El primer sacrificio mexica en Anáhuac

La historia de los mexicas en su llegada a la cuenca de México no está hecha de glorias inmediatas, sino de privaciones extremas y resistencia. Tal como relata Niceto de Zamacois en su monumental Historia de México, este pueblo “vivió durante cincuenta y dos años en terrenos miserables, sin tributo ni señorío extraño, soportando la desnudez y la escasez con la satisfacción de saberse libres” (Zamacois, Historia de México, tomo II). Aquella libertad era, para ellos, el único tesoro digno en medio de la pobreza.

La vida se sostenía entre peces, insectos y raíces, con cuerpos cubiertos apenas por hojas de amoxtli. Dormían en chozas de caña y juncos, y, sin embargo, preferían la miseria a la opresión. Ese amor radical por la independencia los distinguía de otros pueblos nahuas. Pero la libertad, pronto, sería arrebatada por la mano de un enemigo cercano: los colhuas.

El sometimiento en Colhuacan

El régulo Coxcox de Colhuacan, según diversas crónicas, veía con desconfianza a los mexicas. Algunos historiadores, como Alfredo Chavero en México a través de los siglos, explican que “había viejos resentimientos en la peregrinación desde Aztlán, y Coxcox aprovechó la precariedad mexica para imponerles tributo” (Chavero, 1889). La negativa de los mexicas a pagar impuestos fue respondida con violencia.

Los relatos difieren en los detalles: algunos señalan que Coxcox los venció en batalla; otros, que con engaños los condujo a Tizapan para esclavizarlos. El resultado fue el mismo: los mexicas fueron reducidos a servidumbre, obligados a trabajar bajo condiciones durísimas.

“Preferían el hambre libre a la abundancia esclava”, escribió el cronista Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España. Pero en ese momento, la esperanza era lo único que podían conservar.

La astucia en la guerra

La oportunidad de romper cadenas llegó con el estallido de la guerra entre colhuas y xochimilcas. Coxcox, debilitado, recurrió a los mexicas para reforzar su ejército. Estos aceptaron con la esperanza de que la victoria les devolviera la libertad.

Su estrategia fue tan ingeniosa como brutal: en lugar de capturar prisioneros, cortaron orejas para demostrar su eficacia sin perder tiempo en ataduras. Aquella táctica sorprendió a los colhuas. “Mostraron una audacia y sagacidad que les ganó respeto, aunque no su ansiada libertad”, señala Zamacois.

El triunfo fue decisivo gracias a ellos, pero Coxcox no cumplió con liberarles. Les permitió vivir con menos acoso, trasladándolos a Huitzilopochco, donde su espíritu religioso alcanzaría un punto de quiebre.

El agravio y el nacimiento del sacrificio humano

En su nueva residencia, los mexicas erigieron un altar a Huitzilopochtli. En un acto de humillación, Coxcox les envió como ofrenda un lienzo sucio con un ave muerta. Fue la gota que colmó la paciencia.

Guardando rencor y esperando el momento adecuado, los mexicas planearon una ceremonia que cambiaría para siempre la historia del Anáhuac. Durante una festividad en presencia del régulo y la nobleza colhua, presentaron cuatro prisioneros xochimilcas ocultos desde la batalla. Lo que parecía un ritual festivo se transformó en horror: los mexicas abrieron los pechos de los cautivos y ofrecieron sus corazones aún palpitantes a Huitzilopochtli.

El impacto fue devastador. “Este fue el primer sacrificio humano de que hay noticia en el valle de México”, escribe Zamacois, y los colhuas, horrorizados, comprendieron que aquel pueblo esclavizado no era un simple grupo de nómadas miserables, sino una fuerza religiosa y militar en gestación.

La libertad conquistada con sangre

El espanto llevó a Coxcox a decidir que la presencia de los mexicas era peligrosa. Prefirió expulsarlos y devolverles la libertad antes que arriesgarse a una rebelión sangrienta. Así, los mexicas salieron de Colhuacan, interpretando su liberación como un favor concedido por Huitzilopochtli, satisfecho con los corazones ofrendados.

Con este episodio, no solo recuperaron la independencia perdida: forjaron el sello de su identidad. Como apunta el historiador Enrique Florescano, “los sacrificios no eran solo actos de violencia ritual, sino el mecanismo mediante el cual los mexicas afirmaban su derecho a existir como pueblo elegido” (Memoria indígena, 1994).

En San Juan Tizapán, zona actual de Coyoacán, la tradición oral aún recuerda a los mexicas esclavizados. Don José Ramírez, cronista comunitario, comparte: “Dicen los abuelos que aquí, donde están nuestras calles, los mexicas fueron prisioneros. Siempre lo contaron como una humillación, pero también como el inicio de su fuerza. De aquí salieron para fundar Tenochtitlán”.

Este tipo de relatos en las comunidades actuales muestra cómo la memoria histórica sigue viva, y cómo la esclavitud y la ofrenda sangrienta forman parte del mito de origen que definió la grandeza mexica.

La historia de los mexicas en Colhuacan nos recuerda que la libertad nunca ha sido un regalo gratuito, sino fruto de resistencia, astucia y dolor. Lo que comenzó como miseria y esclavitud terminó en un acto que, aunque terrible a los ojos actuales, dio nacimiento a la identidad religiosa y guerrera que marcaría el destino de Tenochtitlán.

El episodio, más allá de su crudeza, enseña una lección válida aún hoy: un pueblo puede soportar la miseria material si mantiene su libertad, pero la esclavitud, aun con comodidades, nunca será aceptada. En palabras de Zamacois: “Los mexicas preferían el hambre a la humillación, y en ese espíritu indomable fundaron su destino”.

Para jóvenes de hoy, esta historia puede leerse como una advertencia y una inspiración: la dignidad y la libertad valen más que cualquier tributo, aunque el costo de defenderlas sea alto.

El próximo articulo platicaremos de La fundación de Tenochtitlan

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