendiendo los errores del pasado podremos evitar que se repitan.

El México moderno se construye no sobre la imposición ideológica, sino sobre el respeto a la diversidad, la legalidad y los valores que nos hacen nación. Como dijera el poeta Ramón López Velarde, “la patria es primero, pero la fe es eterna”.

  • Meyer, Jean (1973). La Cristiada. Ediciones del Centro de Estudios Históricos.
  • Archivo General de la Nación. Sección Religión y Culto, 1926-1930.
  • Salazar Ugarte, Pedro. (2007). “Estado laico y libertad religiosa en México”. UNAM.
  • Entrevista con María de los Ángeles Gómez, julio de 2025.
  • Declaraciones de Juan Carlos Leal, UP, seminario “Religión y ciudadanía”, mayo de 2024.

 

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