Cuando 7 tribus y un rey cambiaron la historia del Anáhuac

La fama del “buen gobierno” de Xolotl, – surgido de la fusión del pueblo sabio y el guerrero-  del clima benigno de su monarquía y de la prosperidad del Anáhuac no tardó en difundirse. Apenas ocho años después de que el soberano estableciera su corte en Tenayuca, los jefes de siete tribus errantes del Norte, provenientes de la región llamada Aztlan (“tierra de las garzas”) —patria de los mexicanos—, decidieron emprender viaje al naciente imperio chichimeca para solicitar permiso de establecerse en sus fértiles tierras.

Según Zamacois, “estas tribus habían oído hablar de la abundancia del Anáhuac, y de la benignidad y prudencia de su soberano, y se resolvieron a buscar en él asiento para sus pueblos, cansados de errar por tierras ingratas”.

Las Siete Tribus Nahuatlacas: un tapiz de culturas

Estas siete tribus formaban parte de la gran nación de los nahuatlacas. Marchaban con pocos recursos, únicamente provistas de arcos y flechas para la caza. Eran: xochimilcos, tepanecas, chalqueños, colhuas, tlahuicas, tlaxcaltecas y aztecas o mexicanos. Es importante subrayar este último nombre, pues serían ellos quienes, con el tiempo, “darían su nombre a una de las naciones más ricas y poderosas del Nuevo Mundo” (Zamacois).

Su idioma, costumbres y creencias religiosas —centradas en la adoración del Sol— guardaban una “notable semejanza” con las de los chichimecas. Al llegar a Chicomoztoc (“lugar de las siete cuevas”), los aztecas decidieron separarse del resto, quizá por desavenencias entre jefes. Las otras seis tribus continuaron hasta Tenayuca, donde el “benigno rey Xolotl los recibió a cada uno con las más distinguidas muestras de aprecio”.

Un pacto de vasallaje: nacimiento de ciudades-Estado

Xolotl, comprendiendo su deseo de establecerse, les asignó “excelentes tierras para vivir con abundancia” y les permitió fundar poblaciones separadas de las chichimecas, eligiendo sus propios gobernantes. A cambio, las tribus reconocieron ser feudatarias de la corona chichimeca, comprometiéndose a auxiliarla con hombres y bienes, guardar fidelidad y acatar su supremacía.

Así, aunque de un mismo origen, nacieron “diversas naciones independientes, aunque feudatarias” (Zamacois). Sus nuevos nombres procedieron de las ciudades que fundaron:

  • Xochimilcas, de Xochimilco (“campo de las flores”).
  • Chalqueños, de Chalco, a orillas de la laguna homónima.
  • Tepanecas, de Azcapozalco (“hormiguero”), donde establecieron su monarquía.
  • Colhuas, de Colhuacan (“monte corcovado”).
  • Tlaxcaltecas, de Tlaxcala (“tierra de maíz”).
  • Tlahuicas, de Tlahuican (“tierra de almagre”).

Todas estas tribus “comenzaron a cultivar con afán la tierra, y muy pronto obtuvieron abundantes frutos como premio de su trabajo” (Zamacois).

Texcoco: nueva capital y el poder de la cultura acolhua

Mientras tanto, Xolotl decidió trasladar su corte a Texcoco, en la orilla oriental del lago, por considerarla estratégicamente superior a Tenayuca. Fundada por toltecas como Catenihco, Texcoco era una “población risueña, bañada por las fecundas aguas del lago y rodeada de fértiles campiñas y bosques” (Zamacois).

Pocos años después, la riqueza del Anáhuac atrajo a otra tribu: los acolhuas, una de las naciones más civilizadas de América, distinta de los colhuas. Como resalta Zamacois, “a diferencia de los bárbaros que arrasaron a Europa, las tribus del Norte de Anáhuac traían consigo la huella de su cultura y civilización”.

La llegada de los acolhuas: diplomacia y alianza

Su llegada como un “ejército formidable” alarmó a los chichimecas, que pidieron a Xolotl impedir su entrada. Pero los jefes acolhuas —Acolhuatzin, Chiconcuauhtli y Tzontecomatl—, hombres de noble linaje, no buscaban conquista sino un lugar donde asentarse.

Se adelantaron a la capital y, según relata Zamacois, se presentaron “con profundas reverencias, declarando que habían preferido la gloria de ser sus vasallos a las ventajas de su patria”. Xolotl, consciente de los beneficios de la inmigración culta —como lo había demostrado la fusión con los toltecas—, consultó a sus consejeros, quienes unánimemente aprobaron su admisión.

El auge de Acolhuacan: un ejemplo de mestizaje cultural

Xolotl ofreció tierras a los acolhuas y, en un gesto político de alto valor simbólico, casó a sus hijas Cuetlaxochitl y Cihuaxochitl con los príncipes Acolhuatzin y Chiconcuauhtli, mientras Tzontecomatl se unió con Coatetl, joven de Chalco. Las bodas duraron sesenta días de regocijos, con juegos, luchas y combates de fieras, “dando ejemplo de la alianza indisoluble entre ambas naciones” (Zamacois).

La nobleza imitó estos enlaces, y pronto chichimecas y acolhuas compartían creencias, hábitos y costumbres. El nombre “acolhua” se convirtió en “timbre de honra”, como antes lo fuera “tolteca”. Ambas naciones se fusionaron bajo la denominación de Acolhua, y el reino tomó el nombre de Acolhuacan.

No todos aceptaron el cambio: los chichimecas reacios a la vida agrícola se retiraron a los montes del Norte, viviendo como nómadas junto a los otomites, “sin jefes ni leyes, entregados a la vida salvaje” (Zamacois).

Organización del reino y prosperidad

Terminadas las celebraciones, Xolotl dividió el reino en varios Estados, asignando Azcapozalco a Acolhuatzin, Xacoltan a Chiconcuauhtli y Coatlichan a Tzontecomatl. Instituyó la orden militar de los Tecullis, “esforzados guerreros” para la defensa nacional, y ordenó la construcción de un templo al Sol en Texcoco.

Bajo su gobierno, la población chichimeca-acolhua creció y sus fronteras se expandieron. El Valle de México floreció con campos de maíz y algodón, y ciudades como Azcapozalco, Chalco, Xochimilco y Colhuacan brillaron por su industria. El término Anáhuac (“junto al agua”) se extendió a toda la nación, y anahuatlaca o nahuatlaca se aplicó a todas las “naciones cultas” que habitaban las orillas del lago de México.

En el próximo artículo platicaremos de la astucia de Xolotl al impulso cultural de Techotlalatzin, una saga de reyes chichimecas que enfrentaron traiciones, guerras y reformas para forjar el Acolhuacan.

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