Antes de que México fuera México I

Por siglos, la historia de los pueblos que habitaron lo que hoy conocemos como México ha estado envuelta en misterio. Niceto de Zamacois, en el primer tomo de su monumental Historia de México (1877), abre el relato con una frase que marca el tono de su investigación:

“La existencia de los primeros hombres que poblaron el continente americano se pierde en las nebulosas sombras de los tiempos más remotos, y su procedencia permanece envuelta en la oscuridad de los siglos.”

Antes de las crónicas de los conquistadores, México fue un vasto mosaico de culturas con sistemas de gobierno, creencias religiosas, leyes y costumbres propias. Comprender este mundo implica seguir a los historiadores que, como Zamacois, Orozco y Berra o Francisco del Paso y Troncoso, rastrearon pacientemente la memoria de los pueblos originarios.

El origen asiático de los primeros pobladores

Zamacois expone la hipótesis más aceptada en su tiempo: que los primeros habitantes de América llegaron desde Asia. Basándose en tradiciones indígenas, en antiguos jeroglíficos y en la comparación lingüística, afirma:

“Es creencia común que pasaron de Asia a América, quizá por un espacio de tierra que unía ambos continentes, o por una sucesión de islas muy próximas entre sí en tiempos remotísimos.”

El historiador apoya esta teoría en la evidencia geológica: la Tierra, dice, ha sufrido transformaciones colosales, “donde hubo mares hay hoy fértiles llanuras, y donde hubo islas se levantan ahora montañas”. Ejemplos como la antigua unión de Sicilia con Nápoles o de España con África refuerzan, según él, la probabilidad de un puente terrestre —lo que la ciencia moderna llama Beringia— que permitió las migraciones humanas.

Manuel Orozco y Berra, en su Historia Antigua y de la Conquista de México, coincide en que “la corta distancia entre Asia y América en el septentrión hace posible el paso de tribus, aun con recursos rudimentarios de navegación”.

La leyenda de los gigantes

Antes de la llegada de los pueblos civilizados, la tradición oral del Anáhuac hablaba de una raza de gigantes. Zamacois relata que “se han hallado huesos humanos de extraordinario tamaño en Atlancatepec y Texcoco, junto con restos de animales corpulentos”. Sin embargo, introduce una advertencia:

“No se debe suponer que existió una nación de colosos, sino individuos de talla descomunal, que como excepciones se encuentran en todas las naciones.”

Francisco del Paso y Troncoso, crítico de la interpretación literal de estas leyendas, apuntó que la identificación de restos fósiles con seres humanos “ha sido con frecuencia más fruto de la imaginación que de la ciencia arqueológica”.

Anáhuac: tierra junto al agua

Zamacois dedica páginas memorables a describir el espacio geográfico que dio nombre a las civilizaciones del centro de México:

“Anáhuac, en la expresiva lengua mexicana, significa junto al agua, y designaba en un principio únicamente el valle de México, delicioso y ovalado oasis en cuyo centro se hallaban las principales poblaciones.”

Rodeado por lagos —Texcoco, Xochimilco, Chalco, Zumpango, Xaltocan— y protegido por montañas, el valle era un ecosistema ideal para la agricultura intensiva y la pesca. Las primeras aldeas se asentaron en sus orillas y en pequeñas islas, desarrollando el sistema de chinampas, una de las formas de cultivo más productivas de la época.

Con el tiempo, la palabra Anáhuac se amplió para referirse a todas las regiones ocupadas por pueblos de cultura nahua, y el término “anahuatlaca” o “nahuatlaca” se aplicó a las naciones cultas asentadas alrededor de la gran laguna de México.

Migraciones y formación de culturas

El relato de Zamacois muestra que el poblamiento del Anáhuac fue resultado de sucesivas oleadas migratorias. Pueblos como los toltecas dejaron huella en arquitectura y artes; los acolhuas y mexicas perfeccionaron las instituciones militares y tributarias; los tarascos, por su parte, desarrollaron un reino independiente y centralizado.

“En el Anáhuac —escribe Zamacois— se reunieron, tras largas peregrinaciones, naciones diversas que, si bien distintas en lengua y costumbres, adoptaron un marco común de instituciones religiosas y políticas.”

Orozco y Berra matiza que este proceso no fue pacífico: “La historia antigua del valle es una sucesión de alianzas y guerras, de supremacías efímeras y de ciudades arrasadas para luego ser reconstruidas.”

El umbral antes de la Conquista

Al describir la situación previa a la llegada de los españoles, Zamacois dibuja un panorama complejo:

“Se hallaban las naciones del Anáhuac en un grado notable de civilización, aunque no exento de prácticas bárbaras, como los sacrificios humanos, mancha sangrienta en medio de tanta grandeza.”

El México prehispánico que encontró Hernán Cortés no era un territorio aislado ni atrasado, sino una red de sociedades con siglos de evolución, conectadas por rutas comerciales, diplomáticas y bélicas. Sus legados —en lengua, toponimia, gastronomía y cosmovisión— aún forman parte viva de la identidad mexicana.

En el próximo artículo platicaremos de la gloria al ocaso: la historia de la nación tolteca, pionera del Anáhuac, cuyo esplendor cultural se quebró por pasiones, guerras y hambre.

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