La historia de los mexicas suele contarse desde Aztlán hasta la fundación de México-Tenochtitlan, como si fuese una línea recta hacia un destino predestinado. Sin embargo, los relatos históricos, particularmente los recogidos por Niceto de Zamacois en su Historia de México, muestran que esa peregrinación fue más compleja y llena de episodios intermedios: ciudades hospitalarias, alianzas matrimoniales, enfrentamientos con nobles hostiles y asentamientos efímeros que marcaron la formación de la identidad mexica.
Los pasos de los mexicas por Zumpango, Tizayocan, Tepeyacac y Chapultepec revelan no solo su persistencia, sino también el profundo anhelo de independencia que caracterizó a este pueblo antes de hallar en el lago de Texcoco el lugar donde levantarían su capital.
Zumpango: un respiro en medio de la peregrinación
Tras abandonar Tula, donde permanecieron nueve años sin encontrar condiciones favorables para asentarse, los mexicas llegaron en 1216 a Zumpango, en el valle de México. Según Zamacois, fueron recibidos con hospitalidad por el señor Tochpanecatl y su hijo Ilhuicatl. Allí, además de recibir víveres y alojamiento, vivieron un episodio significativo: el matrimonio de Tlacapantzin, noble mexica, con Ilhuicatl.
Este enlace simbolizó una primera alianza con los pueblos establecidos y dio origen a un hijo que llevaría un nombre trascendental: Huitzilihuitl. Para algunos historiadores, como Alfredo López Austin, este hecho muestra cómo los mexicas supieron tejer vínculos estratégicos con otras culturas del valle, insertándose paulatinamente en un entorno político ya definido.
Un testimonio actual lo resume con sencillez. “Cuando mi abuelo nos hablaba de los antiguos, siempre decía que los mexicas nunca llegaron solos, siempre iban buscando quién los recibiera y con quién hacer lazos. Así como nosotros hoy buscamos comunidad, ellos también la buscaban”, cuenta Rosa Hernández, vecina de Zumpango y promotora cultural.
Tizayocan y Tepeyacac: intentos fallidos de independencia
La estancia en Zumpango duró apenas siete años. Los mexicas continuaron hacia Tizayocan, pero pronto partieron en busca de un sitio donde establecer su propio gobierno. El peregrinar los llevó a Tolpetlac y después a Tepeyacac, en las orillas del lago de Texcoco.
En Tepeyacac, en el lugar donde siglos después se veneraría a la Virgen de Guadalupe, los mexicas construyeron chozas y cultivaron la tierra. “Era un esfuerzo por conseguir independencia modesta pero digna”, señala Zamacois. Sin embargo, no todos los nobles locales compartían esa visión. Tenancacaltzin, un señor chichimeca de lo que Zamacois describe como “mezquinos pensamientos”, hostigó a los recién llegados hasta obligarlos a abandonar sus tierras.
Este patrón de aceptación y rechazo fue, según Miguel León-Portilla, clave en la conformación de la identidad mexica: un pueblo resiliente, obligado a reinventarse frente a la adversidad.
Chapultepec: un paraíso codiciado
En 1245 los mexicas arribaron a Chapultepec, descrito por Zamacois como un lugar “delicioso”, con manantiales, árboles frondosos y tierras fértiles. Allí permanecieron diecisiete años, cultivando maíz y legumbres que pronto transformaron el cerro en un vergel.
Pero la prosperidad despertó envidias. El señor de Xaltoncan y otros vecinos emprendieron una persecución contra ellos. Para Zamacois, este acoso refleja la tensión constante de los mexicas con los pueblos establecidos: “Su prosperidad fue causa de celos que pronto se trocaron en enemistad”.
Un joven estudiante de historia, Daniel López, lo interpreta así: “Chapultepec fue como un ensayo de Tenochtitlan. Los mexicas probaron lo que significaba tener tierra fértil, seguridad y una base estable. Pero también entendieron que la estabilidad no se regala: había que defenderla o buscar un nuevo refugio”.
Acocolco: el refugio de la miseria
Al ser expulsados de Chapultepec, los mexicas buscaron refugio en unas pequeñas islas llamadas Acocolco, cuyo nombre significa “lugar de refugio”. Allí permanecieron 52 años en condiciones miserables, expuestos a privaciones y sin el esplendor que años después alcanzarían.
Este largo periodo de penurias fue, para algunos cronistas, la etapa más dura de la peregrinación. Sin embargo, también se convirtió en el crisol donde los mexicas templaron su resistencia. Según el historiador Eduardo Matos Moctezuma, “la adversidad de Acocolco forjó en los mexicas una disciplina social y una visión de destino que los preparó para fundar una ciudad imperial”.
Del peregrinaje al proyecto de nación
La ruta de Zumpango a Chapultepec muestra que la fundación de Tenochtitlan no fue un acto aislado ni repentino, sino el resultado de décadas de aprendizaje, alianzas y derrotas. Como recuerda Zamacois, “cada paso, aun el más doloroso, los acercaba a la independencia verdadera que anhelaban”.
Hoy, esta historia interpela a los mexicanos sobre la importancia de la resiliencia y la construcción comunitaria. El peregrinar mexica puede compararse con la búsqueda contemporánea de justicia social y de un país más solidario. Al igual que ellos, nuestra sociedad enfrenta rechazos, desafíos y envidias, pero también tiene la capacidad de sembrar, resistir y fundar espacios de vida digna.
Como dice la señora Hernández en Zumpango: “Los mexicas nos enseñan que el hogar no se encuentra de inmediato, se construye con paciencia, lucha y fe. Y eso sigue siendo cierto para nosotros”.
Los episodios de Zumpango, Tepeyacac y Chapultepec, lejos de ser meras anécdotas previas a la fundación de México-Tenochtitlan, constituyen capítulos esenciales en la forja de la identidad mexica. La historia recogida por Zamacois y otros historiadores evidencia cómo el pueblo mexica, pese a las penurias, logró transformar la adversidad en oportunidad.
Hoy, recordarlos es también reflexionar sobre los valores de unidad, resistencia y búsqueda del bien común que siguen siendo necesarios para el México actual.
El próximo articulo platicaremos de La esclavitud en Colhuacan y el primer sacrificio humano
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