Ni vencidos ni conquistados

“Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos; y no pudiendo más, ni teniendo qué hacer, tomo por mí y por mis vasallos vuestra persona y vuestra voluntad” —Cuauhtémoc, según la Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés.

Ni conquista ni derrota, sino nacimiento

El 13 de agosto de 1521, Tenochtitlán, capital del imperio mexica, cayó tras 75 días de asedio. Ese mismo día, Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca, fue capturado por las fuerzas de Hernán Cortés en Tlatelolco. Esta fecha no es solo un episodio más en los libros de historia: representa el punto de partida de la identidad mexicana, forjada en la tensión y el encuentro entre dos mundos, el indígena y el español.

Ni los mexicas eran salvajes ni los españoles civilizadores. Lo que surgió de aquel momento no fue la victoria de un pueblo sobre otro, sino la dolorosa gestación de una nación mestiza que, cinco siglos después, sigue buscando reconciliar su historia.

Un contexto de alianzas y fracturas

Hernán Cortés desembarcó en Veracruz en 1519 y no tardó en comprender que el poder mexica era resistido por muchos pueblos sometidos, entre ellos los tlaxcaltecas. De ese descontento surgió la estrategia que cambiaría el curso de la historia: una alianza indígena-española que enfrentó al poderoso Tenochtitlán desde dentro.

“No fue un puñado de españoles quienes conquistaron México”, aclara el historiador Miguel León-Portilla, “fueron decenas de miles de indígenas, aliados con los europeos, quienes derrotaron al imperio mexica”【1】. Esta realidad matiza la narrativa simplista de conquistadores y conquistados.

Los combates que siguieron a la entrada de Cortés a Tenochtitlán en noviembre de 1519 fueron brutales. Tras la Noche Triste (30 de junio de 1520), en que los españoles fueron expulsados, Cortés regresó con refuerzos y una estrategia clara: bloquear la ciudad, cortar suministros y provocar una rendición por hambre y enfermedad.

La captura de Cuauhtémoc: entre dignidad y sometimiento

Cuauhtémoc, sobrino de Moctezuma y guerrero joven de apenas 25 años, asumió el liderazgo mexica en el momento más crítico. Durante semanas, resistió los ataques de los bergantines españoles, la hambruna de su pueblo y la traición de algunos aliados.

El 13 de agosto fue finalmente capturado mientras intentaba escapar en una canoa hacia el poniente de la ciudad. Llevado ante Cortés, pidió ser ejecutado, pues no deseaba vivir en humillación. Sin embargo, el conquistador le perdonó la vida, aunque después lo utilizaría como rehén político y, años más tarde, lo ejecutaría en Honduras.

Bernal Díaz del Castillo relata así el momento: “Y entonces Cuauhtémoc dijo a Cortés que ya había hecho todo lo posible y que tomara su cuchillo y le quitara la vida”【2】. La frase quedó grabada como símbolo de valor y derrota honorable.

¿Qué cayó realmente el 13 de agosto?

Con la rendición de Tenochtitlán se extinguió el poder político y religioso mexica, terminó una etapa de asedio y esclavitud de facto hacia otros pueblos originarios como los tlaxcaltecas. Comenzó una etapa de dominación colonial con una profunda reconfiguración del mundo indígena: la evangelización, la construcción de templos católicos, el mestizaje, nuevas enfermedades europeas y una nueva jerarquía social.

Sin embargo, también se inició un proceso de sincretismo. El indígena no desapareció: sobrevivió, resistió, se transformó. La lengua náhuatl persistió, muchas prácticas se adaptaron a los nuevos tiempos y, con el tiempo, los pueblos originarios aprendieron a negociar su lugar en la nueva sociedad. La religión católica también, aprovechando la cultura local, se robusteció, costumbres como las piñatas, el nacimiento, el día de muertos, cobraron sentido y se cohesionaron dada la fusión de ambas culturas.

Cuauhtémoc no fue olvidado. Al contrario, su figura creció con los siglos como símbolo de resistencia y dignidad. Durante el siglo XIX, en pleno proceso de construcción nacional, se le erigió como héroe patrio. Su estatua en Paseo de la Reforma, inaugurada en 1887, lo muestra erguido, desafiante, digno.

Identidad mestiza: una herida que cicatriza

Cinco siglos después, México sigue oscilando entre el orgullo por su herencia indígena y el conflicto con su historia colonial. Pero este péndulo no debe convertirse en polarización ideológica. Como afirma el filósofo Rodrigo Guerra, “no hay identidad mexicana sin los dos brazos de su origen: el indígena y el hispano. Ambos son parte de una misma alma” 【4】.

El mestizaje no fue un pacto, se dio de forma natural. Los pueblos originarios daban en prenda a sus mujeres a los españoles como señal de alianza, para que las sangres se mezclaran y fueran una sola familia. Esta era una práctica común en América pero también en Europa, fue el inicio de la política o relaciones diplomáticas entre naciones. Nuestra lengua, nuestra fe, nuestra comida, nuestras tradiciones populares, son el resultado de una mezcla única, irrepetible, irreductible a un solo origen.

Para los jóvenes de hoy, conocer este proceso no significa condenarlo ni celebrarlo, sino comprenderlo como el inicio de un país que aún se construye.

María Fernanda Vázquez, de 28 años, estudiante de historia y nieta de abuelos otomíes y andaluces, lo expresa así:

“En mi casa hay rebozo y rosario. Mis abuelos rezaban en otomí y español. Mi abuelo decía que Cuauhtémoc murió como guerrero, y mi abuela que gracias a la Conquista conocieron a Cristo. Yo crecí escuchando ambas visiones sin conflicto. Y así me siento: mexicana completa, no dividida.”

No vencidos, sino transformados

La captura de Cuauhtémoc fue el fin de un mundo, el mexica, pero también el inicio de una nueva civilización. Ni la gloria mexica ni el poder español sobrevivieron intactos. Lo que surgió fue algo nuevo: el germen de un pueblo mestizo, profundamente espiritual, que desde entonces camina entre contradicciones y búsquedas.

Hoy, a más de 500 años, Cuauhtémoc sigue hablándonos. No como el caudillo de un pasado perdido, sino como un símbolo de la dignidad con la que podemos afrontar nuestra historia, sin negarla, sin idealizarla, pero sí reconciliándola.

FUENTES CONSULTADAS:

  • Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
  • Cortés, Hernán. Cartas de relación.
  • León-Portilla, Miguel. La visión de los vencidos.
  • Florescano, Enrique. El mito de Cuauhtémoc en la historia de México.
  • Guerra, Rodrigo. El mestizaje como proyecto de comunión cultural.
  • Testimonio directo de María Fernanda Vázquez, entrevistada en julio de 2025.

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