La historia mexica, tan fascinante como brutal, está atravesada por episodios que revelan la tensión entre religión, política y supervivencia. Uno de los relatos más estremecedores es el sacrificio de la hija del rey de Colhuacan, narrado por historiadores como Niceto de Zamacois en su monumental Historia de México y retomado por cronistas como Chimalpahin y fray Bernardino de Sahagún. Este episodio muestra no solo la religiosidad extrema de los mexicas, sino también su capacidad de manipular la fe con fines políticos.
Migrantes en busca de legitimidad
Los mexicas eran entonces un pueblo aún en consolidación, marginado por señoríos más poderosos como Azcapotzalco y Culhuacan. Para afianzar su identidad, necesitaban legitimar su presencia en el Valle de México, y lo hicieron apelando a lo que más los unía: su dios Huitzilopochtli. Zamacois relata que los mexicas buscaban un acto que fortaleciera su posición y los distinguiera como un pueblo elegido. Así nació la idea de pedir al rey de Colhuacan una princesa para convertirse en la “madre de su dios”.
La petición, revestida de solemnidad religiosa, era también un movimiento político. Como explica el historiador Alfredo López Austin, los sacrificios humanos en Mesoamérica no eran meramente religiosos, sino que cumplían funciones de control social y afirmación de poder: “El sacrificio era el acto de mayor trascendencia política y simbólica. Era mostrar quién tenía derecho sobre la vida y la muerte”.
La ilusión del rey de Colhuacan
El rey de Colhuacan, según las crónicas, vio en la solicitud un honor. Su hija sería elevada al rango de deidad, un privilegio incomparable. Además, creía que este gesto sellaría una alianza con los mexicas, quienes hasta hacía poco habían sido sometidos. Su decisión estuvo guiada tanto por el deseo de borrar agravios pasados como por la esperanza de engrandecer su linaje.
La princesa, confiada y emocionada, emprendió el viaje a México-Tenochtitlan con la ilusión de ser venerada en vida. “Para ella, el camino no era hacia la muerte, sino hacia la inmortalidad”, escribió Chimalpahin en sus crónicas. Sin embargo, la realidad sería muy distinta.
El engaño y el sacrificio
Los sacerdotes mexicas recibieron a la joven con honores. La trataron como a una divinidad, reforzando la ilusión de su destino glorioso. Pero en la intimidad del templo, la condujeron a la losa de sacrificio. Fue desollada y su piel fue usada para vestir a un guerrero distinguido. La práctica, aunque estremecedora, no era aislada: estaba relacionada con el culto a Xipe Tótec, el “señor desollado”, dios de la renovación y la fertilidad, a quien se ofrecía piel humana como símbolo de vida que renace tras la muerte.
Este detalle subraya un aspecto profundo de la cosmovisión mexica: la sangre y la piel humanas no eran simples restos mortales, sino vehículos de lo sagrado. Como señala el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma: “En la visión mexica, el sacrificio humano no era barbarie gratuita, sino reciprocidad con los dioses, quienes habían dado su propia sangre para crear al hombre”.
El horror del descubrimiento
El día de la ceremonia, el rey de Colhuacan fue invitado a presenciar lo que creía sería la apoteosis de su hija. En medio de la penumbra del templo, los sacerdotes le entregaron un incensario y lo guiaron a venerar a las “dos divinidades”. La luz del copal iluminó la figura del guerrero ataviado con la piel de la princesa. En ese instante, el rey reconoció el horror: su hija había sido sacrificada.
Las crónicas describen su reacción como un grito desgarrador que rompió el silencio. Huyó del templo, trastornado, y ordenó la venganza inmediata. Sin embargo, enfrentarse a la creciente fuerza mexica era imposible. Volvió a su señorío con el corazón devastado, mientras los mexicas celebraban la instauración de Teteoinan, la madre de los dioses.
De víctima a deidad: la invención de Teteoinan
Paradójicamente, la joven no fue olvidada. Su figura fue elevada a la categoría divina como Teteoinan, madre de todos los dioses. La sacralización de la víctima transformó la tragedia en mito fundacional. Para los mexicas, el sacrificio no fue una traición, sino un acto de máxima devoción que aseguraba el favor divino.
Sin embargo, para Colhuacan y otros señoríos vecinos, el acto representó una traición imperdonable. El sacrificio de la princesa fue un punto de quiebre que agravó las tensiones políticas en el Valle de México y contribuyó al aislamiento inicial de los mexicas. Zamacois interpreta este episodio como una “maniobra desesperada de un pueblo en busca de identidad, que recurrió a la crueldad como medio de legitimación”.
Voces contemporáneas: ¿barbarie o fe?
Hoy, el relato provoca una mezcla de horror y fascinación. Para algunos, es prueba de la brutalidad mexica; para otros, una muestra de la complejidad de su visión del mundo. En palabras de la antropóloga Johanna Broda: “El sacrificio humano debe ser entendido en su contexto: era parte de un sistema religioso que vinculaba el orden cósmico con la vida social”.
Pero para quienes estudian la historia desde la perspectiva ética, el relato sigue siendo un espejo incómodo. El padre Francisco Ramírez, especialista en historia de la Iglesia en México, señala: “El sacrificio humano muestra hasta dónde puede llegar una sociedad cuando se pierde la noción de la dignidad inviolable de la persona. Contrasta con una visión humanista que recuerda que la vida humana nunca puede ser usada como medio”.
Al visitar hoy las ruinas del Templo Mayor en Ciudad de México, muchos jóvenes quedan impactados por la historia. Mariana, estudiante universitaria de 22 años, relató: “Me duele pensar en la princesa. Ella creyó que alcanzaba la gloria y terminó siendo desollada. Me hace reflexionar sobre cómo el poder puede engañar y manipular hasta lo más sagrado”. Su testimonio refleja cómo, aún hoy, este episodio resuena como advertencia: la fe y la política, cuando se mezclan sin respeto a la dignidad humana, pueden conducir a actos de crueldad inimaginables.
Un mito fundacional entre la fe y la traición
El sacrificio de la hija del rey de Colhuacan revela la ambivalencia del mundo mexica: una religiosidad apasionada, pero también una política despiadada. Lo que para ellos fue devoción, para otros fue barbarie. Y aunque la princesa fue divinizada como Teteoinan, su historia recuerda los límites de la manipulación religiosa y la necesidad, vigente hasta hoy, de defender la dignidad humana como principio irrenunciable.
En palabras de Zamacois, “el sacrificio de la princesa fue un acto de fe llevado al extremo, que revela tanto la grandeza como la oscuridad de los antiguos mexicanos”. Una lección histórica que nos invita a reflexionar sobre los peligros de poner la vida humana al servicio de intereses políticos o ideológicos.
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